Este viernes se cumple el primer aniversario de la invasión de las tropas rusas en Ucrania. El 24 de febrero del 2022 y tras un mensaje televisado, Vladimir Putin, presidente de Rusia, decidió «llevar a cabo una operación militar especial» que se ha traducido en una guerra a las puertas de Europa cuya prolongada duración no se contemplaba inicialmente. Además de cobrarse la vida de miles de ciudadanos, este conflicto ha conseguido reconfigurar el tablero de la geopolítica y los diferentes acuerdos internacionales.
Se calcula que más de ocho millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar su país para encontrar refugio en otros países europeos desde el inicio de la guerra. España es uno de ellos: en estos doce meses ha otorgado protección temporal a casi 170.000 ciudadanos de origen ucraniano.
En Cuenca, más de 400 desplazados por la guerra han encontrado asilo bajo la protección y los servicios de Cruz Roja. La ONG se hizo cargado de atender a Kateryna Sobchuk, una de las refugiadas ucranianas residentes en la capital conquense que en este aniversario reflexiona sobre su situación tras su llegada a suelo español. Ella y su madre consiguieron abandonar su país en un momento de máxima escalada y tensión. Hasta el mes de julio, residían en casa junto a su padre y su hermano en la ciudad de Gostomel, cercana a la capital, Kiev: «Mi hermano es soldado del Ejército ucraniano pero mi padre, por su edad, no lo es», explica.
«El proceso migratorio fue muy complicado porque para salir del país primero fuimos a Moldavia, allí operaron a mi madre porque había tenido un trauma. Mantuvo muy poco tiempo de rehabilitación y de ahí nos pasamos a Rumanía. Durante este tiempo se fue recuperando de la operación. Fue un proceso muy largo y muy dificultoso», indica a Voces de Cuenca.
Sobchuk recuerda que su primera sensación al llegar a Cuenca fue de «silencio, paz, tranquilidad y seguridad» y a pesar de sus ochos meses en esta provincia, sigue anhelando todo aquello que la guerra le obligó a dejar en Ucrania. «Lo que más echo de menos es la vida anterior: mi estabilidad, mi casa, mis amigos, mi familia. Todo cambió de un día para otro», reflexiona.
Su vida allí era «una vida muy feliz», Kateryna Sobchuk detalla que «tenía trabajo, amigos, me sentía realizada, tenía estudios y conocimientos. Ahora comprendo que la vida ha cambiado, pero era muy feliz». No obstante, para conservar el calor de su círculo más cercano, sigue comunicándose a través de las facilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías, principalmente con su familia: «Mantengo contacto con ellos siempre y cuando sea posible. Mi padre tuvo que marcharse de la ciudad donde vivíamos y ahora vive en un pueblo porque es más seguro vivir en sitios pequeños. Mi hermano se quedó en la ciudad y suelo hablar con él. También permanezco en contacto con mis amigos, muchos ellos están dispersos por todo el mundo, en diferentes países, en mi misma situación. Por eso intentamos hablar para saber cómo estamos y cómo nos va a cada uno. Es lo que nos ha tocado vivir y de momento tiene que ser así».
A pesar del contexto que atraviesa su país, Kateryna Sobchuk pierda la sonrisa, «ahora me siento muy feliz por estar en Cuenca, es una ciudad pequeña pero muy confortable. Todo está cerca, la infraestructura permite llegar a los sitios fácilmente. Es una ciudad tranquila y me hace sentir protegida. Comparado con otros amigos que me cuentan sus experiencias en otros países, he tenido mucha suerte porque estoy bien y cuento con la ayuda que necesito. Sobre todo, por la atención que recibe mi madre. Ella lo necesita y eso para mí es muy importante. También es normal encontrarse con algunas dificultades, es normal, pero en general, he tenido mucha suerte porque me gusta mucho Cuenca», señala.
La situación por la que atraviesa Sobchuk también la conocen los otros muchos refugiados ucranianos que se encuentran residiendo actualmente en la geografía conquense, a los que también ha tenido la oportunidad de descubrir. «He conocido a mucha gente ucraniana tanto en los programas de Cruz Roja como en los cursos de español en la Escuela Oficial de Idiomas. Ahora también estoy retomando mis conocimientos de inglés y la mayoría de la gente es muy buena. Al final la vida sigue y hay que estar en contacto y hacer nuevas amistades».
