Culminó el éxodo por el almanaque: Cuenca vive cinco años después un Camino del Calvario entero y verdadero

El rito se volvió a completar por las calles de Cuenca, repletas de público especialmente en la segunda parte del recorrido. El Jesús volvió a coronar la Plaza Mayor, San Juan a fundirse con la turba en la despedida y la Soledad a conmover entre silencios

La misma luna llena del Nisán que alumbró a los judíos en su salida de Egipto fue la que iluminó a Cuenca en la madrugada de este Viernes Santo de 2022 sin que la velasen nubes cargadas de malos presagios. La ciudad no ha tenido que vagar durante 40 años como los israelitas hasta alcanzar la tierra prometida, pero sí que acumulaba cuatro sin ver completar el recorrido de Camino del Calvario, una de sus principales señas de identidad ante el mundo. En 2018 la lluvia mutiló el desfile acortando el itinerario -las imágenes no pudieron llegar a la Plaza Mayor ni escuchar el Miserere- y en 2019 lo dejó dentro de la iglesia. Ahí se quedó en 2020 y 2021, cercado como el planeta entero por una pandemia atroz y asfixiante. Hasta que este 15 de abril ha edulcorado el acíbar de la espera. Al fin, cinco años después de la última, se ha vivido la procesión entera y verdadera, por los que están, por los que vendrán y, sobre todo, por los que se fueron. 

Aquella percusión que en los tiempos más duros de la crisis del coronavirus sonó desde los balcones como el abrazo sonoro que sustituía a los que habían quedado abolidos, se ha escuchado otra vez, pero en esta ocasión en su momento y lugar precisos. La Plaza de El Salvador ha reverberado desde los balbuceos de la madrugada con el ritmo atávico de los tambores y el gemido añoso de los clarines de Las Turbas de Cuenca. El acceso, permitido únicamente a los turbos identificados con la verde credencial de este año, se ha cortado a las cuatro de la mañana para impedir que se desbordara el aforo. El privilegiado grupo de espectadores que habían ocupado el escueto espacio reservado para ellos fuera del perímetro de la zona, pero con vistas y oídos a ella, llevaba esperando desde las tres. No había dudas entre ellos: merece la pena hurtarle horas al sueño y pasar algo de frío para ser testigos de algo así. 

A la hora anunciada, las 5:30, las puertas de El Salvador se han abierto para delirio colectivo, que se ha sentido como un temblor sísmico. «Esto no tiene precio», comentaba un turbo a otro tasando las sensaciones del instante. Inflación de adrenalina; IPC de recuerdos. El Jesús estaba en la calle y no precisamente solo. Largas filas de tulipas para él y La Caída en una hermandad que hace apenas dos décadas las contaba con unas pocas manos. Síntoma y causa al mismo tiempo de la evolución de la procesión hacia un tono más familiar y pacificado tras épocas convulsas que se van antojando remotas. Una tendencia que el parón pandémico no ha desviado. Los dos pasos, escoltados por soldados romanos, iniciaban entonces un camino que resultaría memorable.

Primera mujer en los banzos de San Juan

Tras ellos a ha aparecido por el dintel del templo San Juan Evangelista. Por primera vez entre los hombros que lo portaban ha estado el de una mujer: Laura Espada. Subastó para 2019 y un trienio después ha podido romper un nuevo techo de cristal nazareno pues, aunque se tiene constancia de que en 1797 la hermana Isabel Gasso participó con fortuna en un sorteo de banzos de la cofradía, finalmente cedió el derecho a llevar la imagen a su padre, Vicente Gasso. 

La figura del Discípulo Amado ha estrenado una nueva aureola de plata bañada en oro y con un mantolín renovado en el que se habían cambiado las perlas. Ha desfilado sobre andas restauradas y ha sido sostenido por nuevas horquillas. En el corbatín de la Corporación, una muestra de su hermanamiento con la cofradía homónima de Villacañas (Toledo). 

La Agrupación Musical La Concepción de Horcajo de Santiago ha sido un año más su álter ego musical. Tras el festín de decibelios de la turba que se había quedado apartada para recibir al Apóstol, ha comenzado a sonar, como no puede ser de otra manera, la marcha de las marchas conquenses, San Juan, de Nicolás Cabañas. Cuántas veces no la habrán tarareado sus devotos en en el último lustro a modo de invocación de la cita esperada. El tradicional silencio que se impone cuando aparecen las enseñas de la Soledad de San Agustín  se ha adelantado esta vez unos cuantos minutos ante la presencia enmudecedora de sus notas.

