El primer recuerdo nazareno de Mari Carmen Martínez-Villaseñor

La ventrílocua Mari Carmen repasó sus "momentos inolvidables" en la Semana Santa en un artículo publicado originalmente en la edición de 2011 de Clariná, la revista nazarena editada por Voces de Cuenca

La ventrílocua Mari Carmen Martínez-Villaseñor Barrasa repasó sus «momentos inolvidables» en la Semana Santa de Cuenca en un artículo publicado originalmente en la edición de 2011 de Clariná, como así se llamaba por aquel entonces la revista nazarena editada por Voces de Cuenca cada año. A continuación se reproduce el texto íntegro:

Momentos inolvidables” 

Mari Carmen Martínez-Villaseñor Barrasa

 
Me resulta fácil echar la vista atrás y recordar momentos vividos en Semana Santa, porque es algo que todo conquense llevamos muy dentro. Hablar de nuestra Semana Santa es hablar de sabores, olores y sensaciones difíciles de olvidar… Días antes, la Cuenca Nazarena huele a magdalenas recién horneadas y se tiñe tímidamente con los colores que toma prestados a la incipiente primavera y, como por arte de magia, vienen a la memoria aquel tiempo en el que todo era nuevo; todo nos sorprendía… Desde siempre he tenido noción de la Semana Santa, aunque hay un momento puntual en el que se pude decir que tomé verdadera conciencia de lo que significaba.

Recuerdo, cuando tenía alrededor de cinco años y mi hermana Victoria siete, que nos pusimos de acuerdo – naturalmente a espaldas de mis padres, y sin su permiso-, para escaparnos ce casa e ir a ver la procesión de las seis de la mañana. Habíamos oído hablar de la famosa procesión de ‘Las Turbas’, desfile al que nunca hasta entonces habíamos asistido…

Tomamos nuestras precauciones aquella madrugada, y, sigilosamente, nos levantamos de la cama y salimos a la calle en busca de la procesión. Salimos de casa cogidas de la mano, aterradas de miedo y ateridas de frío –aun recuerdo los abrigos de cuadros y los gorritos azules con borla a un lado que llevábamos las dos hermanas- corriendo calle abajo para alcanzar la procesión, hasta que conseguimos darle alcance a la altura de la Plaza de José Cobo, popularmente conocida como la ‘parad de los taxis’, lugar donde mis tíos tenían su casa y en al que se encontraban mis padres en el balcón, esperando el paso del Nazareno…

Mi madre, tan encantadora como despistada, sí reparó en las dos niñas que veía en la acera aguardando el paso de la procesión en la calle, y dirigiéndose a mi tía María –madrileña castiza- le comentó: “¡Mira que niñas tan ricas van por ahí. La dos van vestidas iguales! ¡Fíjate que gorritos mas graciosos llevan. Seguro que son hermanas!”. Mi tía María fijó la vista en aquellas niñas y sin salir de su estupor dijo: “Claro que van vestidas iguales y deben ser hermanas. ¡Victoria, pero no te das cuenta que son tus hijas!!!….

Vimos por primera vez la procesión de ‘Las Turbas’, desde un lugar privilegiado, y lo que es mejor aún, no hubo castigo ni reprimenda por la desobediencia o el atrevimiento de salir solas de madrugada a la calle. Fue mi primer contacto con la Semana Santa, momento que marcó un antes y un después en mi vida. Fue la toma de contacto con algo tan espectacular como es la Semana Santa de nuestra ciudad, cuya fama ha trascendido nuestras fronteras y de la que, de alguna forma, somos responsables de que siga siendo admirada, valorada y respetada, cada cual desde su propio punto de vista: religioso, tradicional o como hecho cultural.

Siempre que vuelvo a Cuenca por estas fechas, vienen a mi memoria aquellas sensaciones del pasado…. Y aunque ya no pueda volver a sentir el aroma de las magdalenas recién hechas, nunca dejaré de experimentar la misma emoción que tuve cuando oí por primera vez el ronco tambor de las turbas en la madrugada del Viernes Santo, acompañando en su dolor el paso lento del Nazareno del Salvador caminando hacia un destino inevitable.