Negocios que son servicios en la España Vaciada: el único bar, panadería, floristería o dentista del pueblo

Huerta del Marquesado, Beamud, La Cierva, San Lorenzo de la Parrilla o Huete son el hogar de negocios que han apostado por devolver servicios.

La vida rural siempre ha sido un delicado equilibrio entre tradición y abandono. Muchos son los municipios de la provincia que sufren la falta de servicios básicos. Los locales comerciales se convierten en una suerte de cadáver exquisito de la migración a las ciudades con bares que cerraron, tiendas que desaparecieron y hornos que apagaron sus fuegos. Para los vecinos, cada persiana bajada se ha traducido a lo largo de los años en una pequeña pérdida, no solo de un negocio, sino de un espacio de encuentro y comunidad.

Decididos a recuperar servicios esenciales y aportar vida al entorno rural existen emprendedores que han dado un paso hacia delante para escribir un nuevo capítulo en el libro de los pueblos de la provincia de Cuenca. Gente que deja la comodidad urbana para asumir desafíos en pueblos pequeños, a veces con apenas unas decenas de habitantes, y cuya visión de rentabilidad va mucho más allá del criterio económico.

María Ángeles Albert en el horno ‘El Solanillo’ de Huerta del Marquesado. FOTO: Cedida

El horno artesanal ‘El Solanillo’ de Huerta del Marquesado, un ejemplo de apuesta empresarial

María Ángeles Albert tuvo una de estas ‘tormentas perfectas’ que pasan una vez en la vida. Llegó desde Valencia atraída por el encanto y la tranquilidad de los pueblos conquenses hasta Motilla del Palancar, donde pasó un año elaborando sus creaciones hasta que su horno giratorio de leña se rompió sin posibilidad alguna de arreglo. Justo entonces el Ayuntamiento de Huerta del Marquesado, en una apuesta por atraer emprendedores, había rehabilitado el antiguo Horno Artesanal de El Solanillo.

María Ángeles, que cuando se enteró de la noticia puso rumbo al pueblo confiesa que se enamoró del lugar en cuanto llegó y supo que era el lugar en el que quería estar. Los comienzos no fueron fáciles, pues María Ángeles llegó con su propia maquinaria y estaba sola al frente del horno. La valenciana tenía claro que quería que su negocio cubriera todas las necesidades por lo que en su oferta, además de pan de masa madre sin apenas levaduras y con largas fermentaciones así como bollería dulce y salada, también incluyó productos de consumo básico para poder dar servicio a los huerteros.

Aunque pueda creerse que los negocios rurales no son rentables, ella señala que la comunidad celebraba tener pan fresco y productos básicos sin tener que desplazarse a otros pueblos, especialmente las personas mayores, algo que se tradujo en que el día de la apertura, a las 6:45 había una veintena de personas a las puertas del horno dándole la bienvenida con pancartas, recuerda emocionada. Aquel primer día en pleno mes de agosto la realidad superó las expectativas y durante las primeras horas eran veintenas de personas no solo de Huerta del Marquesado, si no de los alrededores las que llegaban a comprar. Aunque con la llegada de la temporada baja y el éxodo otoñal los pedidos han bajado, Albert confiesa que «la rentabilidad no se mide solo en euros» porque en el municipio ha encontrado un lugar en el que «vivir tranquila, ofrecer un servicio útil a los vecinos y mantener vivo un negocio que es parte de la vida del pueblo».

Poco a poco la panadera, que lleva toda una vida «con las manos en la masa», como ella bromea, ha encontrado en los vecinos cómplices para su negocio que no solo le sirven como ‘conejillos de indias’ para sus nuevas creaciones, si no que también le han apoyado y hecho sugerencias para los horarios, pedidos y logística. Además, el horno con apenas unos meses de vida ya es un ejemplo de iniciativa empresarial pues ha comenzado a generar empleo en el municipio con la recientemente contratación de una joven para ayudar en el despacho, y está considerando ampliar su equipo en función de la demanda según refiere María Ángeles.

El bar-tienda de Beamud: una vida tranquila en la que las personas lo son todo

Javier Castillo en el bar de Beamud
Javier Castillo en el bar de Beamud

Javier Castillo dejó Alicante y con solo 23 años decidió instalarse en Beamud, donde el bar-tienda estaba a punto de cerrar. Su decisión no fue impulsiva, pues conocía el municipio de visitas previas, ya que su familia tenía vínculos con la zona, y buscaba un cambio radical de vida. El joven señala como esta es «la opción perfecta» para quienes quieren vivir una vida tranquila, comenta, algo a lo que añade que «es un lujo no tener que escuchar el ruido y el tráfico de la ciudad, si no el viento o los animales por la noche». Tras haberse decidido en el mes de abril, Javier dio su gran saltó y dejó una ciudad de 56.000 habitantes por un pueblo en el que viven de continuo entre 20 y 30 personas.

