Por Antonio Melero Pita
Cuenca se ha convertido en la provincia donde los proyectos públicos nacen viejos y mueren jóvenes. Aquí nada llega a ejecutarse, pero todo se promete con solemnidad quirúrgica. El caso del Centro de Estudios Penitenciarios es un ejemplo magistral de cómo un proyecto puede anunciarse, celebrarse, fotografiarse… y no avanzar ni un milímetro real. Una especie de performance administrativa en cuatro actos.
Conviene recordar la cronología, porque el humor —negro, eso sí— también necesita datos.
22 de abril de 2021. El Gobierno de España anuncia que Cuenca será la sede del futuro Centro de Estudios Penitenciarios. Se presenta como un motor formativo, un centro de referencia y una apuesta estratégica. La noticia es recibida como si fuera el AVE, un Silicon Valley penitenciario y un polo de desarrollo todo junto. La gente aplaude. No sabíamos todavía que estábamos presenciando el tráiler de una película que no se iba a rodar.
Mayo de 2021. Se asegura que las primeras promociones de funcionarios empezarán a formarse en Cuenca en 2022. Un optimismo admirable, casi literario.
Abril de 2024. Se firma el acta de “inicio de obra” del edificio de 7.900 m². Una firma simbólica, de esas que permiten una foto y un titular. El papel se firma; la obra, no.
Julio de 2024. Se anuncia que las obras “comenzarán en abril de 2025” y que el edificio estará terminado en 2027. El calendario es tan perfecto que parece diseñado por un ingeniero suizo… pero sin presupuesto comprometido. Es decir, sin posibilidad real de cumplirse.
14 de noviembre de 2025. La licitación queda paralizada por un recurso. Cuenca vuelve al punto de partida. Otra vez. El único proceso que avanza con regularidad es la capacidad de la administración de no hacer nada.
Esta cronología incompleta —y ya cansada de sí misma— sería cómica si no describiera un problema estructural: Cuenca recibe proyectos sin músculo financiero, sin blindaje político y sin continuidad administrativa. Se anuncian cuando conviene, se olvidan cuando molesta.
A esto se suma un historial que ya forma una colección: la UCLM que nunca tuvo aquí su sede, el Conservatorio Superior eternamente prometido, las autovías a Teruel y Albacete que viven en una especie de limbo cartográfico, y el cierre ferroviario Madrid–Cuenca–Valencia, una mutilación técnica única en España: la línea sigue viva en ambos extremos, pero fallece justo en mitad, justo donde está Cuenca. Es difícil encontrar una metáfora más precisa del trato institucional que recibe esta provincia.
El Centro de Estudios Penitenciarios es, por tanto, un capítulo más de la misma saga: proyectos que se presentan como si fueran inminentes, inevitables, estratégicos… y que luego desaparecen detrás del primer expediente, del primer recurso o del primer cambio político. La parálisis no es un accidente: es un sistema.
Cuenca ya no necesita más anuncios. Necesita ejecución. Necesita compromisos presupuestarios vinculantes, planificación seria y responsabilidad institucional. Todo lo demás —titulares, maquetas, fotos de inicio de obra que no inicia nada— es ruido.
Y ruido es lo que hemos tenido desde 2021. Mucho ruido. Y, para variar, ningún hecho.













