Jesús López, uno de los último porteros de finca de Cuenca: “Cuando nos jubilemos, esto se acaba”

Benítez reflexiona sobre el incierto futuro de la profesión y lo que se perderá si los porteros se convierten en un recuerdo del pasado.

Hubo un tiempo en el que los porteros eran una parte esencial de las comunidades de propietarios. Un trabajador que aportaba seguridad, servicios y una atención personalizada al milímetro, así tal era su papel que también tenía su propia voz en las series y películas que hablaban de un edificio, porque nadie conocía mejor el inmueble y sus habitantes que el convidado que pasaba horas en la garita. Desde la representación cómica con Emilio de ‘Aquí No Hay Quien Viva’ o Manolo de ’13, Rue del Percebe’ con la crítica social a la profesión, hasta Carson en ‘Downton Abbey’ a Monsieur Gustave H. en ‘Gran Hotel Budapest’, en la que se les muestra como silenciosos guardianes de secretos, la ficción es el último eco del recuerdo de esta profesión que se desvanece poco a poco.

Jesús López Benítez es uno de los cada vez menos numerosos porteros en Cuenca. Lleva 23 años ejerciendo la profesión en un edificio del centro de la capital provincial. Con 63 años y a un año y medio de la jubilación, reflexiona sobre una profesión que, según dice “se está perdiendo” y a la que no siempre se le da el valor que merece. Entre cubos, llaves, calderas y vecinos, ha visto cómo el oficio de portero ha pasado de ser figura esencial en las comunidades a convertirse en un recuerdo de otra época.

Comenzó a trabajar como portero a los 40 años, ¿qué le llevó a elegir esta profesión?

Entré casi por casualidad y aquí sigo. Yo he trabajado en todo, en mantenimiento y como albañil y por situaciones personales estaba en búsqueda de empleo. Yo soy de Priego y mi mujer de Cuenca y un día vine al médico y me enteré por un vecino de que buscaban portero. Presenté el currículum, a la semana me llamaron y desde entonces aquí sigo, aguantando a los vecinos y ellos a mí.

¿Cuáles son las funciones de un portero?

Aunque muchos piensan que el portero solo limpia y abre la puerta la labor es mucho más amplia. Por ley nos encargamos de la limpieza y mantenimiento, pero también de la calefacción, de medir el gasoil, encenderla y controlar las horas. Y, por supuesto, de la seguridad: saber quién entra y quién sale, y estar pendiente de cualquier cosa rara. Al margen de esto, durante muchos años y por buena voluntad he hecho muchas más cosas por lo que sabía de mis trabajos anteriores, como pintar los rellanos, cambiar las fotocélulas que detectan el movimiento para encender la luz. De hecho, mi trabajo incluía una vivienda que me tuve que ocupar yo de reformar porque no estaba en las mejores condiciones.

Es un trabajo en el que al margen de las obligaciones legales uno tiene cientos de tareas que hacer si así lo elige, ¿suele apreciarse todo ese trabajo extra?

Hay de todo, hay quien se siente agradecido de que estés aquí y sabe que si hay un problema lo vas a resolver y quien piensa que son mejores que nosotros porque nos ven limpiando y nos miran por encima del hombro. Es cierto que la gente mayor es la más agradecida y la que más valora el trabajo públicamente. Yo estoy especialmente pendiente de ellos, por ejemplo, a una vecina de más de ochenta años que se que le gusta leer el periódico todos los días se lo traigo.

Aunque haya quien no reconoce el valor que aporta un portero, la realidad es que luego no saben vivir sin mi porque pasa cualquier problema en sus casas y antes de llamar al presidente, a la gestoría o a su seguro se ponen en contacto conmigo, incluso fuera de mi horario laboral. La realidad es que he hecho muchas cosas fuera de mis funciones, desde pintura hasta fontanería o electricidad, trabajos en los que la mano de obra sumaría un total por encima de los 28.000 euros. Aunque en su momento se me dijo que iban a compensármelo no he recibido ni dinero ni vacaciones por ello y aún así hay quien está convencido de que tampoco hago tanto.

