Raquel Millas gana el certamen de relatos cortos nazarenos de El Resucitado

El texto será publicado en la revista digital de la hermandad 'Surrexit Vere 2021' y se le hará entrega de un trofeo acreditativo en un acto que se diseñará cuando las condiciones sociales lo permitan

La Venerable Hermandad de Jesús Resucitado y María Santísima del Amparo ha acordado otorgar el premio del Certamen de Relatos Cortos 2020 a Raquel Millas Naranjo. Su relato, que fue presentado bajo el pseudónimo ‘Caridad del Júcar’, lleva por título ‘Luces de Pasión’.

Según indica la hermandad, será publicado en la revista digital ‘Surrexit Vere 2021’, y de igual manera, se le hará entrega de un trofeo acreditativo en un acto que se diseñará cuando las condiciones sociales lo permitan.

Este es el texto íntegro ganador del certamen:

Luces de pasión

Escucho el impregnante olor a incienso de la tarde del Jueves Santo, inhalo el enmudecido sonido de las horquillas por la Calle del Peso, palpo el incesante pasar de luces de tulipas bajo los arcos y siento cada resonar de tambores que asciende por San Felipe. Y lo hago desde uno de los lugares donde las procesiones son de nazarenos luciendo túnicas blancas y capuces sin cartón, donde lo que portan los valientes banceros no son precisamente tallas de madera, y donde la banda de cornetas lo que entona no son piezas musicales capaces de ponernos los pelos de punta a cualquiera que las escucha.

Aquí los vellos se erizan al conocer que uno de los integrantes de esta Hermandad ha tenido que acudir a la llamada del Dios Padre que debería estar desfilando por las calles de nuestra ciudad. Y no son solo los domingos cuando se alzan las palmas al viento o vuelan palomas, no; cuando aquí un hermano logra por fin llegar a su Jerusalén también lo hacemos.

Este año la Semana Santa no sacará sus pasos a relucir ni los devotos los acompañarán en su solemne recorrido, pero ¿quién es aquel que se digna a decir que no hay Semana Santa? Porque conquenses, siempre en esta ciudad hay Semana Santa y es esa que llevamos dentro de nosotros. Aun siendo días grises y de incertidumbre sentís la pasión y salís a los balcones, ese pequeño espacio de la casa que ahora os hace tan grandes, a colocar una tulipa portando una vela que ilumine la desesperanza que a veces nos acecha; salís a hacer sonar vuestro ronco tambor y desafinado clarín para decir al resto que sí, que aquí y así somos los conquenses y así, con esta fuerza, superaremos esta desdicha.

Y en este lugar también hay Semana Santa. Al ritmo marcado por los tambores, cada uno llevamos el peso del banzo al hombro, el peso de nuestra cruz. Pero igual que Cristo murió por nosotros, los sanitarios lo hacemos por aquellos que acuden aquí en busca de su “Salvación”.

Y es que el otro día, Lunes Santo para ser exactos, me encontraba en la habitación de Horacio, un señor de ochenta y seis años ingresado en el Hospital Virgen de la Luz. Mientras le realizaba las revisiones y tratos rudimentarios me comentaba con los ojos cristalinos y la voz temblorosa su devoción hacia Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna. Había sido hermano desde que era un niño al que le queda toda una vida por delante. Todos los días como aquel, había servido su ayuda en la puesta en andas limpiando la talla, atornillando las figuras… hasta que la edad le impidió hacer más que brindar su presencia y apoyo a las nuevas generaciones que proporcionaban luz a la Semana Santa conquense. Año tras año había portado la figura por nuestras calles, respirando pasión en cada instante que acompañaba a Jesús. Me comentaba que este año era él quien se sentía amarrado a una columna de la que no sabría si podría soltarse, pero lo haría por su familia y sus nietos, aquellos a quienes les había inculcado su fe y a quienes ahora dejaba las riendas. Pero es que esta vez los latigazos no nos los daba el sayón, sino que lo hacía la vida. Y las heridas de
nuestras espaldas duelen, duelen como cada uno de los hermanos que ante nuestros ojos se han marchado al Reino de los Cielos. Y así lo hizo Horacio el Jueves Santo. Un poco antes de las cuatro de la tarde tuvo que cruzar cauteloso el puente de San Antón, y lo hizo con miedo pero con la seguridad de que su Amarrado lo hacía con él al son de la marcha “Amarrado a la columna”.

La tulipa de Horacio se había apagado esta Semana Santa pero estaba seguro de que, más cerca de Dios que nunca, encendería otra luz para alumbrarnos en la del año que viene. Y en ese preciso momento supe que hay tantas Semanas Santas como sentimientos y vivencias haya, y tuve aún más claro que sí, que este año sí había habido Semana Santa.