Los primeros días fueron intensos, Javier llegó casi sin inversión y tuvo que afrontar gastos iniciales, pagar el traspaso del bar y organizar todo desde cero. La ayuda familiar fue crucial para superar los primeros meses, en los que aprendió a gestionar el negocio mientras se adaptaba a la vida rural. En el proceso también señala el apoyo de los vecinos que, refiere «fueron de muchísima ayuda». El joven relata como, lejos de presionarle o ser impacientes, los habitantes de Beamud se volcaron con él, que nunca había trabajado en hostelería, para enseñarle cómo funcionaba el negocio y la dinámica local.

El bar de Beamud es más que un lugar para servir café o refrescos, es un punto de encuentro donde los vecinos comparten conversaciones, consejos y anécdotas. Javier destaca que la relación cercana con los clientes es uno de los aspectos más enriquecedores de trabajar en un pueblo porque, comenta «muchas veces no eres solo un camarero, eres parte de la conversación, de la vida diaria de la gente; es muy distinto a un bar de ciudad, donde apenas tienes tiempo de hablar con alguien».

Además, el negocio permite a Javier vivir de manera independiente, con un estilo de vida sencillo y económico porque, asegura, «aunque no ganas muchísimo dinero lo cierto es que esto no es como la ciudad, que te invita a consumir», por lo que con apenas 23 años puede costearse su vida y mantener en pie un negocio propio que tiene vocación de crecimiento. El joven señala que en el futuro espera reactivar la tienda de productos básicos que complementará la oferta del bar, cubriendo aún más necesidades de los vecinos.

Gleidi Yorleni Romero y su hijo en el bar de La Cierva. FOTO: Cedida

De un bar cerrado a un restaurante convertido en el centro social de La Cierva

Gleidi Yorleni Romero llegó a La Cierva desde Madrid con una mezcla de curiosidad, valentía y se encontró la oportunidad perfecta pues el único bar del pueblo iba a cerrar sus puertas, lo que obligaría a los vecinos a desplazarse en coche para poder reunirse. Así la mujer no solo optó por quedarse el negocio, si no por dar un salto de fe e incluir un servicio en el pueblo que hasta entonces no tenían: una casa de comidas para ofrecer platos más allá de las bebidas, que era lo único de lo que disponía el anterior propietario. Yorleni incluso impulsó al pueblo con la llegada de su hijo, que sumó un niño al pueblo que, asegura «es el niño de todos, se portan muy bien con él».

La decisión no fue sencilla, aunque había trabajado en un catering como cocinera no tenía experiencia en barra. Sin embargo, de nuevo los vecinos fueron un factor diferencial con el apoyo que le brindaron. Yorleni relata cómo le iban guiando en las bebidas que incluir en los pedidos o le explicaban como preparar algunos de los ‘básicos’ de los bares conquenses, como el carajillo, para que aprendiera las recetas. Así la mujer confiesa que en La Cierva se siente «en casa» y que los residentes se han convertido en su familia.

Así, la reapertura diaria del bar ha devuelto un servicio esencial al pueblo, ya que el anterior propietario únicamente abría los fines de semana, lo que ha fortalecido el tejido social y ha creado un punto de encuentro imprescindible para todas las edades. Aunque el negocio aún está en sus primeros pasos, Yorleni ve un futuro lleno de posibilidades y aprendizajes. Señala que por el momento quiere ir viendo cómo avanzan los acontecimientos y, en función de la marcha del negocio irá haciendo realidad sus ideas pero, comenta «lo más importante es que la gente del pueblo se siente contenta» concluye.

La doctora Raquel Pardo en su clínica itinerante Ruraldent. FOTO: Cedida

Salud dental desde la Serranía de Cuenca con la odontóloga Raquel Pardo

Hace casi tres décadas, Raquel Pardo decidió regresar a su pueblo natal, San Lorenzo de la Parrilla, con una idea clara «devolverle a sus vecinos todo lo que ellos le habían dado», señala Irene Álamo, directora del grupo de clínicas RuralDent. Así la odontóloga abrió el primer centro del municipio hace 28 años, cuando todavía estaba finalizando sus estudios, y poco después asumió la gestión completa del negocio. La clínica no tardó en convertirse en un servicio esencial. En una comarca donde los desplazamientos al dentista implicaban recorrer decenas de kilómetros, el hecho de poder atenderse «con Raquel, la de toda la vida», como comenta Álamo entre risas, fue un factor diferencial para la confianza en la profesional.

Con decisión y visión de futuro, la clínica dental de San Lorenzo de la Parrilla, un municipio con menos de mil habitantes, pasó de ser un sueño improbable a haberse convertido hoy no solo en una realidad, sino en un referente para sus vecinos y para los de decenas de localidades cercanas. El crecimiento ha sido lento, sostenido y basado en la confianza y gracias a este progreso el negocio ha crecido sin perder su esencia local. Hoy, además de Raquel Pardo, el equipo cuenta con tres doctores colaboradores especializados en distintas áreas que acuden al municipio varias veces en semana así como tres trabajadoras más con contrato indefinido. En lo referente a la rentabilidad, la directora del grupo explica que «nadie busca hacerse rico, lo que buscamos es sostenibilidad, que el servicio sea viable, que los vecinos tengan atención dental sin tener que desplazarse, y que se mantenga la actividad económica en el pueblo», subraya.

