Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son enfermedades mentales graves en las que la persona que los sufre tiene una relación alterada con la comida y con su imagen corporal. Estas enfermedades generan un deterioro físico en la persona, pero también producen un deterioro psicológico muy relevante, poniendo en entredicho su salud física y emocional y su calidad de vida al afectar su vida a diario con una repercusión importante a todos los niveles.
La anorexia nerviosa (restricción de la ingesta alimentaria) y la bulimia nerviosa con carácter purgativo (deshacerse de la comida ingerida por laxantes, diuréticos o enemas o provocando el vómito) o no purgativo (realizar ayunos para compensar la ingesta de alimentos), son los tipos de TCA más conocidos. Sin embargo existen otras enfermedades relacionadas con la conducta alimentaria que son menos conocidas, como el trastorno por atracón (comer grandes cantidades de comida en un plazo corto de tiempo), la otorexia (la obsesión con la comida saludable) o la vigorexia (obsesión con el físico que se canaliza a través de la práctica deportiva compulsiva).
Al hablar de trastornos de la conducta alimentaria, «parece que solo nos quedamos con los síntomas físicos que vemos en la persona», señala Ana Valencia, psicóloga de la Asociación de Familiares de Enfermos de Bulimia y Anorexia de Cuenca (Afebac). Valencia defiende que «para que eso haya llegado a suceder hay otros factores que están ocultos y que no vemos hasta que la persona llega a ese punto». Entre esos factores, la psicóloga destaca la baja autoestima, la alta exigencia, la mala regulación emocional o una situación traumática subyacente, entre otros.
Con los factores individuales de personalidad, su manera de relacionarse y sus experiencias vitales, las personas atraviesan estas situaciones, que a veces son experiencias más complicadas que le cuesta manejar, va evolucionando hasta encontrar en el trastorno alimentario una solución o una ayuda con la que siente que mejora su autoestima, tiene un mayor control sobre sí misma y se siente mejor consigo mismo, algo de lo que carecía antes. Por ello, Valencia destaca que «el síntoma gastroalimentario tiene una función» en la que la persona que lo padece tiene que le ayuda «a manejar situaciones que no estaba sabiendo gestionar de una manera adecuada»
Una historia con nombre propio
Carlos Gómez es un joven conquense que ha sufrido bulimia y anorexia. Su historia con estas enfermedades comienza desde muy pequeño, con apenas 8 años, cuando comenzó a obsesionarse con su cuerpo porque sentía que su físico no era acorde a su edad. El paso al instituto supuso un antes y un después, ser víctima del ostracismo social por no entrar dentro de las jerarquías adolescentes provocó que Gómez se saboteara a través de su autoimagen para entrar en unos cánones y poder juntarse con las personas más populares de su centro de estudios.
Aunque Gómez refiere que nunca recibió acoso por su peso, etnia u orientación sexual, fue él mismo quien acabó por convertirse en su peor enemigo. El joven comenta que «el verano de primero a segundo de la ESO» hizo su primera dieta. Al perder peso, Goméz apunta que no solo se sintió muy complacido consigo mismo, si no que consiguió acercarse a las personas que quería y el peso pasó a ocupar un lugar central en su vida, «me daba igual pisar a quien fuera, me daban igual los estudios y las demás cosas».
Las dietas, según señala Ana Valencia, son «una de las puertas de entrada al mundo del TCA». La psicóloga señala que, algunas personas que hacen una dieta, «ya sea por decisión propia, motivado por terceros o por un proceso médico» encuentran «sensaciones de poder, de control, bienestar, autoestima y satisfacción». A partir de ese momento la persona se «engancha» a esa sensación de satisfacción y control «de la que antes carecía» y llega un momento que «no puede prescindir de ello». Esto, en ocasiones, les lleva a un trastorno restrictivo, en el que se mantienen comiendo poco y bajando de peso, lo que acaba desembocando en TCA como la anorexia y, con el tiempo en atracones y vómitos que derivan en bulimia.
