Cuenca, una ciudad que se descuida a sí misma

Luis P. Martínez

A menudo hablamos de Cuenca como una ciudad privilegiada por su entorno natural y su patrimonio. Y es cierto: la ciudad tiene muchas virtudes, una escala humana envidiable y una calidad de vida que, en teoría, debería estar por encima de la media. Sin embargo, hay una realidad cotidiana que contradice ese relato: la suciedad, el deterioro del mobiliario urbano y la falta de mantenimiento en muchas zonas, especialmente en los barrios más recientes o periféricos.

Basta con dar un paseo por Tiradores, Fuente del Oro, Casablanca, San Antón o Villa Román para comprobarlo. Parques con columpios rotos o sucios, aceras levantadas por las raíces sin señalizar, grafitis ofensivos que llevan meses —si no años— sin limpiarse, papeleras escasas, basuras a cualquier orden del día, vallas perpetuas, fachadas ruinosas y escaleras públicas que son un auténtico peligro. No hablamos de una situación puntual, sino de un abandono sostenido que ya no sorprende a nadie.

El problema no es solo estético. La sensación de dejadez afecta también al ánimo colectivo. Una ciudad que no se cuida, que no se limpia, que no se repara, transmite un mensaje peligroso: que lo público no importa. Y eso tiene consecuencias. Porque a la falta de limpieza se suma el deterioro de espacios pensados para el uso comunitario —parques, caminos peatonales, pequeñas plazas— que se van degradando por pura inacción.

Es verdad que parte del problema está en la actitud de algunos ciudadanos: hay quien sigue sacando la basura a deshora, quien no recoge los excrementos de su perro o quien utiliza los parques como ceniceros. Pero eso no puede servir de excusa para normalizar la falta de respuesta institucional. La ciudad necesita más vigilancia, más mantenimiento y, sobre todo, más presencia. Porque lo que no se cuida, se pierde.

No se trata siempre de grandes inversiones. Muchas de estas mejoras serían posibles con algo tan básico como organización, voluntad política y continuidad. No es normal que se limpien zonas a fondo solo antes de una visita oficial, una fiesta o unas elecciones. La ciudad se vive todos los días.

Cuenca merece algo mejor. Y no solo en el Casco Antiguo, que, con sus luces y sombras, al menos cuenta con cierto cuidado. Lo preocupante es el resto: los barrios donde vive la mayoría de la población y que, por desgracia, parecen quedar fuera del relato turístico y del calendario de mantenimiento.

No podemos resignarnos. La limpieza y el cuidado del espacio público no son lujos: son derechos y, a la vez, obligaciones compartidas. Una ciudad que se descuida está renunciando, poco a poco, a su dignidad. Y Cuenca no se lo puede permitir.