El mejor concierto

José Miguel Carretero Escribano

Dedicado en especial a mi Hermandad de Jesús Orando en el Huerto (de San Esteban) y a nuestra querida Banda de Música de Cuenca, en este segundo año consecutivo, y Dios quiera que último, sin el insustituible «Concierto del Huerto».

Estaba siendo una Cuaresma ilusionante la de 2020, aunque las noticias iban agregando cada vez más nubes de presagios negros. Nuestra Hermandad seguía, esmerada y afanosa, preparando un Concierto especialísimo, el de los tres aniversarios: cincuenta años del nuevo templo parroquial (San Esteban, para los últimos castizos San Francisco, que entre Santos queda, protomártir aquél); ciento veinticinco de la Banda de Música de Cuenca (desde 1895, la vieja Municipal, la pervivida, la eternamente nuestra) y treinta ediciones del gran clásico, el de la cita musical del alma, el de la anochecida de esperanzas, el de las marchas que nos emocionan, las de siempre y las de estreno, en esa ofrenda limpia y generosa, preciosa y compartida.

Ya nos había pasado Juan Carlos Aguilar el repertorio, otro éxito seguro, mientras empezaba a hermosear los escaparates el anuncio del cartel verde oliva, con “La Oración”, que así la llaman los antiguos más ilustres, y la fecha al pie: viernes, 27 de marzo, 20 horas.

Y algunos disfrutábamos además todos los entrañables ritos previos, las reuniones con Jesús (no se puede ser mejor persona que nuestro Secretario),  las conversaciones con Ramón (no se puede querer al Concierto más que él); sobre todo, para mí comenzaba el paladeo de los ensayos de la Banda, todos los martes y los jueves en el Almudí, de la tarde a la noche, para escuchar muy atento e intentar aprehender cada pieza musical, cada marcha, sus porqués, sus esencias, y así después ajustar las presentaciones poniendo todo el trabajo y, desde luego y por delante, el corazón.

Tengo dicho, y ahora lo dejo escrito, que una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida nazarena, ha sido el privilegio de presentar, solo o con otros hermanos, el “Concierto del Huerto”, honor máximo, inmerecido y gratísimo. Nunca  agradeceré lo bastante tal regalo. Y es que es un verdadero amor de amores: la Semana Santa, la Música, nuestra Cuenca; la pasión por la Pasión. Ahora, más que nunca, por la Vida y la Resurrección.

El trigésimo Concierto estaba ya afinadísimo; por descontado en la selección de las marchas por el Maestro y por contado, certificamos, en la interpretación, cuidada hasta el detalle hacia la exquisitez. Daba gloria leer la relación de autores: entre los conquenses, de cuna o de elección, los históricos Directores de la Banda (Cabañas, Calleja, Fernández-Cabrera, sumándose Aguilar por fin, que le cuesta programar sus  propias obras) y el genial López Calvo; entre los foráneos, que no ajenos, Grau, Puntas, Pérez Zambrana y, claro. Cebrián con “Nuestro Padre Jesús”; casi nada: todo.   

Y, por añadidura, andaba Mencías exprimiendo su talento para preparar una  sorpresa titulada “Huerto”, con dedicatoria evidente y fuera de programa, al tiempo que crecía la incertidumbre pronto tornada en certezas amargas. No iba a poder ser; no sería. Pero será, cuando Dios quiera.

Inolvidable resultó el último ensayo. Por las Escalerillas, imaginado pentagrama en piedra, se deslizaban las notas y Huécar abajo los sonidos mezclados con el del agua santa e inocente: era Cuenca, como nunca y como siempre, soñándose despierta, cerca ya de su divino trance.

 Llegado el final, pasadas las nueve y media de aquella noche estremecida y tensa, Juan Carlos ordenó a sus músicos interpretar “Camino del Calvario”, esa marcha difícil y rara, desgarrada a retazos y con el detalle genuino de una clariná en su punto culminante. Sonó rabiosa y trágica, conmovedora y frágil. A más de uno se nos saltaban las lágrimas. Y se hizo el silencio.

Ha transcurrido un año atroz, devastador, tremendo. El presente tirita cuando apenas deshielan los neveros. Muchas miradas se dirigen a Dios y otras, desorientadas, lo rehuyen. En su humilde lugar, al fondo de ese barco varado que es el parroquial Templo, reposa nuestro Paso, con el Señor de rodillas, Él, todopoderoso, y a su lado, desplegadas las alas, el fiel Ángel de Marco, y con ambos, idealmente, en amor y compaña, las hermanas y hermanos de la celestial patria.

Tampoco habrá Concierto en San Esteban el 19 de marzo de este 2021, que es cuando tocar tocaba, en el primero de los tres grandes Viernes nazarenos: ya sabéis, uno tras otro, el del Concierto del Huerto, el de Dolores y el Viernes Santo. Y no desfilarán capuces blancos de luna a la vera de la oliva cimbreante. Encenderemos las tulipas en casa, para rezar, para esperar.

Sólo si Dios lo quiere volveremos: es su grandeza bendita frente a nuestra miseria soberbia. Quizá sigamos ciegos, sin aprender, sin entender. Nos sostendrá la esperanza.

 Y hoy nos basta soñar que vencerá la Vida, que habrá más primaveras y más frutos.  Y que un atardecer marcero, cuando callen los mirlos, se llenará de nuevo San Esteban para escuchar a la Banda de Cuenca, a los músicos nuestros. Será dulzura y melodía, bálsamo y recuerdo. Será el mejor Concierto.

Por los que fueron y son. Por los que serán siempre. Amén.

Cuenca, 28 de Enero de 2021.