Ramón C. Rodríguez
Desengáñate lector, que has asistido a la enésima campaña convocado a la fiesta de la democracia: el voto que introdujiste en la urna el pasado veintitrés de julio, no expresa tu voluntad. En realidad, no estabas eligiendo al candidato que querías sino a quien el partido al que votas puso en una lista, tras un largo proceso de meritoriaje en la trastienda electoral cuya falta de transparencia ocultaba codazos e intrigas, dedazos y vetos, servilismo y vanidad. Las primarias que algunas formaciones establecieron para maquillar todo ese vicio yacen en el limbo provocado por el adelanto del festival.
Los resultados dicen que has decidido seguir apuntalando el bipartidismo que ha sido la seña de identidad de esta provincia desde que comenzó el baile, allá por 1977. El señor D’Hondt deja pocos resquicios al triunfo de la proporcionalidad y la organización de la contienda en circunscripciones provinciales completa en cada elección, la pérdida por el sumidero de miles de votos tan bienintencionados como inservibles. La cantinela del voto útil impuesta por la propaganda ha triunfado finalmente, anulando tal vez tu intención primera de sumar tu voz a otras opciones y para sellar el destino de irrelevancia de nuestra tierra has preferido votar a lo de siempre en lugar de apostar por la vana esperanza de cambiar las cosas.
Si después de leer esto, todavía sigues aquí, a pesar de todo, y piensas que tu esfuerzo por acercarte al colegio en plena canícula estuvo justificado, es mi deber recordarte que el axioma “un hombre, un voto”, se cumple menos en España que los propósitos de año nuevo. Al menos, puedes considerarte afortunado porque tu papeleta vale más que la de otros compatriotas y es que un diputado por Cuenca cuesta aproximadamente la mitad de votos que un diputado por Madrid. La otra cara de la moneda tiene que ver con tu pertenencia a la España vacía y el escaso poder de influencia de tus tres representantes en el Congreso, acostumbrados a olvidarse de defender tus intereses y acomodarse inevitablemente a las consignas del partido, cuyos dirigentes olvidarán pronto tu causa para beneficiar a los territorios con representantes nacionalistas, a quienes inevitablemente se entregarán para conservar el poder, convirtiendo tu voto en papel mojado.
Me dirás que te han contado que así es la democracia, que el parlamentarismo diseñado por la constitución tiene unas reglas tan legítimas como los sistemas presidencialistas de elección directa, las elecciones a doble vuelta o las fórmulas mayoritarias de distrito uninominal. El favorecimiento de la gobernabilidad del país exige estas distorsiones en el voto que permiten al ganador obtener catorce escaños más que el segundo con tan solo trescientos mil sufragios de diferencia, y a éste conseguir el cuádruplo de diputados que el tercero y el cuarto, cuando aún le faltan un millón de electores para alcanzar el triple de apoyo. Y todo para que la formación de gobierno dependa del partido liderado por un prófugo de la Justicia avalado por sólo el 1,6 por ciento de los votantes que el domingo acudieron a las urnas creyendo contribuir a la voluntad popular.
Y en ésas estamos. De momento, se impone el sopor del estío y la dicha vacacional no volverá a ser perturbada por disquisiciones sobre la profesionalidad de los carteros y la variedad de excusas admisibles para eludir la presidencia de una mesa electoral. Las hipérboles empleadas por los candidatos retornan a las mentes de los asesores desde donde salieron un día para que la campaña navegara a bordo de un Falcon o del barco de un contrabandista. Resultaría asimismo hiperbólico que el proyecto de ciudad de esta tierra secularmente maltratada vaya a diseñarse en Waterloo.