Entre los paisajes kársticos de Cuenca y las altiplanicies de Teruel, las carretera N-420 y N-330 y sus alrededores inmediatos trazan un corredor de piedra, bosques y silencio que une dos de las capitales más singulares del interior peninsular español, tan cercanas en paisaje como separadas por la orografía. En poco más de 160 kilómetros que cada vez más rutas y expediciones turísticas recorren, el viajero atraviesa lagunas, hoces y pueblos con siglos de historia. Esta es una ruta serena, perfecta para el otoño, por seis localidades donde el tiempo parece haberse detenido y la naturaleza se expresa en decenas de colores y aromas. Castilla, Valencia y Aragón unidas en un itinerario ajeno a las masificaciones.
Cañada del Hoyo (Cuenca)
A unos 37 kilómetros de Cuenca, Cañada del Hoyo sorprende con su conjunto lagunar de origen kárstico, formado por siete dolinas casi circulares. Declaradas Monumento Natural, sus aguas cambian de color según la luz y la estación, del verde esmeralda al azul profundo o incluso al rosa. La mayoría son muy accesibles para diferentes públicos y se enclavan en parajes de alto valor paisajístico. El pueblo, rodeado de naturaleza, conserva la arquitectura tradicional serrana y una calma muy especial, además de un icónico castillo y una gastronomía memorable. Forma parte de la Reserva de la Biosfera del Valle del Cabriel y muy cerca están también las célebres Torcas de Los Palancares. Más información, de la A la Z.
Pajaroncillo (Cuenca)
Un pequeño desvío en el camino entre Cuenca y Teruel lleva hasta Las Corbeteras, una sucesión de cresterías de areniscas rojizas esculpidas por el viento y la lluvia. Es una de las formaciones geológicas más bellas y desconocidas de la Serranía Bajo conquense. Pajaroncillo, apenas un puñado de casas entre montes y pinares, patria chica del escultor Leonardo Martínez Bueno, sirve de punto de partida para explorarlas. El entorno presenta mucha riqueza arbórea y en otoño adquiere tonos ocres y dorados que realzan la textura de la roca. Un lugar perfecto para los amantes de la fotografía y el silencio, de la belleza al fin y al cabo.
Cañete (Cuenca)
Encajada entre montes y murallas, Cañete es una de las localidades históricas mejor conservadas de la provincia con un aire medieval que trasciende su Alvarada veraniega. Su recinto amurallado, torres y varias puertas, asciende hasta el castillo, desde donde se domina el valle del río Tinte, que tiene una hermosa cascada. Pasear por sus calles empedradas —entre casas blasonadas, la plaza Mayor e iglesias— es un viaje directo al pasado. En sus alrededores, los bosques del Cabriel ofrecen un espléndido paisaje otoñal, con senderos y aguas muy cercanas.
Castielfabib (Valencia)
En pleno Rincón de Ademuz, enclave valenciano entre Cuenca y Teruel, Castielfabib se alza sobre un espolón rocoso que domina el río Ebrón. Su perfil fortificado y sus calles empinadas conservan intacta la huella medieval. Merece la pena desviarse ligeramente en la ruta para conocerlo, especialmente en esta estación del año. La iglesia-fortaleza de San Guillermo, levantada sobre el antiguo castillo, resume su historia fronteriza. Desde el mirador superior se abren vistas espectaculares sobre los huertos aterrazados y los chopos del valle, que en otoño se encienden de amarillo. Recuerda en cierta manera a ciertas zonas del Casco Antiguo de la capital conquense y su paisaje de vértigo. Y no hay que perderse tampoco sus estrechos y cuevas.
Villel (Teruel)
Ya en tierras aragonesas, Villel se extiende junto al Turia, bajo los restos de su castillo. Las casas encaladas trepan por la ladera hasta la torre del homenaje, mientras el río discurre tranquilo entre huertas y chopos. El entorno natural es excepcional: muy cerca se hallan las Hoces del Turia, con cuevas, formaciones rocosas y miradores sobre el valle. Es también una buena base para explorar el macizo de Javalambre o descansar antes de alcanzar la capital.
Villastar (Teruel)
Última escala antes de llegar a Villastar guarda uno de los yacimientos íberos más importantes del valle del Turia: la Peña del Macho, con restos de murallas y cerámicas del siglo III a. C. El conjunto arqueológico domina un paisaje de sabinares y campos abiertos, perfecto para una caminata corta al atardecer. El pueblo, discreto y amable, conserva su ritmo rural. Desde aquí, la carretera desciende hacia la capital turolense, la llamada ciudad mudéjar que cuenta con el atractivo de Dinópolis, el parque temático dedicado a los dinosaurios.