El nuevo expolio del Hospital Virgen de la Luz

Por Antonio Melero Pita

Cuenca vuelve a ser moneda de cambio. Después de arrebatarle el tren regional y convertir su trazado en aparcamientos, el Gobierno regional parece dispuesto a repetir la jugada con el Hospital Virgen de la Luz. Lo que fue durante décadas un símbolo de servicio público, accesible y céntrico, podría acabar siendo otra pieza en el tablero de la especulación urbana.

El anuncio de “usos públicos, vivienda y empleo” suena amable, casi tranquilizador. Pero cuando las palabras son vagas, el peligro es grande. Nadie concreta qué tipo de viviendas se proyectan, qué clase de empleo se generará, ni qué parte de lo público seguirá siéndolo. El guion, por desgracia, es viejo: se vacía un edificio emblemático, se lo declara obsoleto y, más tarde, se lo vende troceado bajo el disfraz del “progreso”.

No hay progreso en desplazar un hospital fuera del corazón de la ciudad. No hay justicia en convertir lo común en negocio. El traslado a los arrabales ha supuesto pérdida de accesibilidad, más tiempo para los pacientes, dificultades para los trabajadores y un nuevo golpe a la integración urbana de Cuenca. Ahora, lo que era patrimonio de todos corre el riesgo de convertirse en oportunidad para unos pocos.

La ciudad asiste impotente a un patrón que se repite: primero fue el tren; después, el hospital. Servicios esenciales que desaparecen del centro en nombre de la modernidad, pero que dejan tras de sí un rastro de abandono. Cuenca se vacía no sólo de infraestructuras, sino de sentido.

El Hospital Virgen de la Luz no necesita “usos mixtos”. Necesita respeto. Cuenca no pide privilegios: pide coherencia, planificación y dignidad. Lo público no se vende, ni se trocea, ni se disfraza de proyecto inmobiliario. Y cada vez que se hace, se consuma un expolio que ni el mármol ni las promesas podrán tapar.