Sobchuk cuenta con formación en el área turística, sector donde ha desempeñado su labor a lo largo de los últimos años. Volver a su puesto laboral supone, a día de hoy para ella, una utopía. Aunque no lo descarta: «Según los acontecimientos del último año, hacer planes para un futuro muy lejano es casi imposible, no es el momento. Tuve planes y se rompieron por la guerra. Ahora intento vivir el día a día, estudio, intento ampliar conocimiento, me gusta el idioma español. Se me dan bien los idiomas, hablo italiano, inglés… Probablemente tendría futuro aquí en España, también se me da bien la comunicación con la gente. Me gustaría seguir con mi campo del turismo, pero eso ya se verá más adelante», subraya.
Kateryna reconoce que una de las cosas que más le gusta de Cuenca es su clima. Cuando llegaron a la ciudad ella y su madre en pleno mes de julio, con unas temperaturas que consiguieron cautivarlas, sobre todo en invierno. «Para mí el clima es buenísimo, el invierno en Cuenca es lo más parecido al otoño en Ucrania, no paso frío porque estoy acostumbrada y ahora casi ya estamos en primavera: los pájaros cantan, la naturaleza es muy bonita y el paisaje es muy bonita».
Sobre el contexto político por el que atraviesa actualmente su país, la refugiada ucraniana reconoce que no esperaba la respuesta que han mostrado sus compatriotas a la hora de resistir frente a las tropas rusas. «No me puedo creer que ya haya paso un año de cuando comenzaron los bombardeos y la invasión en Ucrania. En aquel momento, cuando Rusia comenzó la guerra, la gente no se lo podía creer. Se escuchaba que habían lanzado misiles sobre mi país, pero no nos lo podíamos terminar de creer que eso estuviera pasando en el siglo XXI. Fue muy horrible para todos y además fue inesperado. Cuando ya las tropas rusas comenzaron a acerarse a mi pueblo y de tomar las ciudades cercanas tuvimos que marcharnos porque temíamos por nuestras vidas. Un año después, que los ucranianos sigamos defendiendo nuestro país es algo normal, porque es nuestro país y debemos luchar por nuestro país. No hay otra. Los ucranianos no tenemos otra opción porque solo tenemos dos: que nos maten los rusos, además de violarnos, o luchar por nuestro país», detalla.
Emocionada recuerda cómo vivió los primeros minutos del conflicto ordenado por Putin, «cuando comenzó la guerra estábamos durmiendo, los bombardeos empezaron a las primeras horas de la mañana. La gente estaba en estado de shock, era un caos total. No sabíamos qué hacer ni dónde ir», rememora la refugiada ucraniana y añade que «seguíamos las instrucciones que debía seguir la población civil. Bajábamos a los refugios antibombardeos o a los sótanos. El primer día estuvimos en nuestro refugio sin saber muy bien qué hacer, no nos creíamos lo que estába ocurriendo. Al día siguiente, nuestra región fue atacada. Tuvimos 10 minutos para volver a nuestra casa, coger la documentación y huir».
La inmensa mayoría de los ciudadanos de nuestro país en general y de la provincia de Cuenca en particular no han conocido una guerra de esta magnitud y a una distancia tan corta. Algo que contrasta con la vivencia que Kateryna Sobchuk, ella define a la guerra como «un horror, se pasa mucho miedo, algo difícil de describir, en esos momentos no tienes tiempo para las emociones, solo tienes que estar consciente y saber qué hacer de una manera rápida. No tuve tiempo de emocionarme porque tuve que actuar lo más rápido posible».
La gestión que ha realizado el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, a lo largo de este año es valorada muy positivamente por Sobchuk: «Hace su trabajo bien, encuentra ayuda por todo el mundo, tiene don de encontrar socios, de contar ayuda por todas partes. Es algo que hace bien, la mayoría de países están con él y yo también. Todo lo que puede hacer, lo hace», finaliza.