En los rincones del alma

Crítica del concierto de la 62 Semana de Música Religiosa de Cuenca, Jueves Santo, 17 abril, 2025, 17:00h en el Espacio Torner.

Jesús Saiz Huedo

En la tarde de ayer asistimos a una celebración contenida y delicada de la música instrumental y la figura de Juan Sebastián Bach (1685-1750). El Cuarteto Iberia interpretó las Variaciones Goldberg, BWV 998, en un arreglo para cuarteto de cuerda que nos hizo disfrutar y sentir muy desde dentro el profundo universo armónico y contrapuntístico del maestro alemán. Esta es una obra de grandes dimensiones, compuesta originalmente para clave y publicada en 1741. Consta de treinta variaciones sobre un aria inicial que se repite como final. Las treinta variaciones se agrupan de tres en tres, manteniendo un orden en el que las dos primeras pueden ser una pieza brillante o virtuosística seguida de otra de carácter elegante o contemplativo, y la tercera es un canon, puro alarde polifónico, que se intensifica de manera organizada y progresiva según va avanzando la obra. Como un edificio majestuoso, cuyos elementos arquitectónicos se trazaron al milímetro, con los materiales más adecuados y la mayor de las sabidurías, esta obra figura entre las grandes de la historia de la música y, por ello, fue todo un lujo poder escucharla ayer. Además lo que añadían el contexto de la SMR y el Espacio Torner como auditorio (antigua iglesia del imponente recinto que en su día fuera el Convento de San Pablo, de principios del siglo XVI) hizo que la experiencia fuera mucho más allá de lo estrictamente musical.

No seré yo quien proponga disociar el sonido mismo de cómo es producido en los instrumentos, pero la música instrumental de Bach parece tener un estatus propio de “pureza”, que habitualmente no se asocia a otros compositores. Prueba de ello es el flujo constante de las más variadas transcripciones de sus obras y el hecho de que, con ellas, músicos y público siempre parecen quedar satisfechos y los críticos más puristas suelen ser condescendientes en sus valoraciones. Asumimos con ello que, en Bach, la música por sí misma es lo que realmente importa y su materialidad instrumental resulta quizás algo secundario, una mera circunstancia necesaria sólo porque los sonidos hay que producirlos. Con el concierto del Cuarteto Iberia, en la envolvente y espectacular acústica del Espacio Torner, este razonamiento cobraba sentido una vez más. Su interpretación parecía explorar todo aquello que pudiera haber detrás de cada técnica utilizada, de cada golpe de arco o de cada pizzicato, siempre en busca de una esencia difícil de describir, pero muy fácil de sentir y reconocer. La entregada atención del público lo corroboró. Seguramente es por esto por lo que hemos oído  tantas veces que la música instrumental de Bach es una música “etérea”, más próxima al ámbito del alma que al del cuerpo.

CUARTETO IBERIA. Bach: Variaciones Goldberg. Espacio Torner Cuenca. SMR 2025. Foto: David Gómez

En cualquier caso, la excelente transcripción de François Meïmoun (que el cuarteto francés “Quatuor Ardeo” ya dio a conocer y grabó hace años) no desdeña ni la riqueza de recursos ni las peculiaridades instrumentales del cuarteto de cuerda y  nos traslada desde la música pura a la más intensa presencialidad corporal sin que lo notemos. Siendo una transcripción respetuosa con la partitura original, se trata de una versión fundamentada sólo parcialmente en criterios historicistas. En realidad, su principal objetivo parece ser el de aprovechar todo el potencial armónico y contrapuntístico del cuarteto de cuerda y, por supuesto, sus enormes posibilidades expresivas. El Cuarteto Iberia supo sacarle muy buen partido a este arreglo. No es fácil mantener el mayor grado de intensidad interpretativa en una obra en la que los detalles más efímeros pueden tener un gran peso. No procede decir que absolutamente todo estuviera bajo total control, pero lo parecía. Sin duda el concierto mostró el resultado de un trabajo colaborativo meticuloso y eficaz. Su cota de expresividad fue particularmente alta en aquellos momentos en los que su empaste dependía de la intención conjunta, la direccionalidad compartida, los diálogos o el juego de turnos, pero también del sonido mismo, bellísimo en muchos momentos, tanto combinado como individual.

La obra musical, la transcripción y los intérpretes ofrecieron con creces la excelencia que el público siempre desea. Concretamente esta transcripción de Meïmoun es un magnífico modelo de buen hacer, que bien merece el esfuerzo de estudiarla y difundirla, independientemente de su previo recorrido. No obstante, también nos surge la reflexión de que un festival como la SMR y una agrupación camerística como el Cuarteto Iberia, una vez vista su altísima capacidad, podrían haber sido el binomio perfecto para haber generado una propuesta nueva y genuina.  

Tras el concierto, nos queda la memoria de una experiencia estética sublime. Eliminada la dimensión del tiempo transcurrido, el recuerdo ahora es un mosaico de texturas y color en movimiento y una paz interior sobrecogedora que sólo puede ser explicada por la evidencia de que ayer la música de J. S. Bach nos llegó una vez más a todos los rincones del alma.