Edificios religiosos y paisajes urbanos

Ana Eulalia Aparicio Guerrero - Profesora de Geografía de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de Cuenca

La última obra de nuestro compañero y amigo Pedro Miguel Ibáñez Martínez titulada Cuenca Recóndita 2. La Pequeña Edad del Hielo en la catedral y otras historias de la ciudad sumergida, avanza ya en su título una de las características propias de las HUMANIDADES, la multi e interdisciplinariedad, la Geografía, el clima, los climas del pasado, su influencia en el paisaje urbano, en los edificios religiosos, en los elementos constructivos, y las repercusiones que todo ello ha tenido en la Arquitectura, y por tanto en el Arte. El libro tiene como objetivo, como bien indica su autor, difundir la relevancia de edificios religiosos y paisajes urbanos de la ciudad en la Época Moderna, poco conocidos o ignorados por la sociedad y que fueron objeto de una adaptación al medio durante los siglos XVII y XVIII.

A lo largo de la Historia de la Humanidad se han producido cuatro grandes glaciaciones seguidas de otras tantas fases interglaciares. Tras el fin de las glaciaciones cuaternarias se produjo una alternancia de calentamiento y enfriamiento denominada Pequeña Edad del Hielo caracterizada por fases o pulsaciones en las que el empeoramiento fue notable, con una variabilidad en las temperaturas que afectó a buena parte del Planeta. Y aunque el frío que se padeció no fue equiparable al de la última glaciación, de ahí lo de Pequeña Edad del Hielo, fueron muy abundantes los prolongados y muy severos episodios invernales seguidos de primaveras cortas y húmedas. Olas de frío y calor, precipitaciones y sequías, extraordinarias riadas e inundaciones, terremotos y erupciones volcánicas fueron muy comunes desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XIX.

La situación climática de la ciudad de Cuenca, debido a su ubicación y topografía, se agravó en aquellos siglos como en el resto de Europa. Con este gélido panorama, los edificios religiosos, construidos en los años precedentes a la Pequeña Edad del Hielo, se convirtieron en verdaderas neveras durante el invierno. Sus altas naves no contaban con sistemas que permitieran conservar mínimamente el calor en su interior, en una época en la que además no existían métodos eficaces para calentar estos grandes espacios. Se hizo necesario, por tanto, efectuar obras para su climatización: la creación de la sala capitular de invierno bajo la sacristía, el cerramiento del claustro catedralicio y la elevación del piso de la Capilla Honda para crear un espacio más reducido y fácil de caldear; el  traslado a finales del siglo XVII del convento de Nuestra Señora de la Merced, situado extramuros de la ciudad, a una casa-palacio del barrio del Alcázar como consecuencia de las características climatológicas de la época: fríos invernales, calores veraniegos y por el vacío urbano y la distancia que les separaba de la ciudad intramuros; y el traslado del convento del Santo Angel de la Guarda de Carmelitas Descalzos desde la Isla de Monpesler (actual glorieta del parque de Santa Ana) a la parte alta de la ciudad a principios del siglo XVIII.

En la ciudad sumergida, el estanque artificial contiguo a la muralla creado por los ríos Júcar y Huécar, distingue las albuheras de San Antón, con funcionalidad económica, y la de Puenseca, como elemento militar defensivo. Con el empleo de la artillería esta última fue desecada y su superficie transformada en huertas.

En definitiva, el comportamiento de los elementos y de los factores climáticos tienen una clara influencia en el ser humano, en la ubicación de los edificios, en los materiales empleados, en los elementos constructivos, en las adaptaciones de los edificios a la lluvia intensa, al agua, a la nieve, al frío. El hombre ha sido capaz de superar las limitaciones impuestas por el clima luchando directamente contra sus adversidades. Es la impronta del medio…

Ana Eulalia Aparicio Guerrero

Profesora de Geografía de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de Cuenca