Un Martes Santo repleto de tulipas en el que Cuenca se vistió de sí misma

Elevada participación en las filas de las hermandades de El Perdón, que casi logró replicar la agilidad de 2019 y estuvo repleta de tributos a los cofrades difuntos

Dice el Diccionario de la Real Academia Española que un disfraz es un «artificio que se usa para desfigurar algo con el fin de que no sea conocido» o, en otra de sus acepciones, «simulación para dar a entender algo distinto de lo que se siente». De acuerdo con ambas definiciones un disfraz es la antítesis al hábito de las hermandades de Cuenca. Los conquenses se han vestido en este Martes Santo de lo que son para, por fin, parecerlo. Los streptease del alma son opuestos a los del cuerpo. Tras casi tres años camuflados con ropajes que tapaban su verdadero ser, las gentes de esta tierra han vuelto a reconocerse en el espejo cubiertos de capuces blancos, morados, granates, verdes y oro viejo. Si en las dos procesiones anteriores la noticia fue el multitudinario respaldo de los espectadores -que volvió a darse-, en El Perdón hay que focalizarla en la masiva presencia en las filas. Una catártica demostración de religiosidad popular. 

Los pronósticos llevaban más de una semana colocando iconos de grises nubes y gotas sobre este 12 de abril. «El resto bien, pero el Martes no se libra», se había escuchado una y otra vez en las tertulias de temática meteorológica de los estertores de la Cuaresma. Pero se libró: el agua anunciada se quedó a unos cuantos kilómetros de Cabrejas, la tarde estuvo hasta templada y la incipiente madrugada no llegó demasiado fría. Hasta algunas nubes tuvieron la deferencia de retirarse para mostrar unas cuantas estrellas, en desleal competencia con el firmamento de unas tulipas que, acumuladas y correlativas, parecían un gigantesco altar de lamparillas de difuntos flotando en el aceite del laberíntico mapa urbano. Mariposas de cristal. Hasta 2.000 velas entregó a sus integrantes la Esclavitud de Jesús de Medinaceli, según informó la Junta de Cofradías. 

Tiempos muy similares a los de 2019 

El cortejo se inició por segunda edición consecutiva a las siete de la tarde y de forma simultánea en San Felipe Neri y en El Salvador. El adelanto de la hora de comienzo, la organización de la subida (con Jesús de Medinaceli encabezándola) y cumplimiento del tiempo del descanso propiciaron resultados muy similares a los obtenidos ya en la experiencia piloto de 2019. La procesión terminó sobre las dos y cuarto de la madrugada, unos 20 minutos más tarde que hace tres años, pero sin sobrepasar las tres de la madrugada o frisar las cuatro como ocurría sistemáticamente en el pasado. Gracias a eso, el listado de bajas en las filas no fue tan acusado y el tramo del recorrido Calderón-Carretería-Aguirre-Las Torres muy arropado de público. Bien es cierto que hubo aporte extra por motivos aparentemente extrasemanasanteros: los aficionados al fútbol que habían estado esperando que terminara el prorrogado partido del Real Madrid para ir a ver el desfile se incorporaron también en esa céntrica vía.  

El ascenso a la Plaza Mayor había especialmente rápido, con el Señor de la Esclavitud entrando por los Arcos del Ayuntamiento a las 19:45 y la Esperanza una hora más tarde. Esa ventaja se perdió levemente en un tramo final donde el cansancio se dejó notar en algunos banceros -mucha diferencia de inicio a término, de fuerzas intactas a agotadas- o se produjeron algunos cortes entre hermandades que hubo que ir remendando, pero el tono general fue compacto y fluido, sin que la rapidez restara solemnidad, más bien todo lo contrario. La excepción fue, como siempre, la Plaza Mayor, donde la condición de merendero se impone a la de Estación de Penitencia, especialmente en jornadas tan populosas. Luego, sobre todo en la bajada, el respeto y el silencio.

Contra la violencia machista y en recuerdo de López Calvo

Con mucha fuerza había iniciado su cortejo la hermandad de San Juan Bautista, cuyo titular estrenaba una corona de plata confeccionada artesanalmente por el joyero cordobés Jesús de Julián y donada por una familia. Espoleado por las trompetas heráldicas -que anuncian el derrumbe de las murallas de nuestro Jericó interior- y por los ritmos de la banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías, resolvió con solvencia el primero de los retos, la curva de El Peso. Es como si a un estudiante le clavan examen parcial, que cuenta mucho para nota, el día de la presentación y sin pestañear saca matrícula de honor. 

