Respeto reconcentrado

La procesión del Santo Entierro de Cuenca tuvo que realizarse por el recorrido corto y eso le salvó de la lluvia

Yacente. Foto: Paula Barriga
Yacente. Foto: Paula Barriga

La tercera y última de las procesiones del Viernes Santo conquense también tuvo que degustarse en pequeño formato. Al igual que ocurriera con En El Calvario, el desfile del Santo Entierro no hizo el recorrido completo sino el conocido como “el corto”. Es decir, al acabar la calle Andrés de Cabrera no continuó por San Juan, Palafox, Calderón de la Barca, Fray Luis de León, Los Tintes y la Puerta de Valencia, sino que atajó por El Peso para alcanzar antes a la iglesia de El Salvador, su meta, a través de la calle Solera.

En esta ocasión la decisión se tomó antes de salir. Samuel López, presidente ejecutivo de la procesión, lo explicó en la Catedral unos veinte minutos antes de la hora de inicio, las nueve de la noche. Las dos hermandades participantes habían decidido acortar el itinerario tras una consulta meteorológica en la que se les había advertido de lluvias entre las once de la noche y la una de la madrugada. Previsiones que esta vez clavaron lo que iba a suceder: a las 23:10, justo cuando el cortejo había finalizado, comenzó a llover sobre Cuenca.

El único drama que cabía en la noche era el que se iba a representar. La contracción se asumió con naturalidad en el interior del templo, quizá porque muchos la daban por supuesta. Y, aunque restó metros y minutos a una Semana Santa ya crepuscular, la necesidad eclosionó en virtud. 2025 fue un Entierro de respeto y solemnidad reconcentrados. Las precipitaciones llegaron con los deberes ya hechos porque todo lo importante ya había sucedido. Como escribió el poeta Rafael Sarmentero: “Pero no nos damos cuenta en la brevedad abnegada/de que el tramo más valioso rara vez es el más largo” y “que seremos más felices si vivimos a lo ancho”.

Probablemente la única manera de vivir con anchura es saber que la muerte no es el final. La marcha homónima fue la elegida por la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías para abrir la procesión en la Plaza Mayor. Toda una lección teológica en viento metal que fue el hilo musical mientras desde el interior de la seo fueron saliendo los guiones y restos de enseñas de casi todas las hermandades pasionistas conquenses. Estaba el grupo de Las Turbas de Cuenca con un turbo de tambor con caído y otro clarín flanqueando su guión.

Querían acompañar a Cristo en su entierro, como también desearon hacerlo los nazarenos que, a título particular y con la indumentaria de su cofradía, participaron en el cortejo. Un escaneo rápido propiciaba una estadística a vuelapluma: las hermandades del Martes Santo fueron las que más miembros aportaron a estas primeras líneas. Mucho Bautista, Esperanza y Medinaceli, sobre todo: los que se quedaron con las ganas tras la cancelación en los primeros metros y aprovecharon la cita para resarcirse.

Contundente, sistólica y diastólica, sonaron las horquillas que con enérgico caminar sostuvieron a la Cruz Desnuda y guiaron a sus banceros de su hermandad. El viento incipiente de una tarde que hasta entonces había sido agradable y calma comenzó a moverla; a ondearla como una bandera. Pareció la de esa “Patria de corazón calizo” que “tiene a Dios tallado en madera” de la que habló Juan Ignacio Cantero en el pregón. Una semana se ha cumplido de sus palabras del Viernes de Dolores y parece que ha pasado una eternidad. O, frases hechas al margen, quizá exactamente lo que pase en Cuenca en estos días es eso, la eternidad.

Nuevo caballero

De lo efímero a lo eterno hay que hacer escala en lo histórico. Historia que en esta procesión, nacida en el siglo XVI, se respira por detalles como la presencia de los miembros del Cabildo de Caballeros de Cuenca que, además, estuvieron acompañados por representantes de otras entidades de sus características del resto de España.

Antes de la procesión y después de los oficios catedralicios, habían celebrado su capítulo general ordinario. En él se había investido caballero a Juan José Alonso Villalobos Martínez. “Hace años que me fui fuera de Cuenca, soy católico muy practicante y me parece una manera muy bonita de seguir ligado a Cuenca y de devolver cosas a Cuenca”, explicó a este periódico. Afincado en Madrid, es muy amigo del actual maestre, Alberto Muro, y coincidieron en varias cenas en la capital de España. “A base de pincharme y tras invitarme a varios actos, que me gustaron mucho, al final decidí hacer todo el proceso”. Un proceso en el que los aspirantes tienen que probar documentalmente la ascendencia de nobleza e hidalguía, “que tiene su complicación, pero que es un tema de paciencia y de darse contra el muro muchas veces”.  

