La lección de amor incondicional más importante de la Historia se impartió en el Sábado Santo conquense

Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías han demostrado en esta procesión de El Duelo que al relato que parecía terminado le aguarda otro final más allá de la muerte

Águeda Lucas

Quizá incluso antes de la hora en punto han sonado las matracas y las puertas de la iglesia de San Esteban se han abierto con cuidado, sabiendo que lo que albergan en su interior debe ser tratado con delicadeza. Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías asoman desde la penumbra del templo a la luz: (cuidado, hay ‘spoiler’) curioso resumen de lo que finalmente pasará.

Multitud de personas se han dado cita para recibir el inicio del desfile, como si todos quisieran acercarse a dar el pésame a una madre que ha perdido injustamente a su hijo. Nadie se acerca, pero todos están ahí, inmóviles. Las escaleras que han bajado en la salida hacia la muerte las subirán en la llegada hacia la vida, como en un bautismo renovado.

En los primeros metros con sol y calor se aprecia el color del nuevo manto azul marino de María Salomé, que lo ha estrenado hoy y que ha sido realizado por las propias vestidoras: María Muñoz, María Rodríguez Castellanos y Anabel Blanco. La imagen de la Magdalena estrenaba un mantolín, confeccionado por miembros de la hermandad y los cirios que han portado los hermanos eran de mayor tamaño.

Cuenca no ha dejado sola a la Madre en ningún tramo del recorrido, que ha estado regado de gente desde principio a fin con ligeros vacíos más hacia el final. En la Plaza Mayor de nuevo ha habido gran cantidad de personas para ver la entrada a la Catedral.

El cortejo ha seguido a buen ritmo, ágil, por las calles de la parte baja de la ciudad y lo mismo ha sucedido en los primeros impases de la parte alta, pasada la Puerta de Valencia. Es más fácil llevar el duelo acompañadas por la Agrupación Musical Alfonso Octavas, que ha puesto la banda sonora a este día de luto. La música se ha alternado con el silencio, que se antoja necesario en un mundo lleno de voces distorsionadas y gritos. El dolor puede manifestarse de muchas maneras y puesto que todos somos cuerpos y almas llenas de fracturas, sabemos que las cicatrices forman parte de nuestra piel.

María, el Cristo al que aferrarse

Una vez alcanzada la iglesia de El Salvador el ritmo se ha ralentizado ligeramente. Cristo ha muerto. La oscuridad y la desesperanza han abrazado a un mundo que se queda de algún modo huérfano. Sin embargo, María sigue siendo la luz que muestra el camino ya marcado por Él. Nuestra Señora de los Dolores se convierte en el Cristo que permanece con nosotros, como prometió. Igual que su hijo llevó el peso de la cruz en su espalda, ella sostiene en su corazón el dolor de una Humanidad a veces decadente, incrédula. Su mundo se ha desvanecido y aun así, en su interior una voz le recuerda que siempre hay luz, que siempre habrá motivos para creer.

María representa ese amor incondicional de las madres, a pesar de las traiciones y las injusticias, a pesar de las no correspondencias y los desprecios. El de un corazón rebosante de amor, más allá de la muerte, que sabe esperar con fe incluso cuando parece haberse dado todo por perdido.

Aunque pudiera parecer que son quienes la acompañan las que la sujetan, es Nuestra Señora de los Dolores quien sostiene a sus compañeras y no solo a ellas, sino a todos. El camino de la Madre engrandece las calles de Cuenca y marca la vía a través de la que llegar a la Vigilia Pascual. Es un trayecto que va disipando las tinieblas para acercarnos cada vez más a la luz.

Y rodeada de una soledad que solo entiende quien lo ha vivido, María es transportada por los banceros, alcanzando Solera. A la izquierda deja la visión del Gólgota conquense para atravesar la calle del Peso y en su llegada al Museo de la Semana Santa el paso ha sido girado hacia el edificio. Pocas palabras más se pueden añadir a momentos tan llenos de dolor y tan cargados de Fe.

Anochece Cuenca

En San Felipe el Coro del Conservatorio ha cantado para las imágenes el motete ‘Maria Magdalene’ más allá de las 8:35 horas, el mismo que escucha la imagen de María Magdalena el Martes Santo. A partir de ahí anochece Cuenca y el corazón se encoge un poquito más. Unas manos sujetan a la figura principal que hizo el escultor Francisco Javier López del Espino y un camino de velas señala la dirección en la que continuar. Si sigues a las tres su dibujo se pierde al doblar hacia el último tramo de la calle Alfonso VIII antes de la Anteplaza y es bonito ver así, de lejos a Nuestra Señora de los Dolores, queriendo acompañarla entre las sombras pero sin molestarla, sosteniéndola, como hacen los banceros, con esmerado cariño.

Cuenca recuerda ahora esta semana que deja a sus espaldas, intensa, llena de momentos esparcidos por sus callejas. Es momento de recopilar todo lo que ha sucedido y meditarlo de forma pausada, como se van consumiendo los cirios de los hermanos en su avance por los adoquines viejos de una ciudad que aún duerme en la muerte. Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías prosiguen su caminar y a su paso ya sólo queda el recuerdo de una mala pesadilla y restos de cera en la calzada de piedra que serpentea por el Casco Antiguo.

Al llegar a la Plaza Mayor el cortejo se ha ido encaminando a la Catedral, sepulcro del que brotará la mejor de las noticias. Allí, un miembro del Cabildo catedralicio ha recibido a la hermandad, que ha comenzado a pasar al templo aún formada hasta atravesar la nave lateral. A las 22:30 horas estaba marcado el inicio de la Vigilia Pascual, momento que da sentido a todo lo anteriormente pasado y en la que se celebra la Resurrección.

No puede existir historia tan triste y tan hermosa como la que Cuenca ha vivido esta tarde. María, con un corazón quebrantado, con mil fracturas, recompone sus trozos para caminar con la fe de que su hijo cumplirá lo que prometió. Ya no son necesarios los capuces negros, solo vestir la túnica albada para recibir la Vida. La Semana Santa se acerca a su fin. Hemos vivido algo tan intenso que nos ha marcado para siempre.