Las emociones cartografían sus propios códigos. En la Semana Santa de Cuenca rara vez se aplaude. Lo que en otras geografías es obvia rutina y sinónimo de pleitesía, aquí extraña y perturba: se percibe como una mácula ensuciando los momentos de silencio o exaltación musical. Una interferencia en la conexión con lo sagrado. Cuando unas manos bienintencionadas pero despistadas inician un palmeo, se suele abortar de súbito con mirada reprobatoria y chisteo. Como toda norma tácita o escrita, esta también tiene sus excepciones. La ovación es bienvenida, casi litúrgica e inevitable en El Encuentro que une a Jesús Resucitado y su Madre, la Virgen del Amparo, en la Plaza de la Constitución. Y así surgió este Domingo de Pascua cuando se repitió el rito.
No fue el único ni el primer aplauso del día: poco antes se había desatado otro espontáneo en el interior de la iglesia de San Andrés cuando el secretario de la hermandad, Javier Caruda, anunciaba que, tras valorar la información meteorológica, la procesión iba a salir por el recorrido acostumbrado. Fue una sonora manifestación de alivio por librarse de una cancelación que se hubiera acumulado a la del año pasado. La noticia se difundía con un matiz resultaría a la postre anecdótico: el desfile empezaría a las 10:15 horas, un cuarto de hora más tarde de lo previsto, para dar tiempo así a que llegasen todas las representaciones de otras cofradías que por la incertidumbre ante la lluvia se habían retrasado.
Turistas en el inicio
La demora de cortesía no impactó en el balance final. Según el cronómetro y la hemeroteca, el cortejo acabó apenas ocho minutos después que su precedente de 2023, y veintidós antes que el de 2022. En la recuperación del tiempo prestado influyó un inicio muy dinámico, ritmo que se mantuvo en la bajada separada sin que mermase la suntuosidad de la escenificación. No fue un comienzo solitario, pero tampoco excesivamente nutrido de público. Sí que había, o al menos lo pareció, más turismo que otras veces. El magnetófono de la curiosidad registraba conversaciones con acentos andaluces o en inglés, catalán y alemán, junto a otras llenas de localismos en el léxico, la entonación y la temática. La presencia de visitantes fue incesante en otros puntos del itinerario. El comportamiento generalizado observado fue de admiración y respeto: salvo algún caso aislado fueron dignos de agradecer el silencio prudente y la atención por no cruzar por en medio la procesión. Más que los de algunos autóctonos, por cierto.
— Junta de Cofradías de Cuenca (@JdC_Cuenca) April 20, 2025
La Banda de Música de Cuenca saludó a ambas imágenes con el Himno de España y luego escoltó a la Virgen del Amparo por la ruta de Solera, El Salvador, la Puerta de Valencia, Los Tintes y Fray Luis de León (calle del Agua). Manto de negro luto aún, aún con la pena tarascándole la maternidad. La guiaba por primera vez como capataz Alfredo López, quien sustituyó en la función a José Ramón Benito. El antiguo jefe de banceros recibió el cariño de la hermandad y de su sucesor poco antes de salir.
La otra banda de la planilla musical de la jornada fue la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías, paradigma del exhaustivo esfuerzo el que Cuenca ha rezado estos días. Precedió al Resucitado, que en esta primera mitad del cortejo bajó por San Juan, Palafox y Calderón de la Barca. En sus gualdrapas iban prendidos crespones negros en memoria de Juan García, Alejandro Fernández y Félix Soriano.
Flora y fauna
Su contenido adorno floral (reincidente en el acierto de dejar mostrar en su totalidad la talla) hubo de competir con la primavera ya establecida en la vegetación del decorado. “Es una maravilla el árbol del amor cuando la Semana Santa cae en abril”, apuntaba Julián Recuenco, el pregonero del año pasado al ver pasar al Resucitado por las Curvas de la Audiencia.
No fue solo la flora la que, brotando en el Árbol de la Cruz, se puso al servicio de este auto sacramental dividido e itinerante. También la fauna. Dicen que los animales intuyen y anticipan antes los terremotos, tormentas y erupciones y aquí los pájaros interpretaron precozmente su orgánica marcha procesional: el ornitológico aviso de un cataclismo inverso. También el río Huécar y su rumor, saltarín tras las precipitaciones de la madrugada y los días previos, amparaban a la Virgen en su duelo casi solitario, en su trayecto divergente con el de su Hijo.
Cuenca celebraba callejeramente ya la Resurrección y la naturaleza no era puro decorado aleatorio sino liturgia biológica. La creación como altar y retablo, en la tierra y en los cielos. Las nubes oscuras y los claros del sol se alternaban pugnando por su preeminencia. Tocaba ponerse y quitarse la chaqueta con la misma frecuencia que un político tránsfuga. Un combate entre las tinieblas y la luz que parecía que fuese a decidirse a los puntos, pero que lo hizo por el voto de calidad del Mesías revivido. Hubo varios momentos del trayecto donde se escaparon algunas gotas. Fugaces sustos que ni siquiera alcanzaron la categoría de orballo gallego, sirimiri vasco o calabobos castellano, pero sí que obligaron a plastificar algunos guiones y estandartes de tejidos vulnerables como los terciopelos.