Los caballeros precedieron a Cristo Yacente al que la Plaza Mayor acogió con el silencio casi absoluto que hasta entonces se había venido resistiendo. La Banda de Música de Cuenca interpretó el Himno de España para recibirle y Mater Mea para que los banceros de la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz lo empezaran a mostrarlo entre hachones a la ciudad donde horas antes recibió un escarnio de estruendo y ahora la compasión ahogada del silencio.

Rezaron para él las damas de la Congregación, luto elegante de mantilla y peina. No muy lejos, Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz, anunciada con la marcha de Infantes, reivindicó la belleza textil de las dolorosas clásicas de Castilla y arrancón más de un rezo.

El esquema procesional se completó con la presencia de autoridades eclesiásticas, civiles, militares y académicas. El obispo, José María Yanguas, acompañó el cortejo junto a varios canónigos y también estuvieron la Comisión Ejecutiva y la Junta de Diputación de la Junta de Cofradías con su presidente, Jorge Sánchez Albendea, que, como tantos compañeros, alternó túnica y traje durante la jornada.

Entre maceros desfiló la Corporación Municipal, presidida por el alcalde, Darío Dolz, y con presencia de los grupos PSOE, PP, CnU y Vox. Por la Diputación Provincial hubo populares y socialistas, con la diputada provincial de Cultura, María Ángeles Martínez como representante principal.

El consejero de Educación, Cultura y Deporte, Amador Pastor, fue la figura más destacada de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y no faltaron los diputados autonómicos Ángel Tomás Godoy y José Martin Buro, además del vicerrector de la UCLM César Sánchez.

La subdelegada del Gobierno de España en Cuenca, Mari Luz  Fenández, fue otra de las autoridades presentes junto a los populares Benjamín Prieto (senador), Daniel Pérez Osma (diputado nacional) y Fernando Navarrete (eurodiputado). Beatriz Jiménez, que es diputada nacional también, asistió, pero dentro del grupo de los concejales capitalinos. El aspecto institucional se completó con dirigentes de la Policía Local, la Guardia Civil y el Ejército. Hubo además guardias civiles escoltando los pasos, una costumbre que data de 1943.

Patrimonio intangible

Es el Entierro conquense un desfile que se vivió a lo ancho pero también a lo largo: su propia configuración lo estira sobre el mapa urbano conquense, bloqueando a veces cualquier opción de cruce. En su peregrinar por el plano destacó la oración cantada del Coro del Conservatorio para los pasos a la altura de San Felipe Neri.

También la ausencia hasta de murmullos a pesar del concentrado número de espectadores, que permitía oír uno de esos pequeños grandes patrimonios intangibles de la Pasión conquense que es el leve ruido de las tulipas moviéndose. Austeridad majestuosa.

La modificación del itinerario obligó a varias adaptaciones logísticas. Así, el Coro Alonso Lobo regaló sus piezas de polifonía a cada misterio al lado de San Andrés y no en los aledaños de El Salvador. El sitio fue lo de menos porque sus voces fueron otra vez un ascensor directo al cielo.

También en el entorno de San Andrés la directiva Congregación entregó unas rosas a los familiares de hermanos fallecidos Rafael Ladrón de Guevara y Mario Jiménez. Todas las corporaciones saben y entienden el dolor y las promesas tan cada muerte, pero en esta es todavía más evidente.

Los guiones se volvieron a colocar como acostumbran, creando una escenografía de bordados y escudos para el último tramo que fue menos musical, pero aún todavía más íntimo. Yacente y Soledad pasaron a la iglesia y la Cruz Desnuda, que quiso acompañarlos hasta allí sus cálculos, inició, ya fuera de procesión oficial, su traslado hacia San Andrés, donde pasa el año a la espera y deseo de una iglesia en la que reciba culto.

Terminó así, con la lluvia ajetreando los epílogos y los regresos, una jornada donde los malabarismos acústicos de la arquitectura de la Parte Alta mezclaron latines y La Esperanza de María, música de banda y a capella interpretada, horquillas mudas y otras clamorosas. Las grandes esencias, como las que iban a embalsamar el cadáver del Ungido, se guardan en pequeños tarros.  

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