Inesperado revés en El Sargal

Incarlopsa Cuenca cede un punto in extremis frente a Balonmano Cangas (23-23)


Isra Pérez
El equipo conquense desperdició sus cortas pero constantes ventajas al frente del luminoso en el último aliento de un disputadísimo partido que no sirvió para confirmar, pese a los múltiples augurios que así lo vaticinaban, la magnífica victoria cosechada en León la semana pasada. Queda claro que no es empresa menor confirmar favoritismos, rentabilizar “localías” y sentenciar con suficiencia a rivales supuestamente asequibles en una competición apretadísima; donde los marcadores se constriñen, al compás de la taquicardia acelerada, en los minutos y segundos postreros de cada choque. Ni siquiera el viejo mantra de la infalibilidad de tanteadores cortos, como sinonimia exitosa para los de Lidio, se cumplió esta vez (tampoco lo hace siempre). La escuadra “encantada” no consiguió conquistar el precioso botín en liza pese a marcharse al vestuario con una renta holgada. Las pérdidas de balón de los rojillos, groseras algunas de las muchas cometidas, explican buena parte del resbalón sabatino. Frigoríficos del Morrazo arrancó un valiosísimo empate tras resistir, incansablemente, los numerosos embates capitalinos por colocar una suficiente renta de goles con la que abrochar, con bien y sin sobresaltos, la noche. Buen desempeño de la tan histórica como humilde escuadra gallega, dirigida por el insultantemente joven Nacho Moyano ‒gurú de la prolífica cantera madrileña y otro técnico español más llamado a cosas importantes, a largo plazo, en el viejo continente‒; convertida en una mezcolanza plausible de precoces talentos nacionales y veteranas glorias del balonmano.

La primera mitad fue, sin arrasar, del conjunto del Júcar. Las señales para el optimismo eran inequívocas: la intensidad del inalterable sistema defensivo 6:0 de los locales, sístole y diástole de este plantel, era palpable y repetidamente aplaudida por su técnico desde el banquillo. Con razón. La oportunidad, por añadidura, lo requería: el héroe caído en la Batalla del Bernesga, Leo Maciel, no era de la partida debido a su inoportuna lesión. Y el turno era para un Samuel Ibáñez que ya demostró, el curso anterior (y el anterior del anterior), su probada condición de guardameta válido para ASOBAL. Portero temperamental y explosivo, muy aligerado de peso en las últimas campañas. De esos cancerberos intimidadores que cuando ataja el primer balón, ya sabes que ha detenido los tres siguientes. Eso sucedió en el primer período: la aguerrida colaboración de su zaga le descargó, un tanto, de la enorme responsabilidad de cerrar sin mácula la cancela que ha tenido un maestro de llaves primoroso. Cuenca disfrutaba, en el otro lado de la cancha, del mejor Simonet del curso ‒pese a algunas inseguridades‒. Progresión óptima la del talentoso argentino, también sobrado de personalidad como ya padecimos en la Caja Mágica. Este crecimiento sostenido de su juego ha explorado, hoy, dos virtudes fundamentales y presumibles en un gran central: la capacidad de penetración por el punto débil, filtrándose entre los últimos defensivos cual cuchillo en mantequilla, y la conexión con el pivote (sea natural, como ese Doldán otra vez efectivo, o fuere un eventual desdoblado). Hubo compases deliciosos para los ortodoxos del ataque posicional, que los hay: una serie encadenada de buenas fijaciones propiciaban, abrazando la ley del “siempre un pase más”, la consiguiente superioridad rubricada desde el extremo. Mandamiento sobre el que debe volver el rezo de nuestro juego estático.

Durante esos primeros treinta minutos, alguna cosa importante hay que subrayar del Cangas. Para bien, como casi siempre y debido a sus limitaciones numerosas. Agrandadas cuando se alejan de la ría de Pontevedra y de su mítico pabellón de Gatañal. Fueron inferiores en ese primer tramo de partido. Xavi Díaz, como su defensa, no carburaba. Y eso es un problema para los gallegos, siempre. Tuvimos tiempo para disfrutar, primero, y sufrir, más tarde, la enriquecedora mixtura técnico-táctica del citado Nacho Moyano, desde la pizarra, y de su director deportivo, Óscar Fernández, en la composición de la plantilla: juventud, trayectoria, familiaridad y experiencia. Saboreamos la clase incipiente de los Iglesias, Fernández, Ribeiro y Brais. Comenzamos a temerla cuando la inacabable leyenda balcánica Muratovic comenzó a ponerlos en solfa, en el decisivo momento de licuar las ascuas y con la imaginaria sombra perenne de Gull en la paralela. Algo tuvo que ver, claro que sí, la trascendental decisión de trocar una inicial apuesta defensiva 6:0 por ese elemento avanzado de reciente éxito para los de Camiña (bien lo saben en Puente Genil), con el portugués Ribeiro haciendo de las suyas; universal cedido por el Porto, donde casi nadie comienza a tener sitio ya, y perteneciente a la más prometedora hornada de chavales del balonmano luso en su historia. Ya lo verán.