Para Carlos, el papel del peso paso a un segundo plano gracias al deporte, pues Gómez competía como deportista de alto nivel con el Club de Piragüismo de Cuenca, porque sabía que necesitaba tener un pesaje «para rematar bien las competiciones y alcanzar los primeros puestos». Dejar el club y el paso de la pandemia fueron dos detonantes para Gómez, que vivió la sombra de la dismorfia corporal la primera vez que salió de casa post Covid. Entonces, Carlos coincidió con un amigo que había pedido peso en los meses encerrado en casa y a la vuelta a su hogar se rompió con su madre con un «mamá estoy gordo, no puedo más».
«Tuve que tapar los espejos de mi casa porque no me podía ver»
A partir de entonces comienza una lucha cuando el joven empieza a medicarse. En aquel momento, según relata, tenía que tapar todos los espejos de su casa porque «no me podía ver». En ese primer declive, tal y como Gómez lo define, utilizó la medicación que tomaba para seguir perdiendo peso, pues su efecto secundario era la pérdida de apetito. La situación se agravó cuando se marchó a estudiar fuera de Cuenca con una amiga que también atravesaba un TCA, en su caso trastorno por atracón y bulimia nerviosa. Hasta el momento Carlos no había vomitado jamás, pero tras ingerir comida basura en abundancia se metió los dedos para vomitar y tan solo 24 horas después sabía provocarse el vómito apretando su vientre. El inicio de la bulimia supuso una época aún más oscura para Carlos que, en aquel momento, dice que se sentía «poderoso» porque creía que «podía comer todo lo que quisiera, porque después iba a vomitar y me iba a mantener delgado». Con estas enfermedades, Carlos se quedó con 46 kilos.
«Sentía que estaba viviendo una vida que no me pertenecía y que tenía que compensar de algún modo mi origen»
Los trastornos alimentarios para Carlos eran subyacentes de problemas sin resolver. En su caso, Gómez confiesa que al ser colombiano adoptado por una familia española siempre sintió que estaba viviendo algo que no le pertenecía y que tenía que «compensar» su origen. Con la pérdida de peso el joven también perdió sus rasgos, lo que se convirtió en un modo de diluir su identidad cultural. Por otro lado y en lo referente a su identidad sexual, Gómez señala que «dentro del colectivo nos encanta un buen físico, o eres fuerte como un modelo o eres delgado pero no hay lugar para los que están entre medias». Percibir mucha más aceptación al adelgazar por parte de personas que consideraba atractivas fomentó las conductas autolesivas del joven. Por otro lado, tratando de escapar de la realidad que vivía, Gómez se vio abocado al mundo de las drogas como una «escapatoria» a una vida en la que su cuerpo y su mente eran una cárcel de la que él mismo se había convertido en carcelero.
A este respecto Ana señala la importancia de tratar los problemas soluciones como base de un TCA cuando un paciente con estas enfermedades acude a consulta. Valencia destaca que cuando un paciente va a terapia, «lo primero que mejora es a nivel de sintomatología, de regular esas conductas de riesgo». Sin embargo para la psicóloga es muy importante «detectar qué cosas había antes» y cuáles son los factores que han provocado el TCA, averiguar las situaciones que no estaban sabiendo manejar, «porque si no sanamos eso, y no damos las herramientas para manejarlo, va a ser muy fácil que la persona vuelva a recaer», destaca la psicóloga de Afebac. Las secuelas que dejan los TCA varían según el paciente. En su caso Carlos destaca que a nivel físico ha sufrido pérdidas de visión, conjuntivitis crónica, ataques epilépticos y dolor en las rodillas, entre otros.
Tras cinco años fuera de su ciudad, adicciones y dos enfermedades relacionadas con la alimentación Gómez regresó con su familia y pidió ayuda «estuve enfermo hasta que llegue a casa y dije que ya no podía más», señala. Para el joven, el punto de no retorno que le hizo despertar y tomar conciencia de su realidad fue estar a punto de perder a su mejor amiga, «me dijo que hacía años que no me conocía», relata Carlos. García cuenta como desde que volvió a casa su madre ha sido su mayor apoyo, se ha implicado con sus enfermedades hasta el punto de convertirse en la secretaria de la Asociación de Familiares y Enfermos de Bulimia y Anorexia de Cuenca (AFEBAC). E
El camino no ha sido recto para este joven, que día a día mantiene una lucha contra sí mismo y los estereotipos que se promocionan en redes sociales, el cine y la televisión con los que, apunta «visibilizan cuerpos imposibles de modelos que no corresponden con la realidad de la gente de a pie». A pesar de haberse recuperado, Carlos ha tenido varias recaídas. Para volver a sanar cuando pensaba que «iba a vivir así el resto de mi vida», según afirma el joven, el apoyo psicológico y las pautas de médicos y nutricionistas han sido la combinación multicausal que ha llevado a Gómez al proceso de recuperación. Del mismo modo, recuperar el piragüismo, su gran hobby, ha sido otro de los apoyos sobre los que Carlos se ha vuelto a levantar porque le permite sentirse «en casa».
