Rigor y devoción en un Vía Crucis marcado por la lluvia

Las precipitaciones han impedido que la Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna recorra las calles de San Antón

Las lágrimas del Jordán han caído sobre Cuenca, sustituyendo las gotas de cera que se desprenden de los cirios que tradicionalmente acompañan al Amarrado en su Vía Crucis el primer viernes de Cuaresma. Una custodia de paraguas y devotos que no cabían en una abarrotada iglesia de la Virgen de la Luz flanqueaba la puerta sin importar las previsiones meteorológicas.

Poco antes de las ocho de la tarde concluía la misa oficiada por el obispo de la ciudad, Monseñor Yanguas, con el acompañamiento musical del Coro de Cámara Alonso Lobo. El alma nazarena se encogía ante un Miserere entonado con el chasquido del silencio y la lluvia repiqueteando en los cristales del templo. Anunciada la suspensión a los fieles que se encontraban en la iglesia para acompañar en su quietud a la sagrada imagen, el Vía Crucis daba comienzo con el estreno de una marcha de capilla titulada «Vía Crucis del Amarrado», obra del músico conquense Sergio Bascuñana.

Catorce estaciones y siete palabras en una quietud absoluta, con solo una cruz recorriendo las naves laterales se han ido sucediendo una tras otra en boca de hombres, mujeres y niños. En menos de cincuenta minutos Cristo ha sido sentenciado a muerte, cargado con el peso de la cruz, caído y vuelto a levantar hasta en tres ocasiones; ha encontrado refugio en su madre y ayuda en el Cirineo y la Verónica, ha consolado pesares, se le ha despojado de sus vestiduras y clavado en la cruz, ha muerto, quedado en el sepulcro y resucitado. Cuenca se ha hecho Gólgota en el rostro de los niños que no han podido acompañar al Señor en su calvario, ha tornado espinas la voz quebrada de los fieles rotos por la pasión encerrada.

Las caídas en la pasión y en la vida son procesiones silentes que quedan recogidas en los templos, mecidas a voz devota. Así lo ha entendido Adolfo Alberto Puertas, que ha clamado en el templo, ante la Patrona de Cuenca y con la vista puesta en las manos atadas a la columna la historia de la novena estación. Puertas señala que «la estación que me ha tocado, que era preciosa y hablaba de la tercera caída , podemos aplicarla a este Vía Crucis que nos ha tocado vivir hoy porque aunque esa lluvia sea una caída al final el Señor lo único que quiere es que estemos con él».

Finalizado el rito hacia las 20:43 toda la iglesia ha elevado un canto entre lo espiritual y lo humano, como una súplica elevada a los cielos. Juan Soria, miembro de esta venerable hermandad, comentaba que «hemos vivido este Vía Crucis de un modo atípico, me parece que es un encierro en todos los sentidos, es una pena tener que hacerlo en el templo quitando el paseo, que por el origen mismo del acto es lo más importante de todo».