José Miguel Carretero Escribano
«Escribí este texto en diciembre de 2024 por encargo de José Manuel Vela, Secretario de la RIVC de Nuestra Señora de Las Angustias, a la cual pertenezco, y fue publicado a comienzos de 2025 por la Cofradía. Ahí, hace diez meses, imaginé la Procesión de este próximo sábado 4 de octubre. Lo comparto ahora, tal cual, sin modificar ni actualizar: lo esencial permanece».
El ángel del Señor anunciará la Epifanía Mariana, heraldo del amor correspondido. Y será primavera en otoño, por la gracia de Dios, para la Cuenca gaya y galana de las ocasiones grandes, sorprendida y feliz.
Nada nos une más que Las Angustias, ahora y siempre, hoy como ayer, por los siglos de los siglos que a éste seguirán mañana. Y ese sentimiento, inefable y glorioso, pío y filial, purísimo y sencillo, hacia la Virgen doliente y protectora, te identifica y guía.
Repican las campanas pregonando cien años de Hermandad. Suerte inmensa la nuestra el haber vivido buena parte de ellos, la vida toda, y hacerlo de la mano de los mejores maestros jamás marchados: sigue siendo imprescindible su consejo, susurrado en el alma. Y rutila su luz, ya perpetua, iluminando las precisas certezas.
Se alza la historia entera y verdadera, expuesta en plenitud y belleza. Fedatarios y firmes, cual columnas miliarias, nos la ofrecen, uno a uno, magnos y deseados, los volúmenes de “Cofradía”, ese esfuerzo extraordinario y formidable, sucesión de tesoros y de hallazgos, de muy cuidados textos e imágenes flamantes, rescatadas y libres.
Fue de ello precursor un entrañable libro, alumbrado en su punto y momento, oportuno y exacto desde el título: “… 50 años más …”. Era mil novecientos noventa y dos, cinco décadas de la Virgen de Marco, acaso la edad misma de María, real y Reina, mujer en madurez, Madre de Cristo, en el trance del Calvario de cruz y encrucijada, crucial y salvador.
Me emociono volviendo a abrirlo con unción, igual que la primera de las muchas veces, intemporales todas; apenas unas pocas personas, hermanos y hermana, de quienes en él constamos muy honrados partícipes, aún caminamos hoy desde este lado de la Procesión. Y desde el otro, infinito, los demás, adelantados, nos abrazan y signan y bendicen.
Y me detengo en un dibujo a carboncillo, delicado y bonito, de la Plaza de San Andrés, impar y en página par, firmado a la derecha al pie. A su autora, varios años atrás, le había hecho una foto muy valiosa su padrino del alma, perfilada ante la portada pétrea de ese Templo a ratos como tal supérstite y junto al árbol frondoso, periclitado e inocente.
Era un Viernes Santo claro y tibio, ya casi mediodía, aguardando la salida de la Virgen entonces desde allí. Y en esa maravillosa espera su mirada fulge. Con honor viste la morada túnica y ciñe su grácil talle el ancho fajín, negro como el capuz afilado y enhiesto. “Es que yo soy de Las Angustias”. Y ella la preciosa muchacha que me enamoró.
En viaje ideal me traslado, ya más cerca. Al dos mil diecisiete, por mayo, mes de María, para la inolvidable Coronación Canónica de Nuestra Señora. Todo fue gloria, nacida del trabajo y la pasión. De principio a fin, elegante exquisitez. Conmovedora la respuesta de nuestros pueblos menguados, garantes de la veraz memoria. Luminosa y solemne la Misa Pontifical, oficiada al aire libre. Triunfal la Procesión. Transfigurada Cuenca. Tuve el privilegio de contarlo y antes intuirlo, cuando quise posar a los pies de la Virgen, descalzos y maternos, un humilde manojo de rosas sin espinas.
Y ahora que estoy mostrando compartido el relicario íntimo del cariño, te recuerdo, hermana. Cada Sábado de Pasión contigo nos reuníamos tras de la Virgen, para con Ella hacer su santo tránsito, el primero, ese que prologa en anhelos La Semana. Era el reencuentro, cruzando el Júcar verde, bordeando el Huécar plata; aguas arriba la corriente humana, devota y entregada; centinelas los mirlos.
Dibujaba tristuras el sudario inalcanzable y se estrechaba el camino. Tiritando crepitaba la llamita encendida del liviano cirio, delgado y frágil como tú, entre las ateridas manos. Ya casi arribando a puerto, sonó delante la Banda y cantamos juntos el Himno: “Salve, Madre Querida, Virgen de las Angustias…”. La noche se venía encima desde la Hoz, sobre el Socorro, presagiando evidencias. Luego todo pasó.
Y aunque no será igual, yo sé que volveremos, para decirle Madre mía a la Madre nuestra y querer enjugarle las transparentes lágrimas. Y alzaremos los ojos hasta hallar en el azul la estela de tu estrella.
Vivaz pervive nuestra Real, Ilustre y Venerable Cofradía. Persevera en su perennidad. Reza y labora. Y en esta hora, en el cien, dará el ciento por uno, hasta hacer realidad lo que soñado fue: una Procesión de ensueño, jamás vivida, quizás irrepetible.
A su fraterna llamada han respondido, leales y solícitas, las demás Hermandades que en esta Ciudad nuestra dan en la calle culto a la Madre de Dios: hiperdulía lo llaman los sapientes teólogos, asombrosa conjunción los mariólogos; sencillamente amor los conquenses, buenos entendedores.
Se reunirán, sumándose también y tan bien la más antigua advocación en Cuenca, Sagrario que en la Seo mora. Brillarán en apogeo las teselas del mosaico recrecido. No hará falta ensayar lo que saber hacemos tan a ciencia cierta. Sí que nos miraremos, risueños y expectantes, trajeados de fiesta, cada cual en su puesto dispuesto, cuando despierten al silencio los primeros tambores.
Y por Ella, única y sin igual, seremos Esperanza y Amparo, Soledad y Amargura. Y Dolores. Y Angustias. Y Luz. Benditos nombres, muy propios de las mujeres de esta tierra, singulares y plurales; nada comunes.
Parpadeará la añeja Cuenca ante lo nunca visto en toda su existencia. Tañerán campanas recias en El Salvador y con voz adolescente en Las Monjillas. Un animado bosque de Guiones, guiando, claro, dará su magistral lección de perspectiva en San Francisco y en Carretería.
Y luego ascenderemos decididos, por la familiar ruta que marcó esa vida nuestra que llevamos a cuestas, entre hiedras y rejas y añoranzas.
Se alargará la tarde para nada perderse y acariciar su sol los mantos de las Vírgenes todas, sin querer despedirse.
Al paso del desfile, regalarán celestiales fragancias las primorosas flores que las andas exornan, escogidas y divinas: orquídeas y azucenas, bouvardias y claveles; sobremanera rosas, blancas, color pureza.
Relampaguerán los flashes, pacíficas saetas que no hieren, conforme anochezca ya cruzando los arcos de la Plaza. Hasta besar el rostro de María.
Y nos iremos con Ella.
Algo así debe ser la Vida Eterna.
Cuenca, Diciembre de 2024.