El primer semestre de 2020 dejó un saldo de 1.306 más muertes que nacimientos en la provincia

El decrecimiento negativo es equivalente al de la población de Villar de Olalla o Campillo de Altobuey. Los decesos en ese semestre superaron en un 49,2% los del mismo período del año anterior

Si alguien tiene duda sobre la existencia de la COVID-19 o, al menos, de su verdadera magnitud, una vez más las cifras de mortalidad acuden a despejarlas con rotundidad. Según los datos provisionales de «Movimiento Natural de la Población» difundidos este martes por el Instituto Nacional de Estadística (INE), durante el primer semestre de 2020 fallecieron en la provincia conquense 1.892 personas, 624 más que en el mismo período del año anterior. 

Esta subida del 49,2% se cimentó sobre todo en los meses de marzo y abril, coincidiendo con el pico de la primera ola de la pandemia del coronavirus, cuando las diferencias se dispararon. En marzo del año pasado se registraron 521 defunciones, 300 más que en el de 2019. En abril se acumularon 558, exactamente 384 más.

Junio fue junto a enero la excepción, con más fallecimientos en 2019 que en 2020. En el último mes primaveral y el primero veraniego el INE registró 169 muertes, 32 menos que un año antes. Esto puede explicarse por la vigencia entonces de restricciones de movilidad (lo que disminuye el riesgo de accidentes de tráfico) y por lo que en demografía se llama, con terminología de dudoso gusto, «efecto cosecha», una teoría según la que la COVID-19 adelantó la muerte de algunas personas muy vulnerables que sin esa enfermedad hubiesen fallecido unos meses más tarde.  

La capital no experimentó un comportamiento significativamente diferente al del conjunto de la provincia. La primera mitad de 2020 mató a 451 de sus habitantes, 160 más que en el mismo tramo de 2019, es decir, un 54,9% más. Se replica a escala municipal el mismo patrón, con marzo y agosto concentrando la brecha de lutos y con enero y junio invirtiendo la gerencia general.

El exceso de mortalidad y la disminución de los alumbramientos han llevado al paroxismo el ya habitual y abultado decrecimiento natural de la población en ejercicios anteriores. Hubo 1.306 más muertes que nacimientos, lo que equivale a la población al completo de Villar de Olalla o Campillo de Altobuey. 

Del 1 de enero al 30 de 2020 vinieron al mundo 586 bebés cuyas madres residían en la provincia de Cuenca. En ese lapso del año previo nacieron 678, 92 más (un 13,5%). 

En la capital la diferencia fue de 176 frente a 213. De mantenerse la tendencia en la segunda mitad del año -esos datos todavía no han sido publicados por el INE- la disminución anual sería de 74 niños, lo que equivale casi a tres clases del segundo ciclo de Educación Infantil aplicando la ratio máxima vigente. Las de un colegio de dos líneas y otro de una. 

La diferencia en la capital conquense entre muertes y nacimientos se elevó a 275.

El período analizado todavía no permite cuantificar los efectos del confinamiento en la natalidad, saber numéricamente si -como con cierta sorna sicalíptica – fue un incentivo para las concepciones o, por el contrario, el miedo al virus y sus consecuencias ha agravado el retroceso de partos, como algunas voces desde el ámbito sanitario e indicios ya avanzan.