Adhik Arrilucea (Agencia SINC)
Los niños y adolescentes que viven en ciudades se han caracterizado históricamente por un mayor crecimiento y desarrollo respecto a las zonas rurales. Un nuevo estudio dirigido por el Imperial College de Londres sugiere que estas diferencias pueden haber disminuido en la mayoría de los países en el siglo XXI. Sin embargo, las ventajas urbanas se amplificaron para los chicos que vivían en algunas regiones de África y Asia. Los resultados del trabajo se han publicado en Nature.
Un crecimiento y un desarrollo óptimos en la infancia y la adolescencia son cruciales para la salud y el bienestar a lo largo de toda la vida; en ellos influyen la nutrición y el entorno vital en el hogar, en la comunidad y en la escuela. No obstante, existen pocos datos que comparen los resultados de crecimiento y desarrollo en comunidades urbanas y rurales para este grupo de edad.
Los jóvenes de entornos urbanos eran más altos que sus homólogos rurales en 1990
La NCD Risk Factor Collaboration, un grupo internacional de 1.500 investigadores y médicos, cotejó entre 1990 y 2020 los datos de estatura y peso de 71 millones de jóvenes de 5 a 19 años que vivían en zonas rurales y urbanas de 200 países. En la última década del siglo XX, los niños y adolescentes de las ciudades eran más altos que sus homólogos rurales en la gran mayoría de países.
Un giro de 180 grados en España
De acuerdo con los datos a los que SINC ha tenido acceso, las niñas y adolescentes en España medían de media 147,69 centímetros en el entorno urbano en el año 1990, casi un punto de diferencia con respecto a las vecinas rurales cuya estatura promedio ascendía a 146,76 centímetros. En el caso de los chicos, los que vivían en ciudades mostraban una ventaja de 0,8 centímetros, con una altura media de 151,48 y 150,67 respectivamente.
Las niñas rurales en España son ahora más altas que las que viven en ciudades
Esta realidad ha pegado un giro de 180 grados en las tres últimas décadas. Las niñas y adolescentes de las zonas rurales españolas alcanzaron en 2020 una ventaja superior a un milímetro con respecto a las del espacio urbano. Es decir, las niñas de entornos campestres son ahora más altas que las que viven en ciudades en España.
Por su parte, los chicos de las metrópolis mantienen su histórica ventaja. No obstante, esta se ha reducido de forma sustancial hasta suponer menos de dos milímetros de diferencia. En la actualidad, los niños residentes de ciudades españolas cerca de 151,79 centímetros, mientras que los del entorno rural alcanzan los 151,59 de media.
Cambios en la balanza entre el peso y la altura
El estudio también evaluó el índice de masa corporal (IMC) de los niños, que indica el equilibrio saludable entre peso y altura. Los investigadores constataron que los jóvenes que vivían en ciudades tenían de media un IMC ligeramente superior que los de zonas rurales en 1990.
Los países occidentales apenas recogen diferencias de peso y altura en sus territorios
En contra de la suposición generalizada de que la urbanización es el principal motor de la epidemia de obesidad, el estudio ha descubierto que en muchos países occidentales de renta alta apenas ha habido diferencias en la estatura y el IMC a lo largo del tiempo.
La mayoría de los países han aumentado el IMC promedio en los últimos 30 años. A excepción del África subsahariana y el sur de Asia, las ciudades han presenciado un desarrollo más rápido. Sin embargo, la diferencia entre el espacio rural y el urbano es de apenas 1,1 kg/m² a escala mundial (menos de 2 kilos para un niño que mide 130 centímetros o menos de 3 para un adolescente que mide 160).
De acuerdo con los resultados a los que SINC ha accedido, España difiere de la tendencia mundial. Los jóvenes rurales tenían un mayor IMC que los urbanos en 1990. La diferencia era de casi 0,14 en el caso de las chicas y superior a los 0,11 puntos entre los chicos.
Las niñas urbanas tenían un IMC promedio superior a las de zonas rurales en 2020
En la actualidad, los niños y adolescentes varones han estrechado la brecha, que apenas alcanza los 0,06 puntos, según los datos obtenidos. Por su parte, las jóvenes de las ciudades han invertido la tendencia. En 2020, son las niñas urbanas quienes muestran un mayor IMC promedio, con una diferencia por encima de los 0,31 puntos con respecto a sus homólogas rurales.
