En la provincia de Cuenca, las fortalezas medievales se alzan como guardianes de la memoria. Algunas se muestran casi intactas o reconstruidas, orgullosas, mientras otras sobreviven como ruinas que invitan a imaginar tiempos de frontera. Cada una revela una parte de la historia de este territorio: luchas de poder, arquitectura defensiva y relatos que han traspasado los siglos. El territorio conquense es prolijo en este tipo de edificaciones. Según varias estimaciones que sitúan la cifra hay 175 castillos o similares en la provincia, una cifra que solamente superan en España Jaén, Guadalajara y Zaragoza. Entre tanto, es complicado seleccionar un ranking con los mejores sin que interfiera en la criba algo tan subjetivo como el gusto por un estilo u otro o implicaciones localistas. Por eso se ha pedido a la Inteligencia Artificial (tanto a ChatGPT de IA) como a DeepSeek que elabore su listado con los cinco mejores castillos de Cuenca.
1. Castillo de Belmonte
Edificado en 1456 por orden de don Juan Pacheco, marqués de Villena, es una de las fortalezas góticas más singulares de España. Su planta en forma de estrella y sus torreones circulares lo distinguen de otros castillos peninsulares. Tras un largo periodo de dificultades, fue restaurado con rigor en el siglo XIX gracias a la emperatriz Eugenia de Montijo, lo que junto a otras intervenciones posteriores ha permitido que hoy luzca como un conjunto apabullante. Sus salones recrean la vida cortesana, y sus almenas ofrecen vistas infinitas sobre la llanura manchega. Además, su papel como escenario cinematográfico —de El Cid a Los señores del acero— añade un matiz contemporáneo a su leyenda. Tiene un amplio programa de visitas y actividades.
2. Castillo de Alarcón
El emplazamiento de este castillo explica su importancia: un meandro cerrado del Júcar protege la villa por tres lados, mientras las murallas y la torre del homenaje cierran el círculo defensivo. Su origen se remonta al siglo VIII, en plena ocupación musulmana, aunque fue ampliado tras la conquista cristiana en 1184. Hoy, convertido en Parador, conserva la impronta medieval y ofrece al visitante la posibilidad de dormir o tomarse un café en estancias que fueron escenario de asedios y pactos. Desde sus murallas se contempla un paisaje quebrado, que convierte a Alarcón en uno de los ejemplos más bellos de integración entre naturaleza y fortificación, probablemente el pueblo más bonito de Cuenca.
3. Castillo de Moya
Pocas fortificaciones impresionan tanto como Moya. Es una villa fortificada que llegó a contar con fuero propio y amplias murallas de más de un kilómetro de perímetro. Fue enclave clave en las luchas fronterizas (casi en sus inmediaciones confluían los reinos de Castilla, Aragón y Valencia) y alcanzó notable importancia durante los siglos XV y XVI. Hoy, aunque en ruinas, su extensión y estructura permiten comprender su grandeza. Torres semiderruidas, portones monumentales e iglesias dentro del recinto conforman un lugar que es al mismo tiempo arqueológico e imaginario. Y entre ese panorama destaca lo que queda de su Castillo. Caminar por sus calles desiertas transmite la sensación de estar en una ciudad dormida, detenida en el tiempo.
4. Castillo de Cañete
Este castillo de origen musulmán domina la villa serrana desde un risco. Integrado con un recinto amurallado que aún se conserva en buena parte, fue pieza estratégica en la defensa de la frontera con Aragón. Sus murallas, reforzadas tras la conquista cristiana, siguen marcando el perfil del pueblo. En algunos lugares, los muros alcanzan los veinte metros de anchura, fruto de reformas posteriores. Una de la más importante fue la del siglo XV, que adaptó la fortaleza medieval al uso de artillería, haciéndola más resistente a los cañones. Durante las guerras carlistas, el castillo sufrió una profunda transformación, destinada a reconvertirlo en fuerte artillero.
5. Castillo de Garcimuñoz
Más allá de su valor arquitectónico, que lo tiene sin duda, este castillo es recordado por la historia literaria que alberga: en sus inmediaciones resultó mortalmente herido Jorge Manrique en 1479, en la batalla contra las tropas de los Reyes Católicos. La fortaleza, de planta cuadrada y con torreones semicirculares, ha sido restaurada y cuenta con un centro de interpretación que permite recorrer su evolución y su papel en los conflictos bajomedievales. Es un lugar donde las armas y las letras se cruzan: la memoria de Manrique envuelve las piedras y convierte la visita en un ejercicio de historia y de cultura. Además, se ha restaurado con un planteamiento plenamente audaz y contemporáneo: arriesgado pero desde luego original.