Recuerdos de la familia conquense de Grisolía: «Todo lo que venía de Cuenca lo recibía con orgullo y placer»

Sus parientes ponen en valor su amor por la ciudad y su carácter entrañable y cercano: “atendía a todo el mundo, fuera niño o fuera mayor”

El reconocido científico Santiago Grisolía falleció en la madrugada de este jueves a los 99 años de edad. Un siglo de vida muy ligada a la ciudad de Cuenca, en la que ha dejado un imborrable recuerdo entre sus amigos y familiares. Comienza en los años treinta, cuando residió durante ocho años en la capital conquense junto a su familia.

Jesús Ortega, nieto de la hermana de Santiago Grisolía, relata que «aparece en Cuenca porque a su padre lo destinan como director de la oficina del Banco Español de Crédito en Carretería”. Unos años marcados por la Guerra Civil, en los que Grisolía empieza a dar señales de su curiosidad e interés por la medicina y la ciencia pese a su juventud. “Empieza a estudiar en el Alfonso VII y le pilla la guerra, y la familia tiene que pasar la guerra en Cuenca”, cuenta Jesús, y narra cómo con tan sólo 13 años un médico se fija en el chaval, “que le pregunta cosas de medicina” y pasa a ser su ayudante para atender a los heridos de la Guerra Civil que venían a Cuenca.

Décadas después, en el año 1991, sería nombrado Hijo Adoptivo, además de dar su nombre a uno de los Institutos de secundaria de la ciudad. En este lugar le recuerda José Ángel Palacios, hijo de uno de los primos del investigador, que remarca su carácter “familiar y entrañable” y asegura que “todo lo que venía de Cuenca lo recibía con orgullo y placer, le encantaba”. En su visita al IES Santiago Grisolía ya con noventa años, el último recuerdo que tiene José Ángel sobre su antepasado, “en las porterías de balonmano del instituto había un chaval joven, de catorce o quince años, haciendo flexiones” relata el familiar, “y se va directamente con él, le toca la espalda y le dice: «¿Me dejas un momento?» Y entonces le aparta y coge él, con noventa y pico años, y se pone a hacer flexiones sacando la cabeza por encima del hierro”.

Una prueba más, manifiesta José Ángel, de su carácter cercano también con los jóvenes. “Lo recuerdo como una persona muy abierta, le gustaba hablar y respetar a todo el mundo y nunca levantaba la voz”, rememora el familiar, y añade que “atendía a todo el mundo, fuera niño o fuera mayor”. Tanto es así, que Santiago Grisolía aprovechaba cualquier celebración familiar para volver a Cuenca y “participar de los vinos y la juerga con nuestras pandillas”, relata el pariente.

Jesús Ortega coincide con su primo en señalar la personalidad “entrañable y sociable” del investigador, que, afirman, siempre estaba dispuesto a echar una mano. “Era un hombre de lo más normal, y lo que buscaba era estar tranquilo con su familia. Si querías saber algo de investigaciones o algún descubrimiento, tenías que preguntarle a propósito”, afirma el pariente, que destaca la “tranquilidad” que le daba pasar tiempo en familia: “Los primos de Cuenca se le quedan para toda la vida”.

En su extensa trayectoria, el científico también tuteló la puesta en marcha del Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha, de cuyo consejo asesor fue presidente, y fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Castilla-La Mancha en 2003. La familia remarca el profundo orgullo que esto suponía para él, puesto que “Cuenca la llevaba dentro” y “nunca dijo que no a nada”.

A este respecto, Jesus recuerda que “cuando venía a Cuenca le gustaba subir al Casco Antiguo” y “muchas veces se traía visitantes con él”. Pone de ejemplo el día que el científico decidió llevar de visita a la capital conquense a un Premio Nobel: “Se trajo, y estuvo en casa comiendo, al que le dieron el Premio Nobel con Severo Ochoa“.

Una vida, además, marcada por los diferentes lugares que transitó, además de Valencia y Cuenca, como Estados Unidos. A su vuelta a España, recuerda José Ángel con cariño y entre risas, “me hizo llevarle dos televisiones desde Madrid a Valencia en un 124”. “Tenía pasión por la tortilla de patata y por la Coca-Cola”, señala, “eso le venía de América”.