Jesús López Benítez. FOTO: Lucía Álvaro
¿Cómo son las condiciones en su profesión?

Ese es uno de los grandes problemas, que no tenemos convenio. Lo que cobramos es el salario mínimo y, en principio, si el Gobierno lo sube, sube nuestro sueldo; si no, nada. Hace unos años hubo una subida de unos 150 euros, pero al final en mi caso se encontró un resquicio legal precisamente por la falta de convenio y me quedé fuera. Después de tantos años lo único que me queda es la estabilidad, porque aunque el sueldo no de para mucho se que tengo mi trabajo.

¿Siente que el portero sigue siendo una figura importante en la seguridad del edificio?

Por supuesto, hay gente que sabe perfectamente cuándo el portero está y cuándo no. Hace unos años, por ejemplo, robaron en una vivienda del edificio cuando sabían que era fin de semana y yo no estaba. Mi presencia aquí evita muchas cosas. Cuando alguien entra al portal y no lo conozco me fijo bien y les pregunto a dónde van.

¿Le ha tocado vivir algún conflicto o situación tensa?

En los últimos años es verdad que noto más inseguridad. Cuando estoy en mi puesto detrás del mostrador, especialmente en inverno con la luz apagada, unas cuantas veces he visto a gente con aspecto raro que se colaba en el portal y me veían cuando estaba en las escaleras y cuando les preguntaba que dónde iban se marchaban, si es cierto que seguimos imponiendo cierto respeto y en seguida se van. Además, los delincuentes conocidos de la zona saben dónde hay portero y no suelen venir por aquí.

¿Cómo ha cambiado la profesión desde que empezó hasta ahora?

Muchísimo. Cuando entré, el portero era parte de la comunidad. Yo me ocupaba de prácticamente todo, incluso para que te hagas una idea les llevaba los recibos a los vecinos y me aseguraba de que los bancos hubieran pasado las notas y todo estuviera al corriente de pago antes de que acabase el mes. Ahora es distinto con las asesorías y las empresas, ya no tengo tantas funciones ni estoy tan pendiente de todo lo que pasa.

¿Cuántos porteros quedan hoy en Cuenca?

Muy pocos. En esta calle seremos seis o siete, todos ya mayores. Hay uno en el número diecinueve, otro en San Fernando, y por la zona de la Dorada creo que queda uno más. Cuando nos jubilemos los que quedamos, esto se acaba. Las comunidades ya no quieren contratar a nadie fijo y lo sustituirán todo con empresas externas. Yo no voy a dejar a nadie en mi puesto ni recomendar a nadie, cuando me toque recogeré mis cosas de la vivienda del portero y me marcharé tranquilo, que luego ellos hagan lo que quieran.

Jesús López Benítez. FOTO: Lucía Álvaro
¿Cuál es el futuro de la profesión entonces?

El futuro es muy pobre para la figura del portero tal y como la conocemos. Habrá comunidades como la mía que una vez que me jubile meterán a una empresa externa con alguien que venga dos días a la semana, limpie y ya está. Así piensan que van a abaratar costes, pero están muy equivocados, porque también tiene que haber alguien de mantenimiento, otra persona que se ocupe de la caldera y medir el gasoil…Va a salir lo comido por lo servido.

Es cierto que las urbanizaciones grandes mantendrán a los porteros, pero las cosas van a cambiar y mucho. Ya pasa con los compañeros que llevan muchos portales, que son como máquinas y su función se reduce a limpiar y poco más. Algo así es lo que va a pasar con las nuevas urbanizaciones porque no va a haber trato personal ni alguien pendiente de quién entra o quién sale.

¿Qué cree que perderán las comunidades cuando desaparezca la figura del portero?

Sobre todo, el trato humano y la seguridad. El portero conoce a los vecinos, sabe quién entra, quién falta, qué pasa. Es un punto de contacto. Yo tengo vecinas mayores que me dicen “Jesús, el día que te jubiles nos vamos a arrepentir” y así lo creo, porque vendrá una empresa, mandarán a una chica o a un chico que no conocen, que estará dos días y se irá. Y cuando haya un problema, nadie sabrá a quién acudir.