El Miércoles Santo se sobrepone a paraguas y grises para brillar como la nueva luz de sus pasos

Pequeños chubascos afectaron levemente los tiempos y ritmos de la procesión de El Silencio, que demoró su bajada desde la Plaza Mayor pero se desarrolló finalmente en toda su expresión ante un numeroso público

Dos años sin desfile hipertrofian la lista de novedades pendientes de ejecutar. Entre las que por fin han podido mostrar este Miércoles Santo las hermandades de la procesión de El Silencio han figurado varias relativas a la luz, a la forma de iluminar los pasos. Así, El Huerto ha incorporado nuevos focos con el fin de propiciar una atmósfera más cálida, en el Ecce Homo de San Miguel las tulipas con velas naturales han sustituido la anterior solución eléctrica, El Prendimiento ha estrenado  LED que le permiten bajar de 400 a 60w su consumo y La Amargura ha colocado bombillas que imitan los colores y oscilaciones de las velas de cera. Una coincidencia que se la ponía botando a este cronista para encender el interruptor de los símiles y las metáforas, equiparando la capacidad de alumbrar de estas mejoras con las del cielo vespertino conquense, por ejemplo. 

Pero la tarde no vino de sol ni fulgores, sino uniformada de gris encapotado. El de unas nubes que comenzaron a gotear veinte minutos después de comenzado el rito -que se había iniciado a las siete- con La Oración alcanzando el antiguo edificio de ICONA en Las Torres y El Prendimiento apenas desguarecido del atrio de San Esteban. Tras unos minutos chispeando llegarían varios episodios similares que obligaron a abrir los paraguas. El más intenso empezó frisando las diez de la noche  y se prolongaría durante casi media hora, con la Santa Cena esperando a salir de la Catedral y el resto del desfile contenido en la Plaza Mayor o en la calle de San Pedro. Entonces la llovizna fue más patente, aunque nunca alcanzó la categoría de intensa, e hizo temer por la suspensión a los más pesimistas. No se materializó su miedo, injustificado si se analiza la intrahistoria de este cortejo más que centenario: es muy rara una cancelación salvo que jarree o las previsiones meteorológicas sean irrebatibles. Finalmente la frugal lluvia apenas dejó una nimia muestra casi indetectable al pluviómetro. Y poco más: espoleó alguna deserción en las filas que apenas se notó dada la gran participación; demoró el reinicio tras el descanso y retrasó levemente el final del periplo. El Ecce Homo, último de los pasos en guardarse, pasaba a San Andrés a las 3:50 horas, un cuarto de hora más tarde que en el precedente ‘contiguo’ de 2019. 

Sobrepuesto a paraguas, grises y lluvias, El Silencio de la vuelta brilló, claro que brilló. Deslumbró. «Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa». Palabra de Dios, quién creó una montaña para que los hombres construyeran sobre ella una ciudad. Y en esa ciudad, una Semana Santa.

Un christmas en abril

Se construye desde el principio. Vistos desde la lejanía, los alrededores de la iglesia de San Esteban en el comienzo parecían uno de esos paisajes de cualquier christmas aleatorio: un bosque de un lugar indeterminado del norte de Europa o América con cientos de árboles nevados. Muchos, muchísimos capuces blancos, de La Oración y el Prendimiento, al igual que mucho público. Y cantera asegurada en un año en el que muchos ojos se vuelven a niños y adolescentes ante el temor de que se desengancharan de la tradición. No lo parece. 

El ascenso estuvo marcado de emotivos guiños como el giro del paso en la confluencia de Noheda y Aguirre en memoria de una hermana del Huerto fallecida. Luego girarían también el paso en el Hospital de Santiago por el mismo afán memorialista. O el bamboleo del olivo del Judas al son de ‘su banda’, la de Horcajo de Santiago, con el escudo de la corporación a modo de faldón en los tambores. Estuvo escoltado por soldados de la Pasión Viviente de Tarancón, otra tradición que regresa tras dos años de suspensiones por la crisis sanitaria. La hermandad estrenaba dos faroles de cabecera y nuevo cetro de secretario.

En El Salvador el cortejo recogió, es un decir, al dúo de la Virgen de la Amargura con San Juan Apóstol. La Banda de Trompetas y Tambores tuvo un cariño especial con la Madre y el joven discípulo. Al pasar por el tempo le ofreció sus mejores presentes musicales. Luego haría lo mismo, sin dejar de hacerlo en todo el camino, la banda de San Clemente de La Mancha. En el recuerdo su ya eterno director, Tomás Redondo, al que la hermandad homenajeó con un poema de Pepe Bodoque.

La entrada del Huerto a la Plaza Mayor -multitudinaria y ruidosa- reconcilió a muchos con su memoria, dio por bien merecida la nostalgia. Y la de la Virgen consiguió un atisbo de silencio que sin alcanzar el potencial de belleza de tendría uno generalizado, sí que permitió al menos que el camino hasta el Palacio Episcopal no se desligara del elemental respeto.

