Antonio Melero Pita
Por más que intenten adornarlo con discursos vacíos o fotos institucionales en los balcones del Ayuntamiento, la realidad cultural de Cuenca es hoy un retrato nítido de abandono político, improvisación y falta absoluta de ambición. La reciente decisión del alcalde socialista Darío Dolz de utilizar su voto de calidad para impedir la ampliación de la Escuela Municipal de Música y Artes Escénicas “Ismael Martínez Marín” es solo el último episodio de una larga cadena de desprecios a la cultura en esta ciudad.
Cuenca, una ciudad con un patrimonio histórico y artístico que debería situarla entre las capitales culturales de España, sigue condenada a mendigar espacios, recursos y proyectos. La escuela municipal, que ha pasado de tener 280 alumnos en 2007 a más de 700 hoy, deja cada año a decenas de personas sin plaza. Y en lugar de ver esta cifra como un éxito y una oportunidad para invertir en futuro, el alcalde ha decidido cerrarle la puerta.
No es un hecho aislado. Es un síntoma crónico.
🏛️ Décadas de promesas rotas y oportunidades perdidas
La desidia no es monopolio de un solo partido. El Partido Socialista, que ha gobernado la mayor parte del tiempo en Cuenca y en Castilla-La Mancha, tiene una responsabilidad evidente en este abandono. Pero el Partido Popular tampoco puede lavarse las manos: su paso por el poder ha sido igual de estéril en materia cultural.
Ahí está el ejemplo de María Dolores de Cospedal, que prometió un Conservatorio Superior de Música para Cuenca y terminó llevándoselo a Albacete sin el menor rubor. Los socialistas no protestaron demasiado; más bien respiraron aliviados de que otra inversión estratégica pasara de largo.
Y qué decir de la Joven Orquesta Nacional de España, que iba a tener su sede aquí y acabó siendo un espejismo, un proyecto que se deshizo en el aire sin que nadie levantara la voz con fuerza suficiente para impedirlo.
🏚️ Cultura a salto de mata
Cuenca ha vivido durante décadas a golpe de ocurrencias culturales, sin planificación, sin continuidad y sin una política seria a largo plazo. Los ejemplos abundan: la Fundación Polo quedó en poco más que una sombra de lo que prometía; el Museo de Pedro Mercedes, lejos de ser un referente nacional de cerámica y alfarería, sobrevive con escasa proyección; y otras tantas iniciativas importantes han acabado por naufragar entre el desinterés político, el sectarismo partidista y la eterna falta de presupuesto.
Las consecuencias son visibles: jóvenes talentos que se marchan, proyectos que se pierden y una ciudad que, en lugar de ser un polo cultural del interior peninsular, se resigna a ser un escenario de segunda fila.
🐂 Semana Santa y vaquillas: el pueblo sostiene lo que el poder abandona
Frente a esta dejadez institucional, solo hay dos expresiones culturales que resisten con fuerza en Cuenca: la Semana Santa y la Vaquilla. Ambas son el ejemplo perfecto de lo que ocurre cuando es la gente, y no los políticos, la que toma el relevo.
Son las hermandades, las cofradías, las peñas y los ciudadanos quienes mantienen vivas estas tradiciones. Son ellos quienes trabajan, organizan, financian y se esfuerzan por conservar el alma popular de Cuenca. Mientras tanto, los representantes públicos se limitan a ponerse detrás de las procesiones o asomarse al balcón del Ayuntamiento para hacerse la foto y atribuirse un mérito que no les pertenece.
📢 Cuenca merece más
Cuenca necesita una política cultural valiente, ambiciosa y sostenida en el tiempo, que apueste por la educación musical, por el talento joven, por los museos, por las artes escénicas y por la creación contemporánea. Necesita instituciones que dejen de pensar en la cultura como un acto protocolario o un escaparate electoral y la traten como lo que es: el motor de identidad, desarrollo y orgullo de una ciudad.
Porque si no somos capaces de mirar más allá de las procesiones y las vaquillas —que, con ser valiosas, no lo son todo— Cuenca seguirá condenada a ver pasar los trenes culturales desde el andén, mientras otras ciudades construyen futuro.