El cáncer es un susurro que pasa inadvertido, casi invisible, una palabra demasiadas veces pronunciada que irrumpe en las vidas de muchos conquenses desde el miedo y que parece invisible en una batalla interna que acaba por eclosionar y manifestarse también exteriormente, arrasando con todo. La enfermedad arrastra un síntoma que cae en el olvido y que juega un papel importante para los pacientes oncológicos, así lo explica la psicóloga Miriam Orbis. Ella asegura que el cáncer «afecta a muchas áreas de la vida, no solo físicamente, sino también emocionalmente y en la forma en que un paciente se ve a si mismo».
Miriam destaca que uno de los mayores retos emocionales surge cuando el reflejo en el espejo deja de corresponderse con la persona que siempre hemos sido. Cuando una enfermedad transforma la imagen de manera drástica, «mirarse al espejo puede convertirse en un acto de confrontación constante», señala la psicóloga, porque «lo que ves ya no es lo que recuerdas, hay un deterioro, una pérdida de control que no depende de ti, y eso puede desencadenar ansiedad, tristeza o incluso depresión». Estas alteraciones de la autoimagen tienen un efecto profundo sobre la salud mental y «pone a prueba la capacidad de afrontamiento de cada persona». No existe una manera «correcta» de atravesar este proceso, hay tantas maneras de llevarlo como personas. Lo importante, señala Miriam, es «apoyar a quienes más lo necesitan para aceptar la nueva realidad». El cambio físico convierte lo interno en visible y la enfermedad deja de ser un pensamiento abstracto y para reflejarse en la piel, en la forma del cuerpo, en el rostro, lo que hace que el acompañamiento psicológico sea «fundamental» para ayudar a transitar esta etapa, destaca Miriam.
La enfermedad no avisa, se instala y transforma poco a poco la imagen que refleja el espejo, afectando la autoestima y generando un duelo no solo por la salud, sino por la propia identidad. Sentirse reconocido en la propia piel, se convierte en un acto vital. Y es en ese espacio donde los cuidados oncológicos, desde la estética y el maquillaje hasta la ropa adaptada, las pelucas o la micropigmentación, juegan un papel fundamental, devolviendo confianza, bienestar y un poco de normalidad a quienes enfrentan esta silenciosa invasión.
Cuidado de la piel: sensibilidad y protección
En el proceso oncológico la piel requiere una atención especial. Verónica Paz, de Kirei Estética, explica cómo los tratamientos estéticos se adaptan a las necesidades únicas de cada paciente: hidratación intensa, nutrición profunda y protección solar constante, especialmente frente a la fotosensibilidad que provocan la quimioterapia o la radioterapia. Los productos seleccionados son naturales, libres de parabenos y siliconas, y las manicuras y pedicuras se realizan con sumo cuidado, evitando cortes y utilizando esmaltes seguros que respetan la fragilidad de la piel.
Además, Kirey organiza talleres de automaquillaje, donde los pacientes pueden reconectar con su rostro, volver a conocer sus rasgos y recuperar la confianza en sí mismos. En ese proceso de aceptación, Paz señala que el maquillaje es un paso adelante para porque «no porque tengan esta enfermedad deben quedarse en casa sin mostrarse», un proceso en el que verse bien es un factor decisivo. De este modo, «con los productos adecuados, pueden maquillarse, cuidarse y sentirse bien consigo mismos», subraya Verónica.
Micropigmentación y tatuaje oncológico: un nuevo reflejo en el espejo

Laura Egea, especialista en micropigmentación oncológica de Musa Tattoo, describe cómo su trabajo va más allá de lo estético. En su caso, supo que su vocación con el tatuaje tradicional podía servir de apoyo a personas que habían pasado por cirugías o injertos de piel tras mastectomías, «muchas clientas estaban desesperadas por recuperar su imagen, y un tatuaje 3D realista de la areola o unas cejas bien diseñadas les devuelve una parte de sí mismas que creían perdida», apunta.
El proceso es minucioso y personalizado. Cada diseño se adapta al cuerpo de la paciente: medidas, simetría y color se estudian cuidadosamente, buscando un equilibrio entre naturalidad y armonía con su anatomía. Cuando se trabaja sobre cicatrices, se respeta un año de cicatrización antes de intervenir, y en el caso de injertos, la experiencia permite ajustar la técnica según el tipo de piel y su irrigación. Después, se realizan retoques periódicos para mantener la fidelidad del color y la forma, asegurando que el resultado sea duradero y realista. El impacto emocional cuando se realizan el tratamiento es evidente, la tatuadora apunta que es un momento muy intenso porque «sienten que recuperan algo de su identidad, algo que la enfermedad había borrado», explica. Más que un tatuaje, su trabajo se convierte en un puente que ayuda a las pacientes a reconciliarse con su cuerpo y con su reflejo, devolviéndoles confianza y bienestar.
