Durante años se ha repetido que Benedicto XIII, más conocido como el célebre Papa Luna, fue canónigo de la Catedral de Cuenca. Esta afirmación, que ha pasado de guía en guía y de crónica en crónica como un hecho incuestionable, ha sido desmontada gracias a los archivos y la investigación histórica reciente.
Sin embargo, la relación de Benedicto XIII con Cuenca no es un mito completo. Existen vínculos reales, aunque mucho más matizados y complejos, que lo conectan con la provincia. Según explica Ángel Martínez Catalán, responsable del Archivo Capitular y doctor en Historia, el verdadero canónigo de la catedral fue su sobrino homónimo, Pedro Martínez de Luna, quien luego llegó a ser arzobispo de Toledo y cardenal de Tolosa. Esta distinción resulta clave para entender el entramado familiar y eclesiástico que rodeó al Papa Luna.
La documentación proveniente de Aviñón, donde residía la corte papal durante el Cisma de Occidente, recogida en el análisis de Vicente Ángel Álvarez Palenzuela en su obra `Documentos de Benedicto XIII referentes a la Corona de Castilla´, confirma que fueron dos personas llamadas Pedro de Luna quienes ocuparon cargos importantes en el cabildo de Cuenca, ambos arcedianos, es decir, delegados del obispo encargados de supervisar el clero en determinadas zonas de la diócesis. No obstante, ninguno de ellos fue el propio Benedicto XIII. De hecho, no está registrado que el sobrino del Papa Luna residiera en Cuenca ni tomara posesión directa de sus beneficios, que ejerció a través de procuradores, especialmente en el arcedianato de Huete, según apunta Martínez Catalán.
Además, otro Pedro de Luna, canónigo de Valencia y arcediano de Alarcón, también aparece en la documentación según refiere el archivero. El también doctor en Historia refiere que este otro Pedro de Luna no tenía parentesco carnal con el Papa, tratándose de un “familiar”, término que en la época designaba una relación servilista o clientelar dentro de la corte papal, sin implicar necesariamente vínculos sanguíneos, como subraya Martínez Catalán.

La relación del Papa Luna con Cuenca, recogida ad futurum en el archivo catedralicio
Los vestigios del paso de Benedicto XIII por Cuenca han quedado congelados en el tiempo gracias a los documentos conservados en el archivo de la Catedral de Cuenca. En ellos existen actas capitulares donde se nombra hasta en 42 ocasiones a Benedicto XIII referentes a la concesión de gracias expectativas, letras apostólicas y provisiones de beneficios. Estas eran formas habituales con las que los papas otorgaban nombramientos y privilegios eclesiásticos para asegurar apoyos políticos y religiosos, una práctica común a lo largo de la historia papal y no un gesto exclusivo del Papa Luna.
La copia de las constituciones del Concilio de Palencia de 1388 es posiblemente el documento más relevante conservado en Cuenca en relación con el Papa Luna. Este texto recoge un conjunto de normas y reformas eclesiásticas promulgadas durante un concilio celebrado en Castilla con el objetivo de renovar y fortalecer la organización y disciplina de la Iglesia en el reino. Este concilio fue convocado en un momento de crisis interna en la Iglesia, en plena época del Cisma de Occidente, cuando la autoridad papal estaba dividida y la necesidad de reformar la estructura eclesiástica era urgente. En la redacción de dicho documento participó precisamente el cardenal Pedro Martínez de Luna, sobrino del Papa Luna.

El Papa Luna y los Gil de Albornoz, emparentados y figuras clave en el Cisma de Occidente
El Cisma de Occidente (1378-1417) marcó una de las etapas más convulsas en la historia de la Iglesia Católica. Una fractura interna que tuvo, entre sus protagonistas tanto al Papa Luna como al conquense Gil de Albornoz. Curiosamente ambas familias estaban entrelazadas a través de alianzas matrimoniales, que ayudaron a perpetuar su influencia social y política. Teresa de Luna, por ejemplo, pasó a formar parte de la progenie Gil Albornoz. La mujer, cuya lauda funeraria puede visitarse en la Catedral de Cuenca, era hermana del abuelo de Pedro Martínez de Luna, lo que la convierte en tía abuela del llamado `antipapa´. Este modus operandi sirvió a las familias para fusionar legados y ambiciones.
La muerte de Gregorio XI en 1378 desencadenó una crisis sin precedentes. La elección de Urbano VI fue recibida con escepticismo y oposición por parte de sectores influyentes del clero y la nobleza, que criticaron su temperamento autoritario. Este papa tomó decisiones controvertidas, entre ellas la disolución de la poderosa y respetada Orden del Temple. Con el respaldo del rey de Francia, Urbano VI se repartió con el monarca las propiedades templarias, mientras se enfrentaba a crecientes tensiones con el Sacro Imperio Romano Germánico y las familias romanas. Este ambiente hostil lo llevó a refugiarse en Aviñón, el bastión papal francés.
En este contexto, surge la figura de Gil de Albornoz, otro conquense de relevancia en la curia eclesiástica castellana e hijo de Teresa de Luna, lo que le convierte en resobrino del Papa Luna. Albornoz tuvo la misión crucial de preparar el regreso del Papa a Roma, con la intención de restaurar la estabilidad en la iglesia. Sus esfuerzos rindieron frutos y Urbano VI pudo volver a la Ciudad Eterna. Sin embargo, tras la muerte de Albornoz, Urbano VI retornó a Francia, consolidando la división.
Años más tarde aunque aún en plena turbulencia del Cisma, Pedro Martínez de Luna fue elegido papa en Aviñón con el nombre de Benedicto XIII. La Iglesia se fragmentaba aún más, llegando a contar con tres papas simultáneos tras el concilio de Pisa, que intentó forzar la abdicación de ambos pontífices en favor de un tercero, pero acabó con convertirse en un escenario caótico que solo incrementó la confusión y el enfrentamiento.
A comienzos del siglo XV, el Concilio de Constanza reunió a la mayoría de las delegaciones europeas, incluyendo representantes de la Catedral de Cuenca, que acudieron a Isorna para debatir el futuro de la Iglesia. En esta histórica asamblea se acordó que los tres papas debían abdicar para elegir un nuevo pontífice único. Finalmente, el papa de Pisa y el de Roma renunciaron, pero Benedicto XIII se mantuvo firme en su negativa, aferrado a su legitimidad.
Esta decisión lo llevó a buscar refugio en Castilla, protegido por la Reina Madre. Sin embargo, con el tiempo, el Papa Luna fue perdiendo apoyos, incluso dentro de la Corona, que optó por respaldar al pontífice reconocido en Constanza. Aislado y debilitado, Pedro Martínez de Luna se retiró a Peñíscola, donde falleció como un vestigio del poder caído.