Los minutos iniciales del segundo período pronto evidenciaron que el partido sería muy largo y harto reñido hasta su ocaso: las ventajas se prensaron arriesgadamente para los locales. Quienes no hallaban, amén de seguir teniendo poco aprecio por la posesión del balón, la manera certera de insuflar en el juego esa quinta velocidad que quiere implantarse desde pretemporada. Y que esta tarde, con acierto, hubiera sido letal. Volvieron a ponerse en liza algunas fórmulas aplicadas en León, como la coexistencia de Pizarro y Vainstein en el cambio largo del flanco derecho y la presencia del joven Carlos Fernández en el penúltimo defensivo. Simonet seguía siendo el faro, casi único, en un océano de creciente nerviosismo. Enfrente, la resiliencia canguesa cobraba semblante de esperanza al cadencioso compás de su circulación (otra clave innegable): Xavi Díaz, que solo podía ir a mejor, traducía su experiencia en vector de remontada; David Iglesias, la perla de Bueu, acompañaba su estampa rotunda de lateral elegante con goles de pedigrí y Dani Fernández, menudo extremo menudo de la cantera del F.C. Barcelona, definía con habilidad en seis metros, a la par que explotaba su intuición desde el avanzado defensivo. La cosa no quedaría ahí: el inmortal Muratovic, uno de los héroes que condujo a este club, otrora, a una impensable clasificación para la Copa EHF, destapó el tarro de las esencias. Como lo hace ahora: desde distancias cortas, ya no es un cañonero de yardas. Como les gusta a los exyugoslavos en estas techadas disciplinas de parqué: a domicilio y firmando el corolario. Sería injusto no citar el buen hacer de otros nombres como Santi López, bravo universal que militara en Alcobendas y nacido para bregar en un equipo como el de Jiménez, o Rubén Soliño, apellido de altos vuelos, central bajito de los que desafían el torpe descarte por altura: Skube, Zarabec, Steins, Vranjes…

A falta de ochos minutos para resolver el duelo, Dutra fue justamente descalificado (ya se le perdonó la expulsión en un lance bastante anterior) por localizar a la cara del guardameta visitante el lanzamiento de un siete metros. El brasileño no tuvo su tarde más esplendorosa, precisamente. Venía de una semana complicada con la posibilidad de su marcha entre bambalinas. Marcha al Wisla polaco que fue confirmada por Lidio Jiménez tras el partido.
Al contrario que en León, la pequeña primacía en el marcador no se supo administrar en la recta final y Cangas, con la inercia de quien persigue acercándose, empató el partido tras una ingeniosa jugada preparada en el tiempo muerto solicitado por el entrenador foráneo. Fue el imponente pivote Alberto Martín, exjugador de Alcobendas y gran rival formativo del Ikasa de Moyano durante lustros por la primacía balonmanística de la zona centro, el encargado de subir el empate definitivo al marcador. Fue una jugada tan bien dibujada como inexplicablemente defendida, como confiando, en último caso, en una segura neutralización de ese posible lanzamiento exterior que nunca llegó. En un lance que, seguros estamos conociéndole, habrá cabreado a Lidio de por vida: no solo no se llevó el reloj a cero, concatenando faltas con cada jugador encima de su oponente; es que el tanto ha llegado con el pivote rival recibiendo el esférico y lanzando, sin oposición y desde un ángulo centrado, en terrenos inadmisibles para una defensa 6:0, los seis metros.

Ni tan buenos, ayer; ni los parias de la pista, hoy. Mañana y pasado, toca gris. Pero este grupo será, porque lo es, de tonos menos apagados que los que enmudecen el ánimo a estas horas; de paletas más agudas que avivarán, pronto, el futuro inmediato. La confianza debe acompañar, ahora, a la autoexigencia y razonada crítica. Toca lo de siempre cuando vienen así. Se saben el camino.

INCARLOPSA CUENCA (23): Samuel, Sergio López (1), Dutra (3), Simonet (5), Vainstein (1), Doldán (4) y Nacho Moya (2). Thiago (3), Bulzamini, Hugo López (1), Pizarro (3), Marcos Herráiz y Pablo Cano.

BALONMANO CANGAS (23): Xavi Díaz, Daniel Fernández (4), Ribeiro (3), Santi López (1), Quintas, Cerqueira y Menduiña. Simes (2), Brais (1), Baptista (1), Rubén Soliño (1), Martín Gayo (2), David Iglesias (4), Muratovic (3), Alberto Martín (1) y Fons.



Fotos: Javier Guijarro