Ropa adaptada para habitar la piel desde la comodidad
La ropa interior y los bañadores también juegan un papel crucial en la recuperación emocional y física, especialmente en el caso de las pacientes oncológicas que se han sometido a mastectomías. Mabel Escutia, propietaria de la corsetería Doliche de Cuenca, explica que estas prendas no son simples piezas de vestir, pues se diseñan pensando en las necesidades específicas de quienes han pasado por mastectomías u otras intervenciones. Así, según destaca Escutia, «lo que diferencia a estos sujetadores y bañadores de los normales son los patrones: se evitan al máximo las costuras para que no rocen con las cicatrices, y se utilizan tejidos suaves, principalmente algodón orgánico, recomendado por los médicos, que aporta comodidad y evita irritaciones», detalla Mabel.
Además, estas prendas incorporan bolsillos especiales para prótesis, permitiendo equilibrar la silueta cuando se ha realizado una mastectomía parcial o completa, y se adaptan a distintas formas de pecho. Incluso se ajusta el escote para cubrir cicatrices y garantizar confort sin perder estilo, todo ello para «no perder la feminidad, mantener la vida diaria y sentirse bien con el propio cuerpo», comenta Mabel. Gracias a estas opciones, las pacientes pueden seguir sintiéndose atractivas y seguras, sin tener que recurrir a productos de ortopedia que, según la empresaria «muchas veces carecen de diseño, elegancia o sensibilidad estética». La disponibilidad de estas prendas en Cuenca también facilita la experiencia, evitando que las mujeres tengan que depender exclusivamente de compras online, y ofreciendo un apoyo cercano y personalizado en un momento de cambio y adaptación corporal.

Pelucas y turbantes, entre el acompañamiento y la autoestima
La pérdida de pelo por tratamientos como la quimioterapia puede afectar profundamente la autoestima y la imagen personal, una parte que ha cubierto el salón conquense de Raíces Biosalón. En este centro, la trabajadora Virginia Hernán explica cómo cada peluca se personaliza completamente «con unos acoples que se ajustan a la medida del cuero cabelludo de cada clienta». Además, «se elige el color y estilo para que se asemeje lo máximo posible a su cabello natural»; aunque algunas pacientes deciden cambiar de imagen, «la mayoría busca mantener su apariencia habitual», destaca. Además de las pelucas, el salón ofrece turbantes fabricados en algodón o bambú, pensados para brindar comodidad y protección, especialmente en invierno. Estos accesorios también pueden colocarse debajo de las pelucas, añadiendo confort y calidez.
El proceso no termina con la entrega de la peluca o turbante, pues el equipo de Raíces Biosalón ofrece asesoramiento personalizado sobre cómo colocarlas, cuidarlas y mantenerlas en casa. Para quienes lo necesitan, también existe la opción de llevar las pelucas al salón para su limpieza y mantenimiento, garantizando un uso prolongado y seguro.
A este cuidado personalizado se suma un componente solidario, pues el salón gestiona la recogida de cabello donado que posteriormente se envía a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) para confeccionar pelucas destinadas a pacientes con menos recursos. Así, quien dona su cabello «contribuye a que otras mujeres puedan recuperar su imagen y su autoestima durante un momento muy difícil», comenta Virginia, destacando la dimensión del proyecto.
Al final, más allá de la técnica, los productos o la moda, lo que subyace en todos estos servicios es el cuidado de la persona en su totalidad. María del Prado Parra Fernández, trabajadora social y coordinadora de oncoestética en la AECC en Cuenca, enfatiza que este cuidado va mucho más allá de lo estético. Así apunta como la oncoestética «es un área más de una necesidad que tienen los pacientes». Muchos tratamientos afectan a la piel y también dejan secuelas derivadas de cirugías o tratamientos oncológicos, destaca Parra, por lo que deste la organización de ocupan de proporcionales información sobre cuidados y, «si hay necesidades específicas, derivamos a nuestro equipo médico en Madrid, que puede guiarles sobre los cuidados más adecuados en cada situación», comenta.
Desde los tratamientos de hidratación y protección solar, hasta las pelucas personalizadas, los turbantes, la ropa adaptada o los tatuajes oncológicos, cada gesto busca devolver a las pacientes una sensación de normalidad, de identidad. En todo este mundo, Prado enfatiza la importancia de la formación especializada y de la coordinación con equipos médicos porque «no es la piel de alguien sin tratamiento, cualquier producto que normalmente sería seguro puede resultar agresivo para estas personas». Por ello desde la AECC ofrecen formación a los profesionales para garantizar que los pacientes oncológicos puedan encontrar tratamientos de la parte estética con todas las garantías. La trabajadora social concluye que «la formación es fundamental para saber qué aplicar y en qué momento».
Así, lo que empieza como un cuidado externo se convierte en un acompañamiento integral, físico, emocional y psicológico. Un reflejo en el espejo que sirve de impulso para que la imagen del espejo acompañe a cada paciente en la batalla contra el cáncer.