Miguel Ángel Albares, Capellán Mayor de la Catedral de Cuenca
La catedral de Cuenca, vanguardia artística del medievo en Castilla, atesora desde que fue consagrada, ocho siglos de historia del arte entre sus muros. Desde sus primeras piezas arquitectónicas, tímido y experimental gótico, hasta los vanguardistas y abstractos vitrales, realmente inéditos, que se inauguraron hace 30 años y que se convirtieron en modelo de espacio y composición escenográficamente novedosa.
En este maravilloso espacio podemos contemplar cómo “la arquitectura gótica se forma como la estructura de un árbol, dejando que la luz filtre entre la hojarasca a través de coloridas vidrieras”[1]. Y todo ello con la apuesta que hiciera por una nueva luz esta catedral a finales del siglo XX, dotando de vitrales todos los espacios donde se habían perdido y encomendando sus diseños a artistas como Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Bonifacio Alfonso y Henri Déchanet, maestro vidriero que los construyó. No se trata de la cantidad de la luz ni de su direccionalidad, sino como en el gótico, del misticismo que con la luz se crea. “Es la luz coloreada la que consigue como parte integrante de los límites espaciales, completar el hechizo de la arquitectura, con su poder para arrancarnos por completo del mundo cotidiano y para elevarnos muy por encima de él, en medio de las sensaciones provocadas por semejante estructura”[2]. Arquitectura vanguardista para el medievo y vitrales abstractos contemporáneos, nacidos de los padres del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, constituyen el punto de partida y de llegada, únicos, de este libro de historia del arte de ocho siglos que alberga la catedral.
Las catedrales nacieron de una sorprendente complejidad de organización humana (arquitectos, canteros, carpinteros, entalladores, herreros, vidrieros, pintores, orfebres…) que conformaron toda una ciudad. Nacieron de un elevadísimo desafío intelectual y estético. Fueron como una completa enciclopedia de todos los saberes medievales. Focos de cultura y siempre espacios abiertos a la creación artística.
Hace 25 años una antigua central eléctrica se reconvirtió en la actual Tate Modern de Londres, una de las instituciones más visitadas del mundo, y su sala de turbinas es hoy un espacio fascinante por el cual han pasado muestras memorables, porque un espacio así tiene algo de reverencial y mágico, algo trascendente…
Constamos desde esta catedral de Cuenca que cuando nuestros visitantes se adentran en su interior, el mismo espacio fascinante y bello, les habla de su esencia trascendente, les explica los porqués de su construcción y les da las claves para interpretarlo.
En el año 1995 se llevó cabo en esta catedral, al modo de la Tate Modern, una interesante experiencia. ¿Por qué no adoptar una instalación vanguardista y abstracta en sus vitrales? ¿Por qué no abrir las puertas al arte contemporáneo, en nuestra propia y fascinante ‘sala de turbinas’ gótica? Así nació el moderno programa de vitrales que ahora poseemos.
De los artistas que desde 1990 al 1995 trabajaron en sus diseños deseo destacar (sin olvidar a Rueda, Bonifacio o Dechanet, a quien trabajó en los vitrales de mayores dimensiones en la nave central y la nave sur, Gustavo Torner, porque es incuestionable que la extraordinaria luz de la catedral, entre mística y dorada, es eminentemente creación de este artista. Diría más, es el artista que devuelve la original luz del gótico a esta Catedral. Y sobre todo, el que devuelve a la catedral gótica, con sus vitrales, aquella medieval convicción teológica e intelectual del Abad Suger inspiradora de las catedrales góticas, que los materiales, la luz, el vidrio, dirijan el pensamiento de los hombres de lo material, hacia la metáfora, hacia lo inmaterial y trascendente.
El maestro Torner trabajó en los vitrales del Altar Mayor y la nave central: uno en su centro, siete en el lado de la Epístola y otros tantos en el del Evangelio. Así como otros cinco vitrales y un rosetón en la nave sur. El elemento iconográfico de la nave central: la creación, el origen de la vida, es un apasionante viaje desde los elementos teológicos del Génesis a la ciencia actual. Encuentro entre teología y ciencia, razón y fe. Torner nos habla de realidades que escapan a nuestro conocimiento, el universo y sus misterios; pero encontramos en estos vitrales además su propia experiencia, al recordar su infancia en esta catedral. Los tonos dorados invadiendo el espacio, velas, incienso, los dorados candelabros y las casullas, la luz nocturna… Él mismo confiesa: “Recuerdo con precisión absoluta, sobre todo, la puesta en escena para la ceremonia en el palacio episcopal, que fue mi primera experiencia estética… Reconozco desde que era niño la catedral de Cuenca como fenómeno estético”[3].
Justo es, que la catedral a la que Torner ha mirado siempre, lo mire agradecida hoy cuando cumplidos 100 años, su vida se ha extinguido, como en su literalidad mira a su maravilloso Espacio Torner, colgada hacia él, en la Iglesia tardo-gótica del Convento de San Pablo. Espacio de contemplación al modo medieval, austero, que cuenta con cuarenta obras suyas especialmente elegidas y dispuestas por él mismo como un gran regalo a esta ciudad.
Sí, los maestros de obras de esta catedral, a su humilde manera, intentaron crearla como una morada terrenal de Dios de acuerdo a los principios de solidez, proporción y belleza. A esta nómina de artistas se sumó Gustavo Torner en los años noventa. Y todos ellos lograron hacerla como un microcosmos que reproduce, simbólicamente, las maravillosas armonías musicales del universo, de la creación. Su arquitectura y su luz, al fin, son la misma cosa, belleza.
Querido maestro Torner, goza ahora y para siempre de la luz y la belleza.
[1] ESCRIG PALLARES, Félix., “La estructura gótica. O de cómo las fuerzas encontraron su camino”. Ensayo del libro “La técnica de la arquitectura medieval” de Amparo Graciani, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2000, p. 254.
[2] JANTZEN, Hans., “La arquitectura gótica”, ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1979, p. 79.
[3] TORNER, Gustavo. Conversación. En Gustavo Torner. Escritos y conversaciones. Valencia: Pretextos, 1996, pp.49-50.