La distancia: El otro enemigo

Hijos de Luis Fernández Moral

Todo ha cambiado.
Desde que este bicho ha irrumpido sin permiso en nuestras vidas, todo –absolutamente todo- ha cambiado.

Como en tantas familias, la nuestra ha vivido los cambios, primero afrontando aquel primer día de confinamiento con una actitud de novedosa estoicidad, y luego teniendo que redescubrir a nuestro enemigo en uno más difícil de combatir que el propio COVID19: LA DISTANCIA.

Hemos tenido la mala suerte de que nuestros padres han sido infectados pero afortunadamente han estado juntos. Que tus padres compartan habitación de hospital precisamente en estos días puede sonar extrañamente tranquilizador. Y es que saber que la soledad no les está ganando también esta batalla acaricia el alma como queriendo suplir aquello que únicamente puede ser recibido en un mensaje o una (video) llamada. Por mucho que hayamos acabado 1 – 1 en este partido, hacerlo sin el abrazo de los tuyos hace que tenga un sabor a gran derrota medida en metros.

Desde el primer día hemos visto como todo iba sufriendo esa transformación impuesta. La farmacia de siempre controlaba que no hubiera más de dos clientes buscando respuestas. El centro de salud donde comenzó todo, bloqueaba el paso por oportuna precaución mientras ofrecía mascarillas fabricadas con gomas, grapas, papel y cariño. En urgencias, se cambiaban las batas de protección hechas a base de bolsas de basura por buzos recién llegados mientras se habilitaban nuevos boxes en el policlínico y los quirófanos se transformaban en improvisadas aunque insuficientes camas para UCI. La informadora intercambiaba su seguridad por nuestra tranquilidad 14 horas al día. La puntual llamada de la Doctora Mera, empeñando su descanso por dedicación, informaba de una evolución lenta pero favorable. Los cuidados de enfermería que minuto a minuto se daban a una familia en lugar de dos pacientes “dieciséis-barra”. Una analítica compatible y unas sospechas fundadas se tornaban en inútil positivo con la llegada de reactivos. Las esperanzas se velaban oscuras cuando las fuerzas fallaron y los respiradores fueron justificadamente insuficientes. Finalmente, la habitación 126 hizo las veces de aislado tanatorio donde nuestra madre no recibió los abrazos de nadie y donde nuestro padre se quedó a la espera de recibir los guiones de sus hermandades también confinadas.

Todo ha cambiado y todos hemos cambiado.

Pero si hay algo que sobresale en toda esa metamorfosis es que, absolutamente en cada momento, hemos recibido el apoyo de GRANDES PROFESIONALES que han mostrado su mejor faceta y que han volcado sus esfuerzos en que el otro enemigo se mantenga lejos a base de dosis de humanidad y entrega profesional.

En estos momentos tan difíciles de afrontar han sido reconfortantes las palabras y demostraciones de reconocimiento hacia nuestro padre Luis, que están haciendo que este duro camino sea un poquito más fácil.

GRACIAS al servicio de Urgencias y de la 1B del hospital «Virgen de la Luz».

GRACIAS a las Juntas Directivas de la Archicofradia de Paz y Caridad, a la V.H. «Nuestro Padre Jesús Caído y La Verónica» y a la R.A.I.V. Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de » El Salvador».

GRACIAS a todas las asociaciones y particulares que le habéis homenajeado con el recuerdo de su participación en su faceta ligada al folclore y a la cultura en general.

GRACIAS a familiares y amigos que a pesar de la distancia han conseguido que los sintamos muy cerca.

MUCHAS GRACIAS MAMÁ por acompañar a PAPÁ hasta el final cuando todavía estabas convaleciente.

A todos ellos, MUCHAS GRACIAS.