Domingo de Ramos 2020. Nadie, todos

Nadie llamará hoy a las puertas de San Andrés.

Nadie esperará impaciente, nervioso, estremecido, conmovido, orgulloso, desde dentro, a que el río de luz se vaya desbordando, al abrirse sus hojas, y vaya inundando el interior, cegando a la oscuridad, dando paso a un torrente de emociones contenidas, indescriptible con palabras.

Nadie permanecerá expectante, ilusionado, perfectamente uniformado, sonriente, jubiloso, en la calle, a que desde su cancela de comienzo la celebración y manifestación religiosa más entrañable, festiva y alegre que Cuenca vive en todo el año.

Pero ya incluso antes, nadie madrugará sobreexcitado para vestirse su túnica blanca, inmaculada, y su fajín granate, arreglado, quizás de su padre o de su abuelo. Nadie cogerá su capuz, sus guantes, su palma. Nadie estrenará, no sólo esa prenda nueva, sino toda una Semana que llenaría de sentimientos y emociones parte de su historia.

Nadie se reunirá con su gente para compartir ese café, bocata, resoli y desvelos de una noche de insomnio y, a la vez, sueños, deseos, de un día glorioso.

Nadie, ni madres y padres de la mano de sus hijos, ni abuelas y abuelos del brazo de sus nietos, nadie saldrá a la calle. Nadie, junto a la familia y amigos, se encaminará cuesta arriba, hasta la iglesia, donde esperan el Hijo y la Madre.

Nadie en la ciudad aguardará hoy impaciente el paso de la procesión. Porque no habrá…

¿Quién iba a atreverse siquiera a imaginar que hoy sólo el silencio habitaría este lugar?

Pero, aunque Cuenca parezca dormida, ajena al despertar del Sol, que como Rey de reyes comienza su camino de Pasión, Muerte y Resurrección, desde la humildad y el servicio, a lomos de una borriquilla, vivirá este hecho con más profundidad que nunca. Aunque todo parezca sobrecogedoramente callado, no daremos oportunidad a que griten las piedras (cf. Lc 18,40), porque seremos, todos, nosotros, los que, desde el corazón nazareno, proclamaremos a grandes voces y actualizaremos, de nuevo, su entrega por amor.

Todos, unidos, gritaremos hoy bien fuerte: “¡Hosanna al Hijo de David!¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9). Porque, aunque nuestras imágenes permanezcan, como nosotros, recluidas en su casa, todos rescataremos hoy en nuestra memoria, sin duda, los felices días de Ramos, y, así, de esta manera, saborearemos la grandeza de esta celebración y la haremos, de algún modo, muy presente.

Todos, porque lo necesitamos, acompañaremos a Cristo en su entrada en Jerusalén. Y a su Madre, nuestra Madre, nuestra Señora de la Esperanza, nuestra esperanza.

Todos, unidos, porque aunque hoy no suenen las cornetas y tambores dando inicio a la Semana Santa, ni acompañen con sus notas y acordes la Banda, ni carguen con devoción sobre sus hombros los banceros las imágenes, ni suenen acompasadas las horquillas en el Peso… ni descendamos Solera, ni repiquen las campanas de El Salvador a nuestro paso, ni nos deslumbre el sol al encarar Alonso de Ojeda, ni nos abramos a todos en el Huécar… aunque no entone el coro infantil de la Escolanía Ciudad de Cuenca, ni nuestras monjillas recen alegres por todos nosotros en la Puerta Valencia, ni recorramos juntos las Torres, Aguirre,… ni se unan a nuestro cortejo felices las familias, los niños, jóvenes y ancianos,… ni atravesemos Carretería,… y aunque queden hoy en silencio los homenajes por nuestros hermanos muertos… y no avancemos por Calderón de la Barca, ni crucemos Trinidad, ni subamos Palafox, ni nos emocionemos en las curvas de la Audiencia, tomándolas perfectas bajo la atenta mirada del árbol en flor, en la puerta San Juan, en Andrés de Cabrera,… aunque hoy no se bendigan nuestros ramos y palmas, ni rían y jueguen con ellos nuestros más pequeños,… ni cante la Escolanía de la Soledad de San Agustín, ni en procesión multitudinaria ascendamos Alfonso VIII, ni lloremos dando gracias al atravesar nuestras imágenes los Arcos, bajo una colorida lluvia de pétalos, y aunque la Plaza Mayor no se convierta en un vibrante espectáculo de alegría y luz, ni nuestros corazones se agiten junto a la algarabía, como se agitan las palmas y ramos, aunque no suene nuestro himno mientras las imágenes se introducen en la Catedral… ni aunque al final de la nave, ya todos, nos fundamos en sinceros abrazos…

… Cristo está hoy presente con nosotros. Y con Él en nuestras casas, iniciamos esta Semana Santa. Que será siempre recordada… que lo sea también por la intensidad en la vivencia de nuestra fe. Sí, desde nuestro hogar, convertido en otro Jerusalén, hacia donde Él sube, donde Él quiere quedarse y está. Quizás, con el pasar de los días, convertido también en otro templo, en otro cenáculo, en otro Huerto de los Olivos, en otro palacio de Anás y Caifás, en otro pretorio, otro Camino de la Cruz, en otro Calvario…

Todos, unidos hoy en la oración, con nuestras vidas reales y entregadas, aclamaremos a Jesús como único Rey y Salvador. Y aunque el Domingo de Ramos sea diferente, será auténtico.

Todos haremos que nuestro hogar se convierta, sobre todo, en el lugar de la Resurrección de Cristo, para que todos, unidos, vivamos en la verdadera alegría y la esperanza.

Pedro José Ruiz Soria
Consiliario de la Venerable Hermandad de Jesús entrando en Jerusalén y Nuestra Señora de la Esperanza