La cofradía estuvo acompañada como es tradicional por los directivos del Colegio de Veterinarios, que alguien debe cuidar al ‘borrego’. En los cetros que portaban los profesionales lucían dos rosas blancas que fueron entregadas a los hijos de Cristina, asesinada el 4 de abril en Nohales. Para ella, que estaba muy ligada a esta corporación, y para todas las víctimas de la violencia machista, hubo oraciones y solidaridad de la Cuenca nazarena.

La comunidad semansantera no olvida a sus difuntos. El Precursor giró hacia el Hospital de Santiago y El Bautismo fue recibido por primera vez en su entrada a la Plaza Mayor con una petalada cargada de significado. El artífice fue Eduardo Ortega, ya ideólogo de otro lanzamiento de pétalos desde el Ayuntamiento por el XX Aniversario, quien lo ejecutó en esta ocasión como caricia póstuma para su madre Tere García, quien siempre se ponía en ese rincón final de la calle San Pedro para ver la llegada de las sacras esculturas. 

El conjunto, que estrenaba en sus andas un conjunto de doce medallones estructurados según el Vía Crucis que presidió san Juan Pablo II en 2002 y que están inspirados en pasos conquenses, evocó también la figura de José López Calvo, fallecido el último verano. Del «maestro» López Calvo, como subrayaba Fernando Ugeda, director de la banda de Las Mesas. La agrupación musical manchega interpretó la marcha ‘Toque, marcha y salve por la Procesión de El Perdón’, compuesta por el que fuera exitoso director de la Banda del Rey, con un solo de trompeta conmovedor. Los intérpretes de estos instrumentos colocados en la cabecera de la agrupación musical, en el espacio habitual de la percusión, mientras que los banceros trazaban de una la curva del Escardillo y la de la UIMP.  Simbiosis una vez más entre músicos y portadores, cada uno tejiendo belleza en su negociado. 

La generación sin procesiones que ya amortiza las crucecitas

La banda meseña también había evidenciado una íntima relación con La Magdalena en la subida, para la que preparó un cuidado repertorio. La femenina talla iba especialmente radiante, bella y dosificando esas lágrimas que desinfectan las ofensas. Estrenaba un vestido, donado por una familia de la Hermandad. Ha sido confeccionado por el Taller de Bordado San Julián a partir de un vestido de novia de seda salvaje en blanco roto. También vestía un mantolín de oro viejo. Filas muy nutridas, con una pujante fila del centro, de esa generación que quedó sin procesiones pero que está amortizando con voracidad sus crucecitas, salvo que haya tocado pasar ya al estadio de la tulipa. 

Oyó la valiente discípula el cántico de ‘Maria Magdalene» de Gabrieli a cargo del Coro del Conservatorio en las escaleras de San Felipe. Antes los miembros y exmiembros de la entidad musical habían entonado un Miserere que sonaba a reconquista y también dedicarían el Stabat Mater de Tartini a la Esperanza.

Medinaceli y la Banda de Cuenca también ejercieron de pareja bien avenida, con musical adaptación al tono que exigía la jornada. La Esclavitud, que tuvo que doblar filas durante gran parte del itinerario, por fin pudo mostrar en la calle las mejoras aplicadas en 2020 sobre las andas para mejorar «el alzamiento y vistosidad» de la talla. Entre los duelos particulares que trajo a la noche de El Perdón estaba la añoranza por Antonio de Conca, que tantas veces portó su guión y para el que se giró la imagen en la Anteplaza.

A La Esperanza, con mayúscula de María Santísima, fue a la que se encomendaron tantos creyentes en estos años de temor e incertidumbre. La que nos aferró a la serenidad frente al vendaval de la desesperación mientras las saturaciones caían en picado en los oxímetros y los periódicos se llenaban de malas noticias. Este año estaba lista para recibir gratitudes o nuevas peticiones. Entre luces naturales, que a veces exigieron un recurrente trabajo de los veleros, lucía radiante con su nuevo pecherín bordado en oro fino del taller de la hermandad. Así la recibió con su motete el Coro de la Catedral, que aguardaba su salida de San Andrés.

También desfilaba la asociación de fieles por primera vez con su insignia del Senatus, diseñada por Adrián López Álvarez y ejecutada por el taller de la hermandad, al igual que el ceremonial libro de estatutos, que que en su interior cuenta con grabados de la Biblioteca Nacional sobre la vida de la Virgen, réplica de los de Alberto Durero.

Muchas tulipas también entre la marea verde y blanca, cuyo partener musical fue la banda de Mota del Cuervo, otro rincón de la provincia vistiendo de corcheas y complicidad la noche en la que Cuenca se vistió de ella misma.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DE LA PROCESIÓN:

CONCURSO DE FOTOGRAFÍA DE VOCES DE CUENCA: GALERÍA DEL MARTES SANTO