“Las ciudades siguen aportando considerables beneficios para la salud de niños y adolescentes”, valora Anu Mishra, primera autora del estudio. “Afortunadamente, en la mayoría de las regiones, las zonas rurales están alcanzando a las ciudades gracias al saneamiento moderno y a las mejoras en la nutrición y la atención sanitaria”.
Los investigadores lamentan que muchas políticas y programas diseñados para mejorar el crecimiento y el desarrollo saludables en edad escolar a menudo tienen un enfoque limitado, ya que asumen que vivir en la ciudad no es ventajoso. “Los resultados ponen en entredicho las percepciones habituales sobre los aspectos negativos de vivir en urbes en torno a la nutrición y la salud”, declara Mishra.
El desarrollo saludable, un asunto económico
Aunque la estatura y el IMC han aumentado en todo el mundo desde 1990, los autores han descubierto que el grado de cambio entre las zonas urbanas y rurales variaba mucho según los ingresos de los países. Los más ricos mostraban una mayor cohesión territorial frente a los de renta media o baja.
Economías emergentes, como Chile, Taiwán y Brasil, han registrado los mayores aumentos de la estatura en jóvenes rurales a lo largo de las tres últimas décadas, alcanzando alturas similares a las de sus homólogos urbanos.
“Estos países han avanzado mucho en su nivelación. Utilizar los recursos del crecimiento económico para financiar programas de nutrición y salud, tanto a través de las escuelas como en la comunidad, fue clave para cerrar las brechas entre las distintas zonas y grupos sociales”, explica Majid Ezzati, autor principal del estudio e investigador en la Escuela de Salud Pública del Imperial College de Londres.
“La cuestión no es tanto si los niños viven en ciudades o en zonas urbanas, sino dónde viven los pobres, y si los gobiernos están abordando las crecientes desigualdades con iniciativas como ingresos suplementarios y programas de comidas escolares gratuitas», añade Ezzati.
Urge la acción en el sur global
La tendencia en el África subsahariana también es motivo de preocupación, afirman los autores en un comunicado. Los niños que viven en zonas rurales se han estancado en estatura o incluso se han vuelto más bajos desde 1990, en parte debido a las crisis nutricionales y sanitarias que siguieron a la política de ajuste estructural de los años ochenta.
“El África subsahariana rural es ahora el epicentro mundial del crecimiento y desarrollo deficientes de niños y adolescentes”, denuncia Andre Pascal Kengne, coautor del estudio y miembro del Consejo Sudafricano de Investigación Médica.
“A medida que el coste de los alimentos se dispara y las finanzas de los países empeoran debido a la pandemia de la covid-19 y a la guerra en Ucrania, los pobres de las zonas rurales de África corren el riesgo de quedarse aún más rezagados”, añade.
Las diferencias de estatura entre niños de zonas urbanas y rurales en 2020 eran especialmente grandes en Ruanda (alrededor de 4 cm) y en la República Democrática del Congo, Etiopía y Mozambique, todas ellas de entre 2 y 3,5 cm.
Los pobres en las zonas rurales africanas corren el riesgo de quedarse más rezagados
Con el tiempo, los niños y niñas del África subsahariana también han aumentado de peso más rápido en las zonas rurales que en las ciudades. Esto significa que en algunos países pasaron de tener un peso inferior al normal a ganar demasiado peso para un crecimiento sano.
“Se trata de un problema grave a todos los niveles, desde el individual hasta el regional”, alerta Ezzati. “El retraso del crecimiento en jóvenes de edad escolar está estrechamente relacionado con una mala salud a lo largo de la vida, la pérdida de logros educativos y el inmenso coste del potencial humano no realizado”.
Políticas que contrarresten la pobreza
El investigador aboga por llevar a cabo “políticas que contrarresten la pobreza y hagan asequibles los alimentos nutritivos para garantizar que los jóvenes crezcan y se conviertan en adultos con vidas sanas y productivas”.
En este sentido, Ezzati considera que “programas como los vales de comida sana para familias con bajos ingresos y los programas de comidas gratuitas en las escuelas también pueden aportar beneficios para toda la vida a la salud y el bienestar de niños y adolescentes”.
Comprender las trayectorias de crecimiento y desarrollo de niños y adolescentes podría orientar los esfuerzos por mejorar los resultados sanitarios en estas edades tan importantes, algo especialmente relevante dado el aumento de la pobreza y el coste de los alimentos, influidos en parte por la pandemia de la covid-19 y la guerra de Ucrania, concluyen los autores.