Por Miriam Mora Huerta
Cuenca, una ciudad única con rincones inolvidables y paisajes de cuento, da la bienvenida al nuevo hospital Universitario, inaugurado a finales de 2024 y con actividad iniciada apenas un par de meses atrás.
Estas edificaciones nos recuerdan de alguna manera la vulnerabilidad del ser humano. Una debilidad que necesita de atención médica, de revisiones, rehabilitaciones… Gracias a Dios, ante nuestra necesidad podemos acudir a profesionales que se desvelan por los sufrimientos ajenos. A pesar del trato humano por el que se debe caracterizar esta profesión, los hospitales muchas veces no dejan de ser un lugar de padecimientos, sin esperanza ni alegría que repartir, pues es mucho el dolor que tienen en sus cuerpos y en sus almas las personas que allí se encuentran.
Entre esos pasillos en sombras y esas miradas apagadas, las personas buscan una luz a la que aferrarse, una mano amiga que le sostenga ante el desgarro de la angustia. Los conquenses, tan afortunados como somos, podemos presumir de esa Madre que, aunque muchas veces no tratemos como tal, se da plenamente por sus queridos hijos y busca constantemente que gocemos de su bondad, del cobijo de su manto maternal.
¡No somos huérfanos! ¡¡No vivamos como tal!! España tiene gigantes que trabajaron y lucharon por la fe católica. ¡Subámonos en los hombros de nuestros antepasados! Tenemos una Madre que nos quiere y nos mima, aceptemos su amor y dejemos acogernos en el manto de su maternal cariño.
Madre, los conquenses queremos dejarte paso de nuevo para que puedas iluminar cada calle, plaza, colegio y hospital, no queremos las sombras melancólicas que nos persiguen, sino la luz que desprende Tu Sonrisa.
Sr. Alcalde, D. Darío Dolz y miembros de la Corporación Municipal, en nombre de la ciudadanía conquense, les traslado el deseo de que el Hospital Universitario sea iluminado de nuevo con la luz de nuestra patrona, de tal manera que volviera a adquirir su nombre original: Hospital Universitario Virgen de la Luz.
De esta manera, dejamos en sus manos la salud y la enfermedad, para que sea Ella la que nos reavive la esperanza, la alegría de sabernos Hijos de Dios y, finalmente, nos recuerde nuestra meta final, la vida eterna.