Cuenca celebra su solemne procesión del Santo Entierro en una fría noche de Viernes Santo

La Luna de Parasceve iluminaba el silencio que caía sobre la fría noche del Viernes Santo, cuando el sonido de las cornetas y tambores anunció el inicio del sepelio de Jesucristo

La Luna de Parasceve iluminaba el silencio que caía sobre la fría noche del Viernes Santo, cuando el sonido de las trompetas y tambores, de la Banda de la Junta de Cofradías, anunció el inicio del sepelio de Jesucristo. Una abarrotada Plaza Mayor esperaba erguida y pacientemente la espera un cortejo que se terminaba de preparar en el interior de las naves catedralicias de Cuenca. Puntualmente, las puertas se abrieron para el desfile de uno de los cortejos más testimoniales celebrados en la ciudad. Con la participación de las diferentes hermandades de la capital, la solemne procesión del Santo Entierro iniciaba su particular viaje por los siglos que siguen impregnados en fachadas y resquicios callejeros del recorrido.

Una larga y detallada representación de las hermandades conquenses abrían la procesión del Santo Entierro flanqueada por una Plaza Mayor enmudecida por lo que ocurría entre sus ojos. El compendio de la sepultura del Señor se materializaba en el sonido crepitante de cada cirio iluminando el itinerario de la procesión. Media hora más tarde, la Venerable Hermandad de la Cruz desnuda de Jerusalén cruzaba el dintel de la Catedral de Santa María y San Julián para ser recibida por el pueblo que se encontraba en el exterior del templo.

Un manto azul sobre el cielo cubría las últimas horas del crepúsculo mientras, paralelamente, una intensa luz cobriza bañaba trazaban sobre la tarde una costumbrista estampa conquense tras los oficios del Viernes Santo. Una huella que se sumaba a la participación en la comitiva del Muy Ilustre Cabildo de Caballeros de Cuenca, con presencia femenina entre sus integrantes.

El cortejo avanzaba descendiendo sobre por el Casco Antiguo de la ciudad antecediendo a lo que posteriormente daba lugar: el Cristo Yacente que Luis Marco Perez tallara hace ahora ochenta años, era transportado por los banceros que atentos, atendían las órdenes para ejecutar una maniobra impoluta que atrapó la atención de cientos de cámaras que inmortalizaron el momento. La estampa invitaba a la reflexión del triunfo de la vida sobre la muerte que en apenas unas horas acabará materializándose y dando el sentido de esta fiesta cristana.

Cuatro blancas y erguidas velas acompañaban al Cristo Yacente que por momentos, parecía formar parte de un momento traído de un tiempo pasado. Las Cinco Llagas, presentes en esta escena, recordabana los espectadores la parte más humana del Dios que agarró con fuerza el cáliz de su muerte.

Al sonido de la Marcha Real aparecía ennmarcada sobre las oscuras naves de la Catedral Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz, vestida por su camarera, María Victoria Pontones, del Cabildo. Que en su extenso manto ofrecía consuelo para los afligidos. Con solemnidad y recogimiento recibía el pueblo de Cuenca a la Virgen, dispuesto a acompañar en el tránsito de su desgarrador dolor. Se abría paso la segunda de las hermandades de la noche del Viernes Santo, la Congregación de Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz.

Una extensión de esta escenografía se podía observar tras el manto de negro luto. Allí, tras ella, una representación del pueblo de Cuenca la acompañó al acertado reperteorio de acortes de la Banda de Música Municipal de Cuenca. En el cortejo, una treintena de mujeres de la Congregación acompañaban al séquito con mantilla negra en señal de respeto a un cortejo que buscaba dar sepultura al hombre que entregó su vida a los demás.

En la escalinata de la iglesia de San Felipe Neri, el Coro del Conservatorio espera para entonar sus cantos a la procesión. Comenzó con el estreno de la interpretación de O Crux Ave, del compositor letón contemporáneo Richards Dubra, a la Cruz desnuda, continuó con el Miserere al Cristo Yacente y finalizó con el Stabat Mater para la Virgen de la Soledad.

En el cortejo se encontraban representadas las diferentes representaciones civiles de la provincia de Cuenca. Lo encabezaba el obispo y vicario general de la Diócesis de Cuenca, José María Yanguas y Antonio Fernández Ferrero, respectivamente. Y se sumaba la Comisión Ejecutiva de la Junta de Cofradías con su presidente, Jorge Sánchez Albendea al frente. También se encontraban representaciones de las hermandades de la capital seguido del alcalde de Cuenca, Darío Dolz y la corporación municipal, con todos los grupos municipales de PSOE, PP, Ciudadanos y Cuenca nos Une presentes. Tras ellos, se encontraban el presidente de la Diputación Provincial de Cuenca, Álvaro Martínez Chana, el presidente del grupo popular, Cayetano J. Solana. Y en el ámbito regional, acudieron a la cita el vicepresidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, José Luis Martínez Guijarro, el vicerrector del Campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha, César Sánchez; María Ángeles Martínez, delegada de la Junta; María Luz Fernández o el diputado autonómico y presidente del Partido Popular en Castilla-La Mancha, Francisco Núñez. Así como el Jefe de la Policía Local, Juan Carlos Muñoz

La procesión recorrió diferentes zonas de la ciudad hasta su descenso a la parte baja, donde las bajas temperaturas lograron ser frenadas por los altos edificios que resguardaban al cortejo. El sonido del río Huécar rompió el silencio de la noche para recordar que la fuerza de la vida, a través del agua, es mucho mayor que la roca que cubre un sepulcro. Y que hasta una gota consigue disciplinadamente su desgaste.

En la Puerta de Valencia la procesión del Santo Entierro volvía a poner en marcha su ascenso hasta la iglesia de El Salvador, donde se dio por concluida, un año más, la tercera de las procesiones del Viernes Santo en Cuenca. En esta ocasión, tras la interpretación musical del Coro Alonso Lobo.