Un icono ortodoxo en la Soledad  

La hermandad mariana ha marcado por primera vez el paso de El Encuentro con un tambor. El conjunto ha sido decorado con alstroemeria jaspeada morada y blanca, solidago, hiedra y romero. La imagen titular, de cuya hechura se conmemoran 75 años, ha llevado el pañuelo de una hermana nacida en octubre de 2019 y que, por tanto, nunca había podido participar en el desfile. Bordado en oro por el taller San Julián, tiene como motivo central un L. La Madre también portada un rosario de coral y oro, donado por una hermana por su aniversario; otro de nácar y plata del siglo XIX cedido para el cortejo por un familia; y un medallón con un icono ortodoxo con la imagen de Cristo confeccionado por el sacerdote Anastasio Martínez. «Un signo de comunión con nuestros hermanos que sufren la Guerra de Ucrania», han explicado desde la hermandad a este periódico.  La Virgen sobrecogía entre flores como rosa ramificada blanca, alstroemeria blanca, eryngium y eucalipto. 

La partitura del desfile del Jesús

El avance del Jesús siempre es trabajoso, por la angostura del primer tramo del recorrido y también por una serie de condicionantes inevitables y evitables. Entre los segundos figura un grupo de turbos, o pseudoturbos, no especialmente numeroso, pero que a base de empujones y otras acrobacias ha obligado al cordón de seguridad a sudar en más de un momento para abrir paso. A pesar de ello,  la buena actitud ha sido el enfoque mayoritario. El Jesús, con un ritmo de desfile que combinaba tiradas más solemnes y contenidas con otras más enérgicas y movidas, sabiendo leer la partitura de cada situación, a las seis y media ya asomaba por el antiguo ICONA y a las siete veía cómo las agujas del reloj de Notario (Carretería), marcaban las siete.

A esa velocidad también ha contribuido que el número de turbos no fuera especialmente numeroso. Sí, había muchos, a contar por varios cientos, pero no tantos como se concentraban en las ediciones de inicios del actual siglo. Ni tampoco la cifra a esperar  si se proyectaba a esta procesión el crecimiento exponencial de la participación que se había visto en los días precedentes.  Desde la Cruz de Guía (traída desde la Parroquia de San Julián de la Fuente del Oro y portada por miembros de esa comunidad) y el flamante guión de Las Turbas hasta el guión del Jesús apenas quedaban en algunos momentos 300 o 400 metros, con holgura entre medias para tocar el tambor sin apreturas.

La cantidad de turbos y público, de menos a más. Pocas mascarillas.

Quizá la prudencia o el miedo todavía latente al contagio del virus en determinados sectores de la población se ha dejado notar más que en ninguna otra en esta cita, característica por sus aglomeraciones y en las que aquellos que preceden a Jesús van sin capuz. Sin capuz y, mayoritariamente, sin mascarilla. En la Cuaresma autoridades y dirigentes nazarenos habían insistido en que la normativa establece que hay que usar este elemento de protección en eventos multitudinarios, pero apenas se han atendido esas palabras. Tampoco había demasiadas máscaras entre el público, como viene sucediendo durante toda la semana. 

El público que ha ido de menos a más. En el primer segmento del recorrido las filas estaban razonablemente pobladas, lejos eso sí del aspecto de otras jornadas, pero conforme avanzaban las horas y, con especial énfasis en la bajada del Casco Antiguo, ha sido una auténtica muchedumbre la que ha contemplado el rito. También el grueso de la turba ha aumentado progresivamente al pasar de la noche a la luz y del fresco matutino a un calor casi veraniego. 

Las tres hermandades han ido muy compactas en ese primer segmento del trayecto, en el que en otras ocasiones no eran raros los cortes. La Soledad paró a la altura de la herrería de la Santa Coloma, en el vigésimo aniversario del motete que le cantan entre yunques. La talla, al igual que previamente El Encuentro,  giró a la altura por Diputación para recordar a Gloria Fernández Palomo, que fue su camarera, a su hermana y su cuñado, todos familiares del actual capataz. No sería la única vez que girarían los pasos para honrar las ausencias, también lo hizo ante el Hospital de Santiago y la Casa de los Clemente de Arostegui. Más de medio centenar de hermanos han fallecido en estos años que nos han asediado a ausencias.