Alrededor de las 11:25 horas confluyeron los dos itinerarios en la Plaza de la Constitución, antes de Cánovas. La marcha El Evangelista fue otra vez la banda sonora preparatoria de este clímax narrativo, del cinematográfico cruce de miradas que cientos de personas miraron. Hijo y Madre se pusieran cara a cara gracias a la pericia cariñosa de los banceros. No hay fuerza sin ternura. Y viceversa. El manto negro de la Virgen se retiró para mostrar el verde, que este Domingo no era solo de esperanza sino de algo mucho más grande, de certeza. La profecía se había cumplido; la promesa, satisfecho. Y volaron por Cuenca las palomas, planearon los aplausos elegidos y el himno de España escaló otra vez por los tímpanos.
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Después, la atención se trasladó al Monumento al Nazareno. Su efigie masculina y adulta portaba la palma que le había colocado el Viernes Santo la hermandad de San Juan Evangelista en memoria por los nazarenos difuntos. Por ellos también depositó un ramo de flores el niño Marcos Soriano Benito, quien estuvo acompañado por el presidente de la Junta de Cofradías (JdC), Jorge Sánchez Albendea. Formó parte del cortejo desde su inicio junto a la concejala Charo Rodríguez. En ese punto se sumarían a ellos los miembros de la Comisión Ejecutiva de la institución nazarena.
Tras la ofrenda floral, el sacerdote Gonzalo Marín rezó para todos el Regina Coeli y otra vez la vía pública se hizo templo. Al finalizar los pasos aún permanecieron unos cuantos minutos parados, mientras se iban colocando en un único grupo las cabeceras de las hermandades que habían acompañado a una y otra imagen. Estaban todas. Y los espectadores miraron con especial cariño las enseñas de El Bautismo y de la Virgen de la Esperanza cuyos titulares ni siquiera pudieron salir de las iglesias el Martes Santo.
Hoy no queda casi nadie de los de antes
Ya completo y unificado, el larguísimo itinerario se compuso para avanzar por Carretería, La Hispanidad, Aguirre y Las Torres. No es esta una de las cofradías de participación más populosa, pero estuvieron bien flanqueados sus dos imágenes. “Mira, hijo, el señor que hizo El Resucitado era de nuestro pueblo”, ilustraba un padre orgullosamente procedente de Pajaroncillo, pueblo natal de Leonardo Martínez Bueno.
La de la Virgen del Amparo una mantilla de color hueso de encaje tupido colocada sobre su manto verde. Estrenó, ya que en 2024 no pudo hacerlo, la diadema de procesión ideada por el diseñador de arte cofrade conquense Adrián López y ejecutada por el orfebre sevillano José Manuel Bernet. Belleza, simbolismo e iconografía en cuya filacteria figuran primeros versos del Sub tuum praesidum, el himno más antiguo que se conserva en honor a María como madre de la Divinidad. “Nos acogemos bajo tu Amparo, Madre de Dios”.
Ese amparo fue cobijando a una ciudad donde, junto a las marchas como ‘Vía Lucis’ en la banda de Cuenca o ‘Al Señor del Rescate’ en la de trompetas y tambores, se escuchaban ya las ruedas de maletas. Un rumor de nostalgia anticipada y fuga de talentos. De poner otra vez a cero el contador de echar de menos en las familias y las pandillas. “Hoy no queda casi nadie de los de antes y los que hay, han cambiado”, como cantaban los Celtas Cortos en un 20 de abril, como este domingo, pero del 90.
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Fiel a su discurrir ágil adquirido este año -quizá para huir de unos chubascos que elevaban su amenaza al paso de la Puerta de Valencia o en la entrada de El Peso- arribó casi según lo previsto a la Plaza de San Andrés. Las enseñas se colocaron estratégicamente configurando ese museo de bordados que se atisba de un vistazo y las notas de ‘La esperanza de María’ resumieron la despedida. Adaptándose al inclinado plano de la plaza entró, otra vez con el himno español, el Resucitado, mientras que la Virgen se despidió majestuosa tras la Marcha de Infantes, en el silencio sin aplausos, de una Pascua otra vez salvada y salvadora. No se chocaron las manos, pero ovacionó el júbilo y la devoción para decirle adiós y bienvenida al mismo tiempo.
Y otra vez a darle la vuelta al reloj de arena. 11 meses y una semana nos quedan. El 27 de marzo de 2026 es Viernes de Dolores.
GALERÍA FOTOGRÁFICA