La llamada generación centennial, nacida entre 1997 y 2012, ha crecido en un entorno donde lo digital no es un añadido, sino el eje central de su vida cotidiana. En España, estos jóvenes han desarrollado formas de ocio que combinan entretenimiento, socialización y economía en un ecosistema híbrido que desafía categorías tradicionales. Para ellos, no existe la frontera entre “estar online” y “estar offline”: todo ocurre en un mismo espacio interconectado.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 98,5% de los jóvenes españoles de entre 16 y 24 años utiliza internet diariamente, y más del 95% posee un smartphone como dispositivo principal. Estas cifras ilustran la magnitud del cambio, pero apenas rozan la superficie de un fenómeno más complejo: la consolidación de un ocio digital que redefine la manera de relacionarse, consumir e incluso trabajar.
Una economía de la atención que lo cambia todo
Los centennials han crecido en la economía de la atención, donde cada interacción digital cuenta como valor económico. Comprenden intuitivamente qué es el engagement, cómo funcionan los algoritmos de recomendación y qué implica la monetización del contenido. Esta familiaridad ha transformado su relación con el entretenimiento: no son meros espectadores, sino participantes activos que comentan, comparten, crean y, en muchos casos, aspiran a generar ingresos.
Twitch ilustra mejor que nadie el alcance del cambio en el ocio digital. Lo que comenzó como transmisiones de videojuegos se ha transformado en un ecosistema donde los usuarios participan, financian a los streamers y generan comunidades con identidad propia. Según un análisis sobre el impacto económico de Twitch y el entretenimiento digital en España, esta plataforma ha dejado de ser un fenómeno juvenil para consolidarse como pieza clave de la economía digital, con efectos que van mucho más allá del entretenimiento.
Esta interactividad ha cambiado las expectativas de los jóvenes: esperan experiencias que les permitan participar, influir y sentir que forman parte de algo. Y esa misma lógica está penetrando en otros espacios de ocio digital, incluidas las apuestas deportivas y los casinos online, que incorporan elementos de gamificación y comunidad similares a los del streaming.
Entre el gaming y las apuestas: una línea cada vez más difusa
Uno de los fenómenos que más inquieta a investigadores y familias es la convergencia entre videojuegos y apuestas. Los centennials han crecido en un ecosistema donde mecánicas de azar como loot boxes, sistemas gacha o recompensas aleatorias forman parte del propio diseño de los juegos. Esta exposición temprana normaliza el concepto de “apostar” dentro del entretenimiento.
A ello se suma el papel de los streamers: muchos han incorporado contenidos vinculados a apuestas en sus transmisiones, desde abrir sobres virtuales hasta jugar en directo en casinos online. Para los jóvenes espectadores, esa exposición integra el azar como un componente más del ocio digital, reduciendo la percepción de riesgo.
El atractivo se ve reforzado por la estética y dinámica de estas plataformas, que replican mecánicas propias del gaming: niveles, puntos, recompensas y logros. Para un usuario acostumbrado a estos elementos desde niño, la transición hacia entornos de apuestas puede parecer natural, aunque suponga riesgos financieros importantes.
En este contexto, recursos de información clara y verificable son esenciales. Sitios especializados permiten distinguir qué operadores cuentan con licencia y qué prácticas conllevan riesgos, algo fundamental en un mercado digital masivo donde la línea entre juego, apuesta y socialización se vuelve difusa.
Juventud hiperconectada: datos que hablan
Los estudios más recientes del INE muestran hasta qué punto los jóvenes españoles están inmersos en este ecosistema. El 99,1% de los menores de 24 años ha utilizado internet en los últimos tres meses, y casi todos lo hacen a diario. Pero lo más revelador es que más del 67% de ellos participa activamente en la creación de contenido: ya no consumen de forma pasiva, sino que generan vídeos, publican blogs, retransmiten partidas o editan clips en TikTok.
En paralelo, el comercio digital forma parte de su rutina. El 78,9% ha realizado compras online en el último año, y casi la mitad utiliza aplicaciones de pago móvil de manera regular. Este hábito de microtransacciones facilita su incorporación a sistemas de suscripción, donaciones o apuestas.
La Fundación FAD Juventud alerta de que esta relación naturalizada con la economía digital también se refleja en la participación en apuestas: el 34,7% de los jóvenes entre 15 y 29 años ha probado alguna modalidad online, y casi un 20% lo hace de forma habitual. El dato más preocupante es la influencia de los streamers: más del 40% de quienes apuestan regularmente reconocen haber sido motivados por creadores de contenido que integran publicidad o demostraciones en sus retransmisiones.
Redes sociales y la normalización del riesgo
El papel de las redes sociales en este ecosistema es determinante. Plataformas como Instagram, TikTok o X (antes Twitter) amplifican los contenidos vinculados a apuestas, trading o criptomonedas porque generan altos niveles de interacción. Historias de grandes ganancias circulan con más fuerza que advertencias sobre pérdidas, generando una percepción distorsionada donde el éxito parece alcanzable para todos.
Además, la cultura del “flexing” —mostrar logros materiales, viajes o estilos de vida lujosos— ejerce presión social sobre los jóvenes, que sienten la necesidad de participar en actividades de riesgo para estar “a la altura” de lo que ven en pantalla. La validación comunitaria a través de grupos en Telegram o Discord refuerza esta dinámica, normalizando conductas de riesgo en entornos digitales cerrados.
Educación y regulación: claves del futuro
Frente a este escenario, la educación financiera y digital emerge como la herramienta más eficaz para reducir riesgos. Los expertos insisten en que los programas educativos deben ir más allá de enseñar competencias técnicas básicas y enfocarse en aspectos como probabilidad, sesgos cognitivos, marketing encubierto y alfabetización mediática.
El reto no recae solo en las escuelas. Las familias también deben adaptarse a un ecosistema que no existía cuando ellos eran jóvenes. La supervisión parental hoy implica no solo controlar tiempo de pantalla, sino entender las plataformas, el contenido y las comunidades digitales en las que participan sus hijos.
Por su parte, los reguladores se enfrentan al desafío de diseñar marcos normativos adaptados a la naturaleza cambiante del ocio digital. No se trata solo de limitar la publicidad tradicional, sino de regular la promoción encubierta en streaming, la recopilación de datos de menores y los mecanismos de verificación de edad.
Equilibrar innovación y protección
El ocio digital de los centennials es un laboratorio vivo de innovación. Combina creatividad, interacción y economía en una experiencia que refleja los valores y aspiraciones de una generación hiperconectada. Pero esa misma riqueza implica riesgos inéditos que deben abordarse de manera integral.
España cuenta con datos sólidos del INE y con investigaciones como las de FAD Juventud que evidencian la magnitud del fenómeno. Sin embargo, el ritmo de cambio es tan acelerado que las políticas y la educación deben adaptarse constantemente para no quedarse atrás.
El objetivo no es limitar a los jóvenes, sino dotarlos de herramientas críticas para navegar un ecosistema donde el entretenimiento, las finanzas y la socialización se entrelazan. Un ocio digital sano requiere equilibrio: entre innovación y protección, entre libertad y responsabilidad. Solo así se podrá garantizar que las oportunidades de la era digital se traduzcan en beneficios reales para las nuevas generaciones.