Por los nazarenos de la otra procesión, la del cielo,  de la que hablara Rafael Pérez Rodríguez en su pregón de 1986, la hermandad de San Juan -con mucha tulipa también- ha colocado una palma en el Monumento al Nazareno de la Plaza de la Constitución. En Palafox el Jesús -que giró su paso en Carretería en señal de respeto y nostalgia por Luis Machetti Nuño- se ha encarado hacia el memorial de los turbos, desde el que ha sonado una clariná con vocación de eternidad. Iba para muchos, entre ellos Francisco Torrecilla, miembro de la familia histórica de Los Pantaleones, quien falleció el pasado a los 58 años. Pocos como él sabían sacarle al instrumento el sonido original del rito. «¡Qué duro es recordar a los muertos al alba y en primavera!», como escribió el periodista Luis Calvo.

Cortes y pundonor para atajarlos

El ascenso ha sido un acto de comunión, de voluntad y constancia. Tras demostrarlo de otras muchas maneras, los nazarenos de Cuenca han arrimado el hombro y han tirado de riñones como ordenaba el calendario. Alrededor de 9.000 personas, según han calculado fuentes policiales a preguntas de Voces de Cuenca, han recibido al Jesús en la Plaza Mayor, recuperando una de las estampas más icónicas de la Semana Santa española. La turba ha redoblado energías, escasas ya, por mucho de que la noche previa cada vez contamine menos el desfile. 

La subida ha generado cortes entre las hermandades. Desde la llegada de La Verónica a la Plaza Mayor hasta la de San Juan Evangelista ha pasado casi veinte minutos, con hueco significativo entre las cofradías. A evitar que la distancia fuera mejor ha contribuido el pundonor de los banceros, quienes han cubierto el camino de San Felipe a La Anteplaza en dos tiradas a bombo y platillo.

De una ha accedido a la Plaza Mayor la Virgen, al son de ‘Pasa la Soledad’ en la banda de la Juventud Filarmónica de Villamayor de Santiago y ante un silencio casi absoluto, solo distorsionado por rumores intermitentes que llegaban de algunas calles paralelas. «Cuánto respeto, esto hay que verlo por lo menos una vez en la vida», manifestaba entre bisbeos una espectadora sorprendida por el contraste sonoro. 

Con la Parte Alta ya atestada de gente que había acudido en masa tomándose la revancha de los cierres perimetrales, comenzaba el descenso en el que el primer gran hito marcado era el del Miserere. Costó algo más de lo necesario que se hiciera el silencio porque siempre hay alguien reclamando casito, pero se hizo. Y el Coro del Conservatorio, dirigido por Pedro J. García Hidalgo, entonaba la anónima composición, con la que se mezclaban en la lejanía las notas de la banda de San Juan. Antes de que empezara el «Tuam…», ya en el «am» del «Misericordiam» rompían los tambores. Una vez más, espectadores despistados o demasiado creativos, secundaban el momento y los Misereres de La Verónica y San Juan con algún aplauso o, peor, bailes con deje flamenco o reminiscencias de las discotecas tecno de la costa valenciana. Son los pocos, pero algunos están en los balcones y se ven más de la cuenta.

Llegada a El Salvador

El regreso a la Plaza Mayor fue otra sucesión de palillás e incluso, aunque cada vez hay menos, coros de tambores. Todo estaba yendo para sentirse razonablemente satisfecho y un buen termómetro de ello era el ‘casi baile’ con el que se iba despidiendo el paso del Jesús con la Cruz a Cuestas y el Cirineo. Se guardaba en El Salvador algo antes de las 12:10 horas mientras que La Caída lo hacía clavado a las 12:15. 

 Antes de que pasara el cuarto de hora, pero ya sin cortes entre una y otra corporación, era el final de San Juan, esa catarsis en la que turba y hermandad se hacen una y no hay dolor en las manos que impida tributar la última oración al Guapo. 

Con una plaza mucho más despejada -son demasiados los que se apresuran a marcharse una vez el Evangelista está en la iglesia- se despedía con la sobriedad y elegancia que le caracteriza la hermandad de la Soledad del Puente. Primero el Encuentro y luego la imagen titular, con restos de pétalos en su palio y mientras los relojes marcaban las 12:50 horas, algo más tarde que en el cortejo precedente.  El himno nacional nos la quitaba, es un decir, hasta el año que viene si nada lo impide, como bien sabemos.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DEL DESFILE

CONCURSO DE FOTOGRAFÍA DE VOCES DE CUENCA: VIERNES SANTO

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