Mirabilia. Un tesoro dentro del tesoro

Crítica de los conciertos del viernes y sábado del ciclo de música de la catedral

Tal vez sea difícil entender por qué determinadas ideas evolucionan hasta convertirse en referentes de la cultura y la belleza. A veces es la suerte, la ocasión, unos cuantos buenos consejos y ciertas dosis de entrega. La gestión es compleja y nos regala joyas y decepciones, pero cuando el entorno es una caja mágica, llamada Catedral de Santa María y San Julián, las opciones aumentan porque consigue reverberar cada emoción, cada nota y cada idea. Los ciclos de música de la Catedral de Cuenca son un lujo que cada año avanza un peldaño, innovan y conservan, educan y reafirman, ofrecen y reciben.

El fin de semana nos ha brindado dos momentos emocionantes, labrados alrededor de la Semana de Música Medieval organizada por la Catedral, con el título de Mirabilia. El nexo de toda la propuesta ha sido la organista catalana Cristina Alís Aurich, profesora de dichos cursos, protagonista del cuarto concierto del ciclo de Música en la Catedral y directora del concierto de alumnos.

Cristina Alís Raurich y Bruno Bonhoure. Riesgo, innovación y acierto.

“Este concierto es una propuesta inusual y poco ortodoxa tanto por el repertorio como por su presentación en plato”. Así se inician las notas al programa del recital titulado “Canciones para recordar”. Lo inusual y poco ortodoxo se basó en la unión en un único concierto de páginas de John Dunstable (o Dunstaple), Pierre Fontaine y otros autores anónimos de la fascinante época de transición entre la Edad Media y el Renacimiento con obras vocales e instrumentales de pleno siglo XX. La “presentación en el plato” tuvo dos pilares. El primero se centró en los espacios elegidos. Una primera parte en el órgano de los Anaya, tañido por Cristina Alís alternativamente con el organetto u órgano portativo. Tras una breve procesión del público, los intérpretes se trasladaron a la capilla del Espíritu Santo mientras nos sentábamos en las sillas colocadas en el claustro. Veíamos el escenario, bellísimamente decorado con multitud de velas, y a los intérpretes mediante pantallas, sintiendo su sonido lateralmente. Seguíamos embebidos en la música de los siglos XIV y XV hasta que la celebérrima “Gabriel´s Oboe” de la banda sonora de La Misión, de Ennio Morricone, nos dejó bien claro que lo aparentemente opuesto podía hermanarse en la expresividad con una fascinante complicidad. Tras un breve canto de flauta, Cristina Alís y Bruno Bonhoure se situaron en el escenario del claustro. La pieza anónima del siglo XV “Se je suis despourveu/Veni veni clerice” era el preludio de páginas memorables de José Luis Perales, del propio Bonhoure, Morricone, Simón Díaz, Piazzolla y José María Cano. No tengo palabras para definir la magia, la perfecta evolución de una música a otra, la infinita ternura y humor que surgieron. Fue una fiesta de los sentidos, una apuesta arriesgada pero ganadora, porque cuando la gente válida, imaginativa y creativa se pone de acuerdo, los resultados siempre se obtienen.

El otro pilar de la propuesta fue la puesta en escena. Al talento natural y magisterio estético de Cristina Alís Raurich se le sumó con su voz poco impostada (pensemos que en el siglo XV la ópera no era ni un proyecto) la teatralidad del tenor Bruno Bohoure. Se vio desde sus pies descalzos, el continuo movimiento, la expresión corporal a modo de performance y el uso de pequeñas percusiones. Utilizó permanentes cambios de registro, desde su proyección natural hasta un falsete bellísimo y afinado (y ojo, con afinación pitagórica, mucho más difícil que con el temperamento igual que utilizamos hoy en día). El plus de complicidad con el público nos abrió un mundo nuevo y necesario, un campo para seguir explorando. El viernes no solo disfrutamos de un gran concierto, fue algo más: una auténtica línea de trabajo.

Concierto del Curso de Interpretación de Música Medieval.

El final de Mirabilia se plasmó con un concierto de música medieval con el título de “Mi gran maravilla: música para el nacimiento de un templo”. En él, los alumnos del curso de interpretación de música medieval afrontaron una programación variada, difícil y que requiere un gran esfuerzo para montar en tan pocos días. La misma Cristina Alís reconocía lo fascinante que ha sido comprobar la evolución de muchos músicos que en algunos casos se enfrentaban por primera vez a una cítola u organetto.

El concierto se desarrolló delante del arco de Jamete. Comenzó con una procesión del conjunto vocal interpretando canto gregoriano. Una vez asentado, pudimos disfrutar de dos obras del mismo estilo, pero con alternancia de los órganos de Julián de la Orden. A partir de ahí, el concierto se sumergió en dos joyas de la música medieval española: El Códice de las Huelgas y las Cantigas de Santa María junto con dos piezas polifónicas del compositor flamenco Gilles Binchois.

El concierto fue una muestra de entusiasmo por parte de músicos profesionales que quieren aprender y lo hacen desde el esfuerzo y la dirección certera. El público descubrió la riqueza tímbrica de estos instrumentos –tan bien dibujados en el manuscrito original de las Cantigas— la libertad interpretativa, la ornamentación y el sentido rítmico tan peculiar y diáfano que poseía la música no litúrgica de este periodo.