La cuarta ola no existe en la gráfica de muertes por COVID en la provincia de Cuenca

El territorio conquense encadena un trimestre de descensos en la cantidad de fallecidos al contabilizar tres, la cifra más baja desde el verano pasado

Es una convención entre la mayoría de los epidemiólogos, prensa y autoridades sanitarias que España ha vivido cuatro olas de la pandemia de la COVID-19. Si se observa la gráfica que representa el número de fallecidos por la enfermedad en la provincia de Cuenca, según los datos de la Consejería de Sanidad, se distingue con claridad la primera y más letal, la de la primavera del año pasado. 64 muertes en marzo, 170 en abril y 79 en mayo. También es posible discriminar la segunda, más moderada, con un pico de 36 en abril. Y la tercera, que golpeó este invierno con 67 defunciones en enero y 56 en febrero. Sin embargo, no es posible acotar en esa curva la cuarta ola, al menos por el momento. Desde el pico anterior no hay subida o rebote, sólo un descenso ya trimestral que ha dejado en tres el número de óbitos por coronavirus en territorio conquense durante abril de este año.

Estas cifras comparativamente tan reducidas no se daban desde el verano del año pasado, que marco en julio el mínimos mensual de decesos con uno. La población conquense confió esperanzada en romper ese mínimo ya que durante casi un mes (del 24 de marzo al 20 de abril) Sanidad no notificó ninguna muerte por coronavirus en la provincia de Cuenca, circunstancia que mereció la atención incluso de televisiones nacionales. La racha se quebró el día al que los Celtas Cortos dedicaron una canción. En la jornada siguiente y el 27 se sumaron sendos fallecimientos más hasta alcanzar el total acumulado de 537 desde que irrumpió la crisis sanitaria.

Como siempre, no hay una única explicación aunque sí varias hipótesis. Una de ellas es que se recoge el efecto del descenso de los contagios experimentado a finales de febrero y comienzos de marzo. Como ya se ha explicado varias veces, las subidas o bajadas en la cantidad de infecciones se replican luego, con varias semanas de de retraso, en indicadores como ingresados en camas convencionales, pacientes en UCI y fallecidos.

La otra hipótesis es el avance en el proceso de vacunación, que en su primera fase se centró en la población más vulnerable, en las personas de más edad y que son las más proclives a enfermar gravemente o morir si contraen la COVID-19. A finales de marzo y primeros de abril hubo un rebote de contagios (más leve que el de otras olas, eso sí) que no se ha reflejado en la misma proporción en pérdida de vidas.

Si se confirma ese comportamiento se abre un escenario completamente nuevo y esperanzador para los próximos meses. A igual número de contagios las consecuencias hospitalarias y letales serán muchos menores, lo que permitirá tolerar y afrontar incluso incidencias elevadas con efectos menos dramáticos, reduciendo así la necesidad de restricciones.

La comparativa con abril del año pasado es abismal. 167 muertes menos. La experiencia de estos más de trece meses de pandemia también han permitido reforzar las medidas preventivas, conocer mejor cómo se comporta y, a los médicos y al sistema sanitario, tratarla y combatirla con mejores armas.