La conexión con Cuenca de Eugenia de Montijo, la emperatriz cuyas joyas robaron este domingo en el Louvre

Fue marquesa de Moya y la gran impulsora de la rehabilitación en el siglo XIX del Castillo de Belmonte

El parisino museo del Louvre sufrió este domingo un robo de esos que acaban haciéndose un hueco en la historia y que tiene todos los mimbres para trenzar un buen guion cinematográfico. Los hechos básicos ya han sido contados y reproducidos por miles de medios de comunicación de todo el planeta Tierra, pero aquí están por si hay algún despistado: a las nueve y media de la mañana, unos encapuchados accedieron usando un montacargas a la Galería Apolo y en siete minutos sustrajeron ocho valiosas joyas vinculadas a la Corona francesa. Entre ellas estaban una diadema y un broche de la emperatriz Eugenia de Montijo y también su corona. Esta cuenta con ocho arcos en forma de águila de oro cincelado bajo un globo de diamantes rematado con una cruz latina. Acumula 56 esmeraldas y 1.353 diamantes y, según la información de periódicos franceses como Le Parisien, los ladrones la perdieron en su huida y resultó dañada.

La mujer a la que perteneció esa pieza tan especial fue una española que dejó una huella aún distinguible en el patrimonio conquense. Fue ella la gran impulsora de la gran restauración del Castillo de Belmonte del siglo XIX que en el que adquirió gran parte del aspecto interior que ha llegado hasta nuestra época.

María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, más conocida como Eugenia de Montijo y también reseñada historiográficamente como «de Guzmán y Portocarrero, nació en Granada en 1826. Era la segunda hija de Cipriano Palafox y Portocarrero, grande de España, y de Enriqueta María Manuela de KirkPatrick, aristócreata de ascendencia escocesa. Por vía paterna descendía de los Villena, cuyo primer marqués, Juan Pacheco, había erigido la fortaleza belmonteña en el siglo XV. El edificio siguió ligado a la familia y fue por la herencia de su padre, vía duquesa de Montijo, por la que se convertiría en su propietaria.

La empresa de la recuperación del histórico edificio la acometió poco después de convertirse en emperatriz de los franceses, condición que adquirió al casarse en 1853 en la Catedral de Notre-Dame de París con Napoleón III, sobrino del primer Napoleón. Las obras empezaron en 1857 bajo la dirección de Alejandro Sureda, arquitecto formado en Francia que importó el sofisticado estilo historicista (a lo Viollet-le-Duc) que tanto predicamento tenía al otro lado de los Pirineos. El reto no era sencillo porque se trataba de devolver la grandeza a un inmueble muy deteriorado por el paso de los siglos y de guerras como la de Sucesión y la de Independencia. La intervención conservó y recuperó la estructura medieval exterior y transformó los interiores con elementos y acabados muy del gusto decimonónico. Cierres de ladrillo de influencia francesa y recreación de artesonados con el neogótico, el neomudéjar y hasta el neonazarí como referencia. El presupuesto, según indicó Torres Mena en sus Noticias Conquenses, ascendió a millón y medio de reales de la época.

El proceso de los trabajos de recuperación y la propia fascinación de Eugenia de Montijo por el Castillo es narrado en sus textos por el escritor francés Prospero Mérimée, autor de la novela Carmen que inspiraría la ópera homónima de Bizet y amigo de la familia, especialmente de su madre.

La caída de Napoleón III tras la derrota en la Batalla de Sedán de la guerra franco-prusiana supuso la salida al exilio de Eugenia de Montijo y la interrupción o decaimiento del proyecto reformador del que seguramente sea el castillo más popular de La Mancha conquense. El conjunto sería cedido poco después a unos dominicos franceses y, tras diversos avatares históricos, ha experimentado a lo largo del siglo XX y XXI varias reformas impulsadas tanto por administraciones públicas por la Casa Ducal de Peñaranda y Montijo, a la que sigue perteneciente.

La dirección actual del Castillo de Belmonte tiene muy presente la ligazón con Eugenia de Montijo, tanto en la propuesta expositiva que ofrece a los visitantes como en actividades como la recreación que organizó en 2019 en torno a la figura de este personaje crucial de la historia europea.

Moya

La vinculación de Eugenia de Montijo con las tierras de Cuenca no se agota con el Castillo de Belmonte. Al margen de su relación con los Duques de Riánsares (la reina María Cristina y el taranconero Fernando Muñoz) y sus descendientes, fue también titular del marquesado de Moya. Asumió en 1839 uno de los títulos más emblemáticos de la nobleza conquense y referencia no sólo histórica, sino también identitaria, para gran parte de la Serranía Baja. El título lo heredó al morir su padre y lo transmitió a su sobrino-nieto Jacobo FitzJames y Falcó, con quien el título quedó ligado ya a la Casa de Alba.

Y es que Eugenia murió sin descendencia directa que le sobreviviese . Su único hijo, el príncipe imperial Napoleón Luis Bonaparte, fue matado por los zulúes en Sudáfrica, a la que se había desplazado como miembro de las tropas británicas, por lo que que sus bienes y títulos recayeron en la rama de su hermana, María Francisca de Sales Portocarrero y Kirkpatrick, quien estaba casada con el Duque de Alba.

Una historia trágica a veces, otra esplendorosa, la de Eugenia de Montijo. Viuda precoz, mujer de belleza deslumbrante en su juventud, geoestratega, fenómeno popular y protectora de la cultura en todas sus vertientes. Murió en 1920 en el Palacio de Liria de Madrid y está enterrada en la cripta Imperial de la Abadía de Saint Michael en Farnborough, en el Reino Unido. Ahora que un delito contra el patrimonio la ha devuelto a los titulares de medio mundo, bien merece otro en Cuenca por su crucial intervención para salvar uno de los bienes históricos más destacados de la provincia.