El retrato

F. Javier Moya del Pozo

Un  cuadro al  lado de un cuerpo encerrado en un féretro…  Un hombre bueno, casi centenario, con una extensa familia, y un retrato, en acrílico sobre lienzo, que sabe describir perfectamente   el sentimiento del autor hacia el retratado.

Y unos hijos, que, por no mirar hacia el  padre fallecido, observan atentamente, con devoción, con ternura, el mensaje que Jose María, su padre,  les envía desde esa tela: “ aquí estoy, no me he ido, os acompaño, en vuestra tristeza, pero sobre todo, en vuestra esperanza. Y en la gratitud por el tiempo compartido, por vuestras risas, vuestros cuidados y vuestra permanente memoria”.

Soy un completo ignorante en materia de pintura; pero,  desde muy jóvenes, el autor del retrato me enseñó, no sin mucho trabajo y tesón por su parte, de que el arte no es parte de la vida: es la propia vida; ese campo que recoge nuestras aflicciones, nuestras alegrías y, también, desde luego, nuestros mensajes de petición de auxilio, de necesidad de compañía y, sobre todo, nuestro deseo, más bien casi una necesidad, de levantarnos y seguir peleando.

Tiempos difíciles, querido Josemari;  días en los que la pandemia ha superado a quienes  deberían  conducirnos a vencerla  y que, a los ciudadanos de a pie, nos ha  dejado inmersos  en  un estado de temor y fragilidad que impide ( sabes que lo he conocido de primera mano) poder expresar debidamente a nuestros seres queridos todo aquéllo que, ante su ausencia terrenal, sale  de nuestro corazón violentamente, como un géiser;  tal vez muchas palabras que debimos decir y quedaron guardadas para encontrar el momento más oportuno que jamás se presentó….Al menos tú, con ese cuadro en el que tan bien retrataste a tu padre, diste con el secreto del amor filial,  que no es otro sino dedicación y atención, interés para  conocer  a quien tanto te ha dado en esta vida, y a quien tanto se ha de agradecer. Hecho esto, retratarlo, acompañarlo a dar un paseo, tomar una cerveza con él; …todo  es lo mismo; porque, aun sin esforzarte, sin apenas ser consciente de ello, aquéllo se impregna, indefectiblemente, de amor.

Sigue pintando, sigue dibujando; termina ese árbol cuyas raíces van más allá del lienzo, para encontrar arraigo en esa pena que ahora sientes y que se transformará, por mor de tu genio y del afecto hacia tu padre, en una obra maravillosa.

Y fírmala como siempre, orgulloso del apellido heredado  del malagueño hacedor de chistes, de crucigramas y monaguillo impenitente en la capilla de Cáritas: Lillo.