De esa filosofía nació hace cuatro años una nueva inquietud: ofrecer el mismo servicio que se daba en San Lorenzo de la Parrilla a otros pueblos en circunstancias similares que tampoco contaban con acceso directo a la salud dental. RuralDent, la primera unidad móvil odontológica de la provincia se materializó cuando Raquel detectó que muchos de sus pacientes, ya mayores o con problemas de movilidad, habían dejado de acudir a las revisiones por no poder desplazarse. Irene explica que quería ser la propia odontóloga quien se acercara a ellos «para devolverles el cuidado y el cariño que durante años le habían dado».

Sin embargo, el camino como pioneros no fue fácil pues no existía una normativa en Castilla-La Mancha que permitiera ofrecer servicios odontológicos en unidades móviles, algo que sí ocurría con podología o peluquería itinerante. Raquel luchó durante años, visitando administraciones y presentando documentación, hasta lograr que se desarrollara un marco legal que hiciera posible el proyecto. Gracias a su impulso, la Diputación de Cuenca y la Junta de Castilla-La Mancha acabaron reconociendo la necesidad y facilitaron la aprobación. Así en diciembre del año pasado, tras cuatro años de trabajo, la unidad móvil comenzó a rodar oficialmente. Desde entonces, ha recorrido más de 30 municipios de la provincia y atendido más de 1.300 consultas. Aunque se trata de un servicio muy exigente a nivel logístico, económico y profesional, Irene reconoce que espera que el caso de RuralDent haya servido para abrir camino a otras iniciativas similares, para que puedan surgir y prestar servicio en el ámbito sanitario rural. Desde la organización esperan que sirva como ejemplo para otros profesionales que deseen llevar servicios básicos a las zonas más despobladas.

Raquel Corpa en su floristería Zarzamora en Huete. FOTO: Cedida

Flores y corazón en Huete con la florista Raquel Corpa

Durante la pandemia, Raquel Corpa Prieto, una joven de 30 años natural de Huete (Cuenca), decidió regresar a su pueblo para pasar el confinamiento desde la capital madrileña, donde se había formado en diferentes disciplinas. Lo que entonces parecía una pausa temporal se convirtió en un nuevo comienzo cuando siguió su vocación artística y plasmó sus inquietudes en la Floristería Zarzamora, el negocio que regenta desde entonces. Aunque este negocio ya se había intentado antes en Huete sin éxito, ella quiso reinventar desde una mirada más moderna y creativa y fue precisamente su visión creativa la clave del éxito para construir su modo de vida en su pueblo, un paso que tenía claro.

Raquel no venía del mundo floral: estudió Ciencias Políticas y Sociología y más tarde un módulo de Diseño de Moda, donde descubrió su vocación artística. Así, la empresaria rural comenta que de no haber dado el paso ahora probablemente estaría en una oficina «lamentándome y pensando que me gustaría dedicarme a lo que hago ahora». De este modo, Raquel apostó por formarse en arte floral y ofrecer una experiencia en la que cuida todos los detalles, desde el escaparate y las redes sociales hasta la imagen de la tienda. Copra confiesa que en su pueblo la demanda existía, pero «nadie ofrecía flores con un toque diferente» y en su apuesta por modernizar el concepto sin perder de vista el estilo clásico con el que comenzó hacerse su hueco en el municipio, el negocio no solo ha conseguido asentarse, si no que su clientela se ha ampliado con el tiempo a los pueblos vecinos, hasta cubrir buena parte de la comarca entre Cuenca y Tarancón.

A priori, la florista confiesa que planteaba su negocio con una fuerte carga estacional en momentos muy puntuales de auge como son el Día de Todos los Santos o el Día de la Madre, pero que ha acabado por dar al pueblo un servicio que no sabían que necesitaban y que cada vez son más los vecinos que apuestan por regalar un ramo de este negocio local por el cumpleaños en lugar de pedir regalos a negocios fuera del municipio.

Aunque no se considera ambiciosa, el proyecto de Raquel ha demostrado que la rentabilidad no siempre se mide en cifras y que «vivir en el pueblo es calidad de vida». Aunque destaca las partes positivas como trabajar en lo que le gusta, la calma y el apoyo generalizado que han dado todos los vecinos para que vuelva la gente joven del pueblo, que es hija o nieta de alguien a quien aprecian, la florista reconoce la parte negativa. En este sentido y aunque esté a punto de inaugurar un local más grande que los vecinos esperan con entusiasmo, Raquel apunta que en lugar de ampliar los efectivos prefiere renunciar a algunos trabajos, mantener el negocio pequeño y seguir disfrutan por lo complejo de la carga burocrática para pequeños emprendedores que, como ella, hacen una apuesta decidida por el mundo rural y deben enfrentarse a la tediosa carga del papeleo.