Emiliano García-Page Sánchez, presidente de Castilla-La Mancha
Decía María Moliner, la gran lexicógrafa que escribió su Diccionario de uso del español en su propia casa, que «una biblioteca no es un lujo, sino una de las necesidades de la vida». Tenía razón. En un mundo cada vez más digital, más veloz y más cambiante, las bibliotecas siguen siendo ese lugar donde el conocimiento se hace cuerpo, donde el pasado se conserva y el futuro se imagina.
Las bibliotecas son mucho más que espacios de préstamo: son guardianas de la memoria y laboratorios del porvenir. En ellas se custodian los relatos que nos dieron forma y se ensayan los lenguajes que nos definirán. Son los templos de la curiosidad, los archivos de la emoción humana, los refugios del pensamiento libre.
En Castilla-La Mancha tenemos la fortuna de contar con más de 500 bibliotecas, bibliobuses y salas de lectura que no solo guardan libros, sino que protegen un legado, el de la cultura compartida. Cada título conservado, cada documento digitalizado, cada audiolibro disponible en nuestras plataformas electrónicas representa un puente entre generaciones y una invitación a seguir narrándonos como sociedad.
Decía Miguel de Unamuno que «la lectura es un acto de creación permanente» y, quizá, no haya lugar más fértil para esa creación que una biblioteca. En sus estanterías conviven todas las voces, las antiguas y las jóvenes, las masculinas y las femeninas, las locales y las universales. Las bibliotecas castellanomanchegas son, en este sentido, una red de igualdad y de acceso a la cultura, donde cada lector y cada lectora tiene el mismo derecho a aprender, disfrutar y soñar.
Nuestros bibliotecarios y nuestras bibliotecarias —que son el alma de estos lugares— han sabido combinar tradición e innovación: digitalizan fondos patrimoniales, organizan clubes de lectura, incorporan audiolibros para quienes prefieren escuchar y exploran ya las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial. Pero, como recuerda Irene Vallejo, «la lectura no se inventó para pasar el tiempo, sino para invocar el tiempo perdido». Y eso, ninguna máquina puede hacerlo por nosotros.
En las bibliotecas, la inteligencia artificial puede ayudarnos a buscar, clasificar o recomendar, pero solo la inteligencia humana puede acompañar, orientar y emocionar. Son las personas —quienes leen, quienes enseñan, quienes atienden— las que transforman los datos en conocimiento y el conocimiento en experiencia compartida.
Por eso, una biblioteca es también una comunidad. No un edificio, sino un tejido vivo que conecta a los pueblos, que une generaciones y que mantiene despierta la curiosidad. Desde los bibliobuses que recorren los caminos rurales hasta la Biblioteca Regional que ilumina Toledo, todas ellas laten con la misma vocación, la de hacer de la cultura un bien común.
En un tiempo saturado de información, las bibliotecas nos enseñan a distinguir lo esencial de lo efímero. Como escribió José Ortega y Gasset, «la cultura es el sistema de ideas vivas que cada época posee» y en nuestras bibliotecas ese sistema respira, crece y se renueva gracias al compromiso de sus profesionales y al amor de sus usuarios y usuarias.
Hoy, 24 de octubre, celebramos el Día Internacional de las Bibliotecas. Es el momento de agradecer el trabajo de quienes las mantienen vivas, de quienes las reinventan para cada nueva generación y de quienes acuden a ellas buscando un poco de calma, un poco de luz. Las bibliotecas son la memoria de lo que fuimos y la promesa de lo que aún podemos llegar a ser. Mientras existan las bibliotecas —esos espacios donde la palabra sigue teniendo futuro— no habrá barbarie posible. Habrá memoria, habrá pensamiento y habrá humanidad.