Mientras, a las puertas de la iglesia de San Pedro, y algo más tarde de lo habitual con el fin de esquivar la lluvia, se fueron preparando los tres pasos que de allí salían (San Pedro, Negación y Ecce Homo). Qué distinto el ambiente al del Miércoles Santo de 2021. Entonces eran unos cuantos; ahora muchos. Entonces se hablaba con resignación e ilusión por el futuro; ahora con euforia. Entonces se imaginaban las imágenes fuera de los muros de la iglesia; ahora se estaban sacando. La operación de montar el conjunto de San Pedro es todo un espectáculo visual, logístico y antropológico: por voluminosidad hay que sacar las figuras en dos entregas y posteriormente se arman, completando el imaginero puzle.  El descenso de los tres por la calle dedicada al primer Papa fue menos íntimo que en otras ocasiones, había más gente, pero igualmente evocador y muy esperado.

Tras el referido impás por la lluvia, comenzó el descenso de la procesión ordenada y al completo, que tiene algo de proyección cinematográfica, de sucesión de escenas en frames de cientos de kilos movidos al ritmo de horquilla. En la Cena precisamente estrenaban una serie de innovaciones para conseguir que el conjunto fuera más liviano: nueva estructura en aluminio, banzos de ese material y una colocación diferente. Todo sumó y el desfile, en el que obviamente hubo cansancio y dificultades, fue especialmente solemne y ágil. Se estima que han reducido la carga en 400 kilos, hasta aproximadamente 1.200.

El Huerto bajó con la Banda de Cuenca, la municipal, a la que tanto le une. El maestro Juan Carlos Aguilar eligió para los ‘bailes’ constantes un repertorio con mucha marcha clásica: San Juan, Nuestro Padre Jesús y Por tu cara de pena, del recordado José López Calvo. A sus sones se unía, en distancia variable, el paso de El Prendimiento que, paradojas del calendario, desfiló en el Día Internacional del Beso. 

Doble interpretación del motete

La Banda de Horcajo tocó en el camino a la parte baja para San Pedro Apóstol, uno de los pasos más difíciles de llevar de toda la Pasión, según cuentan los que han catado unas cuantas horquillas. En La Negación, bien acompañada por la Asociación Musical Moteña,  se conmemoraba el XXX Aniversario y una de las maneras de celebrarlo fue con el cántico de su motete ‘Ter Me Negabis’, de Pedro Pablo Morante, a cargo del coro Sotto Voce en la Anteplaza. La misma pieza musical la escucharía unos metros más adelante, en San Felipe Neri, a cargo del Coro del Conservatorio.

La agrupación rezó con los pentagramas del Miserere y el Stabat Mater al Ecce Homo y a la Madre de la Amargura, ambos en contenido paso, elocuentes y radiantes. Al observar las filas, se podía distinguir hermanos a los que les cuesta ya andar, pero que no renuncian a acompañar a su Señor o Señora. El parón ha dado de bruces con nuevas limitaciones físicas y nada mejor que enfrentarse a ellas que ante la representación del Dios más humano, un muestrario de vulnerabilidades.

El entorno de la Audiencia fue otra vez una clase de teología geométrica y el paso por el Nazareno también acumuló símbolos. La madrugada fue más templada que la noche y ello favoreció que fueran muchos los que trasnocharan y ocupasen aceras de Calderón y Carretería en una, dos y hasta tres filas.

Los hábitos permanecen y donde se multiplicaron los espectadores fue en el entorno de San Esteban y la Diputación, patria de finales y detalles. Los jardines del Palacio Episcopal, que se iluminó de un intenso rosa para la ocasión, acogieron la despedida de la Santa Cena. El Huerto apuró elegancia para entrar a San Esteban mientras que El Prendimiento se quedó fuera saludando al resto de pasos, dialogando con ellos mecido por sus banceros, en una demostración de complicidad.

Superlativa expectación con La Saeta, inicialmente solapada

Así, Jesús y el Apóstol Traidor recibieron a San Pedro, que ante el monumento a los soldados conquenses caídos en la Guerra de África, proclamó que la Muerte no es el Final acompasando horquillas a la música de la banda de Horcajo. Lo mismo hizo un tramo de asfalto después, cuando sus banceros lo movieron al ritmo de La Saeta, ante una superlativa expectación colectiva. Hubo en los primeros compases solapamiento de sonidos entre esta composición y la que venía interpretando para La Negación la Asociación Musical Moteña. Se solucionó a tiempo.

La Negación, precisamente, terminó a las puertas de San Esteban su carrera, pero se quedó junto a Beso de Judas compartiendo ceremonial de reverencias y pequeños bailes al pasar Ecce Homo y la hermandad mariana. 

Ambas fueron las únicas que continuaron en el último capítulo de la noche. El Ecce Homo con la ayuda extra de la banda moteña, que en el tramo final tocó para él joyas como ‘El aquí el hombre’ de un inevitable José López Calvo. 

Ya con pocos testigos ambos pasos mantuvieron a pesar de los cansancios la compostura, regalando más postales para una Semana Santa que está siendo lo que se le pedía, normal e histórica. A El Salvador regresaron las túnicas azules mientras que las rojas apuraron un poco más para iluminar el camino de su Jesús hacia ese San Andrés del que saldrá una luz que brilla más allá de los cielos grises.

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GALERÍA FOTOGRÁFICA DEL CONCURSO DE FOTOGRAFÍA