Una procesión de Domingo de Ramos que bien vale por otro medio siglo

La hermandad de Jesús Entrando en Jerusalén y la Virgen de la Esperanza no solo colmó las grandes expectativas por su cincuentenario, sino que generó nuevas para el futuro con un desfile elegante y ágil que contempló una multitud

Hay una frase de la escritora estadounidense Anne Lamott que suele triunfar en los manuales de autoayuda: «Las expectativas son resentimientos en construcción». De una manera más castiza, el refranero castellano lo resume en «Vísperas de mucho, días de nada». Ambos aforismos vienen a decir lo mismo: una gran expectación suele traducirse en una decepción de tamaño equivalente. Con esas reglas del juego, la hermandad de Jesús Entrando en Jerusalén y la Virgen de la Esperanza lo tenía muy complicado en este Domingo de Ramos ya antes de salir. Había mucha ilusión puesta en este desfile del Hosanna, el del cincuentenario de la fundación de la cofradía, con subastas de banzos de récord y unas voraces ganas en el ambiente. Pero lejos de ser grillete o losa, el escenario previo sirvió más bien de propulsor y acicate para alumbrar en este 2 de abril una procesión que no solamente colmó y confirmó expectativas, sino que generó otras nuevas para próximas ediciones. La corporación regaló un cortejo elegante sin dejar de ser sencillo; ágil y solemne; religioso y festivo; contenido y alegre. Nuestro, íntimo, y multitudinario, del mundo. Como queriéndose ganar el derecho a seguir abriendo la Semana Santa de Cuenca por lo menos otro medio siglo. 

Si hubiese un ‘abrazómetro’ que midiese la cantidad e intensidad de esas muestras de cariño, probablemente arrojaría en Cuenca sus crifras más altas por estas fechas. En esa contabilidad figurarían, por ejemplo, los que se sucedieron tras abrirse las puertas de San Andrés obedeciendo a los tres aldabonazos. Uno de ellos unía a Carlos Redondo, flamante secretario de la hermandad, con Jorge Sánchez Albendea, presidente de la Junta de Cofradías. Apenas unos segundos, con suerte un par de palabras. Pero elocuente muestra de complicidad en el esfuerzo y la responsabilidad del trabajo ya desarrollado durante el año y el que queda por hacer en estos días, que nunca es fácil.

Ajuar y cántico de las Monjas Concepcionistas

No es fácil, pero lo pareció pronto. Los banceros de La Borriquilla sorteron el desnivel de la placeta cumpliendo con eficacia las servidumbres de tal instrumental tarea y, a la vez, con la ceremoniosidad del que sabe que es parte de una liturgia. Como el que se santifica con su trabajo diario; el que aspira a la eternidad desde la cotidiano. Silencio en la salida a pesar de la gran cantidad de público. Delicadeza al son de las primeras notas de una reforzada Banda de Trompetas, (otros instrumentos de viento) y tambores de la Junta de Cofradías. Rosa roja y fragmentos de palma en su exorno floral.

El de la Virgen de la Esperanza se basaba en adornos en formas de pináculo cónico con rosa blanca y paniculata. Vestía el manto de los Evangelistas, uno de los más antiguos y valioso de su ajuar, al igual que la saya elegida. El modisto Eduardo Ladrón de Guevara, su vestidor, ha querido que por el 50 aniversario salieran a la calle las piezas con más solera de su patrimonio.

Con más espectadores que otras ocasiones y un ritmo más rápido de enérgicos caminares, el cortejo fue cortando la cinta inagural de los itinerarios nazarenos por El Peso, Solera, El Salvador y San Vicente. Así llegó hasta la Puerta de Valencia donde las Monjas Concepcionistas cantaron por primera vez para los dos pasos a las puertas de su convento. Las voces de las religiosas -que tomaban el relevo de la Escolanía Ciudad de Cuenca en esta actuación- dieron vida a la reflexión de San Agustín: «Quien canta ora dos veces». Ellas lo hicieron al son del órgano con las obras ‘Gloria, alabanza y honor’ de Vicente Pérez Jorge, para Jesús; y ‘Madre del Amor’, del claretiano Luis Iruarrizaga, para la Virgen.

Fue una manera de que la religiosidad popular de las procesiones entrase al convento y de que la vida contemplativa saliera a la calle. Diversidad de carismas, una misma Fe sin compartimentos estancos. Fervor de ida y vuelta, a un lado y otro de las paredes de los templos, entrando, saliendo, aprovechando las porosidades de los muros. Mientras en San Esteban discurría la homilía de una de sus misas dominicales, llegaba el eco de los tambores. Y la céntrica iglesia nutría  a la procesión de ramas de olivos y de los feligreses. Una vez más las Esclavas Carmelitas de la Sagrada Familia guiaron a los niños de catequesis.

Por la Plaza de la Hispanidad ambos pasos desfilaron en paralelo en tributo a un hermano fallecido, el hermano del anterior secretario. Flores, abrazos y lágrimas antes de un discurrir por Carretería y Calderón de la Barca, donde muchos se sorprendían por la temprana hora de paso. 

Sedimentos de la historia del Hosanna y festival sinestésico en las Curvas

Todas las procesiones, incluso las más jóvenes, son una suerte de yacimiento arqueológico, donde se han ido sedimentando elementos de su propia historia general y la de la particular. En la del Hosanana esa herencia es fácilmente localizable. Por ejemplo la hermana mayor de San Juan Evangelista, Rosario Vegaz, desfiló con la palma que el Apóstol llevará el Viernes Santo, un vestigio de la época en la que la cofradía juanista organizó total o parcialmente el cortejo. Este año, en respeto a esa memoria compartida y por la efeméride, se cedió también a La Borriquilla el cetro más antiguo de la cofradía de la Madrugada.