Carlos se encuentra actualmente en recuperación, un proceso laque «es difícil llegar, pero se consigue» según apunta Ana. La psicóloga refiere que a mayor número de conductas restrictivas e infrapeso, se produce mayor distorsión perceptiva y más insatisfacción corporal, por lo que es un proceso más complejo. Esa pérdida de peso, que a priori generaba a los pacientes satisfacción, acaba convirtiéndose en una condena porque el objetivo «nunca llega, porque nunca encuentran el peso ideal y nunca llegan a encontrarse bien del todo», sostiene Valencia.
A medida que los pacientes mejoran van subiendo de peso, perdiéndoles el miedo a los alimentos, volviendo a no pensar tanto en comida y pudiendo recuperar su vida a centrarse en otras cosas y mejorar la imagen corporal. En ocasiones el trabajo va mucho más allá de la autopercepción y también se centra en las críticas, el acoso o rechazo, entonces,s según refiere la psicóloga «hay que hacer un trabajo en el que la persona vuelva a tolerar el coger peso y verse bien en un peso que no sea un peso excesivamente bajo». El peso para estos pacientes es una conexión con las experiencias traumáticas que han vivido, por lo que el trabajo «va mucho más allá de trabajar en síntomas o una mejor o peor alimentación».
AFEBAC, una entidad que trabaja al pie del cañón
Afebac realiza una labor integral en Cuenca ofreciendo apoyo, tratamiento y orientación a familias y enfermos, mientras desarrolla también un plan de prevención y sensibilización. De este modo, no solo apoyan y asisten a las personas que se ven afectadas por los trastornos de conducta alimentaria, si no que también realizan labores para crear conciencia y ofrecer información a la población general sobre estos problemas.
Desde la asociación deuncian que «desde hace más de tres años no hay psicóloga atendiendo los casos de trastornos de la conducta alimentaria». Aunque según refieren, «antes había una psiquiatra y la psicóloga del SESCAM» que atendía a los pacientes dos días a la semana, la psicóloga que estaba en este puesto se marchó «y no la han sustituido».
Desde ese momento, los casos de trastorno de la conducta alimentaria «o bien se derivan a otros profesionales que no son específicos de trastorno alimentario, o se derivan a la asociación». Afebac, que es el único recurso especializado en la provincia a nivel de trastorno de la conducta alimentaria que ofrece acceso psicológico especializado, explica que ese peso asistencial recae sobre ellos y denuncia la indignación de muchas familias que «están muy indignadas porque deberían tener acceso a psicólogo especializado en trastorno alimentario junto con la psiquiatra».
Que el SESCAM no ofrezca este servicio, según refieren, acaba desembocando en que sean las propias familias quienes deban costearse la atención psicológica por su cuenta. Desde la asociación insisten en la importancia de que los enfermos de TCA puedan contar con atención psicológica especializada «igual que en otras patologías» porque, según refiere Ana Valencia, psicóloga de la asociación, «de los trastornos de la conducta alimentaria uno se puede recuperar y se puede recuperar por completo».
Valencia afirma que en torno al 70% de los casos logran recuperarse. Aunque se tenga el estigma de que son enfermedades «de por vida», una detección temprana con su correspondiente tratamiento y trabajo con profesionalizados especializados en el área en psiquiatría, psicología y nutrición desemboca en una recuperación. Por este motivo, Valencia resalta la importancia que tiene que los recursos públicos brinden a los enfermos de estas patologías ese «tratamiento mínimo» que necesitan, ya que, de otro modo, recuerperarse puede ser una tarea casi imposible para algunas personas.