Cuando las flores son de plástico

Por F. Javier Moya del Pozo

“Hay cosas que sé…Pero otras muchas que no sé…Cosas que nadie nunca consigue saber…Aunque uno esté de regreso de donde nunca estuvo”.- Leonardo Padura. La transparencia del tiempo.

Acabamos de abandonar las fechas  dedicadas  a los  que nos dejaron; ésas en las que,  mientras unos buscan las palabras que no supieron decir a sus seres queridos en vida, para ofrecérselas emocionadamente en su ausencia, otros parecen querer huir del hecho de que hay un final, disfrazándose para  ese fenómeno  extraño a  nuestra cultura que es Halloween.

Lo que  llama la atención es que, junto a las rebosantes floristerías por los   ramos convertidos en  presente para los fallecidos, coexiste la oferta, trasladada  a muchas tumbas y nichos, de flores de plástico; y me pregunto si quienes depositan esas flores artificiales también las regalaron en los cumpleaños de su pareja o en el día de la madre; y que, si la finalidad  es el adorno permanente del lugar donde reposan los restos del ser amado, no sería mejor, como grandísimo y perenne ornato, el musitar unas sentidas  palabras de amor,  sin necesidad de acudir a ningún artificio decorativo:

“ Es muy profunda  tu ausencia…pero tu presencia es infinita”.

Y esas flores de plástico nos las vamos regalando  cada día,   tan inútiles como artificiales, mediante el  consumo de interminables series de televisión, horas de visita a TikTok, afanes innecesarios, preocupaciones vanas sobre el  futuro, y auto justificaciones ante nuestros propios errores y desidias; o peor aún, aceptando las  promesas imposibles de   quienes diseñan la carta de navegación de los pueblos;  adornadas  con  brillantes colores, pero artificiales al fin y al cabo.

Tal vez no sea mala solución, en una sociedad  que quiere encaminarnos  hacia  el desamparo y  la frustración, el  acudir a la auténtica amistad, al  sincero y desinteresado afecto; como hacen los personajes del novelista cubano Leonardo Padura, visitante en Cuenca gracias al club de lectura “ Las casas ahorcadas”, cuando  la vida nos le ofrece más  cobijo que el compartir sus decepciones y ausencias con aquéllos que, conocedores de  sus defectos y miserias, consiguen hacer  de la amistad el puerto donde refugiarse ante la inminencia del naufragio, porque,  como dice  Pablo D´Ors,“ sólo la amistad nos hace estar bien de verdad, puesto que el corazón humano ha sido hecho para ella”.

Seguro que allí no hay  necesidad, ni espacio, para las flores de plástico.