En la esta labor propia de la estratigrafía  también se puede destacar el estandarte de la Cruzada Eucarística que cada año se intercala entre ambas imágenes. Fue otra de las entidades religiosas que participó y/o coordinó la procesió antes de la fundación de la hermandad. También lo hizo efímeramente la hermandad de la Virgen de la Luz, cuyo templo se asomó en la distancia para unirse a la efeméride del cincuentenario. En este 2023 se añadió otro de esos sedimentos, un corbatín blanco que se anudó al guión y que había sido bendecido antes del comienzo por Pedro Ruiz Soria, consiliario que ejerció la presidencia eclesiástica.

Por las Curvas de la Audiencia y aledañas, desde Palafox hasta ya Andrés de Cabrera, la procesión fue un festival sinestésico al que se sumó un Árbol del Amor a pesar de mostrarse algo invernal y maltrecho. El incienso -qué seriedad perenne y buen hacer en los pequeños turiferarios- fue música. Y los aromas, pentagramas. Con las horquillas se interpretaban las marchas y con saxofones, clarinetes y trompetas se sostenían los pasos. La Banda Municipal de Cuenca regaló un concierto con un repertorio sin arbitrariedades, que ganó en ímpetu en este trayecto, como demostró la magistral interpretación de Mesopotamia.

Frío arruinando estrenos

Minutos antes de las 12:30 horas el conjunto de La Borriquilla ya había llegado a San Felipe Neri. Arriba y abajo a un lado y a otro del tiempo una multitud aguardaba desde mucho antes a que el obispo, José María Yanguas, bendijera ramas de olivo y palmas. La suya, su palma, era un regalo de la hermadad de San Juan. Procedió el prelado que está en modo despedida y leyó el Evangelio el diácono Felipe de Juan. El gentío levantó los elementos vegetales para que oscilasen en el paisaje. Se unieron a las palamas que llevaban los hermanos en unas filas muy largas y populosas, en otro hito de participación.

Muchos, en realidad, llevaban moviéndose toda la mañana sin que mediase acción humana alguna, agitadas por el frío y recurrente viento en una jornada que partió de tres grados y no fue mucho más allá de los quince. Unas temperaturas que arruinaron más de un outfit de moda primaveral ocultándolo debajo de los imprescindibles abrigos. O que se lo hicieron pasar canutas a los antes gélidos que sencillos de ambos sexos. Su lealtad a los estrenos tuvieron solo recompensa al final, cuando el sol permitió utilizar el adjetivo cálido para referirse al final de la procesión.

En San Felipe se unió a la comitiva gran parte de la Corporación Municipal, hasta entonces solamente representada por el alcalde, Darío Dolz. Junto a él, Sánchez Albendea, y, tras ellos, los representantes de todas las hermandades ante la Junta de Cofradías, como ya es tradicional en estos días.

Ambiente de grandeza

Los últimos metros se impregnaron de un ambiente de grandeza. De saberse un acontecimiento que ha desbordado los moldes de su propia trayectoria. De la casi clandestinidad de los años difíciles a la muchedumbre. Para ufanarse, sin falsas modestias ni soberbias innecesarias, por lo mucho edificado desde unos cimientos de incertidumbre e indiferencia. Y, lo mejor, habiéndolo conseguido sin dejarse saber muy de aquí, muy de Cuenca, pero sabiendo que ello no es rémora sino oportunidad para ser referencias entre las Semana Santas de España.

La Plaza Mayor quedó pronto abarrotada. Por primera vez hubo efectivos de la Unidad de Intervención Policial en este desfile y se concentraron en este punto: que un pasillo central y reorganizaron en algunas ocasiones los flujos de un público conformado por varios miles de personas. 8.000 según algunas estimaciones a las que habría que añadir 4.000 en otros puntos del Casco Antiguo. A juicio de la mirada subjetiva y parcial de este cronista, más ambiente familiar que el año pasado, aunque también se filtraban ya  modos y costumbres de la gran fiesta anticipada que vendría por la tarde.

Faltan ramos y palmas

Cuando pasaron las imágenes recibiendo la lluvia de hojas de olivo -para el jinete de la Borriquilla- y de flores del espectro cromático de su saya- para la Virgen- por debajo de los Arcos del Ayuntamiento hubo un silencio que quizá dejó demasiado fría la escena en los sonoro. Rápidamente se corrigió el vacío con la banda municipal colocándose entre ambas imágenes, propiciando bailes y un diálogo sin palabras.

Se agitaron ramas y palmas de olivo, las que había. Más que otras veces, sí, pero no demasiadas en términos porcentuales. Tal vez habría que buscar una fórmula para que fueran muchas más las manos que tuvieran y sostuvieran en la Plaza las ramas para moverlas y crear el espectáculo esceno y visual que la procesión merece. 

Con esa pericia y ceremoniosidad demostrada casi cuatro horas antes los banceros pasaron a la Catedral a los dos pasos, para los que sonó el himno de España y la Marcha de Infantes, además de algunos aplausos. No habían dado todavía la 13:30 y se llegaba al momento preciso para iniciar la Misa Estacional en el interior del templo. Más de uno daría gracias por estos 50 años… y un día.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DE LA PROCESIÓN POR PAULA BARRIGA

IMÁGENES DEL HOSANNA DEL CONCURSO DE FOTOGRAFÍA DE VOCES DE CUENCA