El reto de mantener el verano en los pueblos

Carlos Muñoz Román – Consultor de Comunicación y miembro de Cuenca Ahora

Hace apenas unos meses el Consejo de Ministros aprobaba el bono cultural joven, un bono de 400 euros del que se podrán beneficiar los jóvenes que cumplan 18 años a lo largo de 2022 para la adquisición y el disfrute de productos, servicios y actividades culturales.

Desde que se anunció la iniciativa, que arrancará este verano, me surgió la duda de cómo y de qué forma los jóvenes de la España Vaciada se iban a poder beneficiar de este bono de la misma manera que lo iba a hacer un joven de una ciudad.

El ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, ya lo tuvo en cuenta en sus primeras declaraciones tras el anuncio de la medida, señalando que “en la llamada España rural no hay tanta oferta y hay que facilitar el que los jóvenes se puedan beneficiar en plenitud del bono”. Pero hasta la fecha no conocemos mayor detalle.

No es ninguna novedad decir que las opciones de ocio para los jóvenes de las zonas rurales en España escasean y, por desgracia, cada vez más. Solo aquellos pueblos que cuentan con asociaciones culturales potentes y que a lo largo del año celebran varias festividades locales o tradicionales muy arraigadas como los carnavales o San Isidro Labrador, entre otras, son capaces de mantener ciertas actividades de ocio y culturales, aunque sea muy esporádicamente.

Es algo que no viene de ahora ni mucho menos. Pero sí es cierto que la pérdida de población constante que sufren los pueblos de una provincia como Cuenca, la falta de gente joven en ellos por la escasez de oportunidades e incluso la poca participación en la sociedad civil de aquellos que quedan, hacen que cada vez sea más complicado hacer planes de ocio en un pueblo o en los del entorno que se salgan del auténtico privilegio que es, sin duda alguna, pasear por el campo, hacer una ruta en bicicleta o tomarte algo con los amigos en el bar. Y sí, esto último también se ha convertido en un privilegio, porque no en todos los pueblos hay ya un bar.

Y en estas circunstancias llegamos a verano, uno de los últimos resquicios de esperanza que quedan para muchas zonas rurales. Y concretamente verano 2022, el año en el que parece que recuperamos las fiestas populares tal y como eran tras más de dos años de pandemia. Las fiestas de los pueblos, verbenas, charangas, peñas, asociaciones y un largo etcétera vuelven a las calles. Por salud mental y porque son un patrimonio que no debemos perder.

En mi caso hablar de verano y pueblo significa hablar de mi adolescencia, de amistades que siempre marcan, de preparar la peña para las fiestas, de noches al fresco con los vecinos siendo un niño que escucha, pero no entiende de qué hablan, de recorrerme torneos de fútbol por toda la comarca como si del Mundial se tratase, de hacer kilómetros y kilómetros en bicicleta sin ningún destino en concreto, de tardes de frontón que empiezan con un sol abrasador y que acaban cuando ya es imposible distinguir la pelota en la oscuridad de la noche.

Y de mi abuela. La “abuela del pueblo” que tantas y tantas heridas me curó, la que no pegaba ojo por las noches desde que empecé a recorrerme las fiestas de todos los pueblos de la comarca, la que tanto le gustaba que sus dos nietos fuésemos a su casa como quien acoge a unos turistas durante dos meses seguidos al año y la que siempre nos recordaba lo bien que se lo pasaba el abuelo con nosotros durante esta época del año. Este será el primer verano sin ella.

Es posible que por muchos años que pasen yo ya no vuelva a vivir lo que se siente de niño y de adolescente en un verano en un pueblo. Es imposible volver a sentir mayor sensación de libertad y despreocupación. Todavía hoy hay jóvenes que sienten eso porque por suerte los pueblos recuperan cierta vitalidad y ciertas actividades durante la época estival, pero ojalá en un futuro no tengamos que explicar cómo era esa sensación porque ya no sea posible vivirla.

Tampoco debemos resignarnos a que la principal oferta de ocio de los pueblos solo se centre en esta época del año. Pelear por recuperar actividades y tradiciones que hasta hace no mucho se realizaban a lo largo del año y que, en definitiva, ayuden a aumentar actividades y espacios culturales es más necesario que nunca para los habitantes de las zonas rurales.

Porque sí, los veranos en el pueblo son especiales. Pero el resto del año los jóvenes y no tan jóvenes de los pueblos de la España Vaciada necesitan ofertas de ocio y tiempo libre que permitan fijar población y, entre otras cosas, ayuden a hacer que nuestros pueblos no mueran.

Porque si un pueblo no sobrevive al otoño, el invierno y la primavera, difícilmente podrá vivir en verano.