El cáncer dentro de la Covid-19: la enfermedad confinada en la pandemia

Laura García padece un cáncer y ha luchado contra la enfermedad en medio de la crisis sanitaria

Toda aquella persona no extraterrestre que haya vivido en 2020 tendrá la palabra coronavirus grabada a fuego en la mente. Pero por el contrario, parece que hemos olvidado temporalmente otras enfermedades que asolan el mundo, como el cáncer.

Algunas personas han tenido que combatir esta enfermedad durante la pandemia, con el mismo confinamiento pero con otros problemas y otras medidas de seguridad mucho más severas.

Laura García cumple 40 años la semana que viene y quizás tenga más motivos que nunca en su vida para celebrarlo. El 19 de noviembre le localizaron un tumor en el ovario de forma repentina y el mundo se le vino encima: «Cuando te dicen que tienes cáncer lo primero que piensas es que te vas a morir y es un proceso muy largo en el que no te dan ninguna certeza ni cómo va a responder tu cuerpo» recuerda. Además, cuando le contaron al volumen de extensión que tenía, el mazazo fue mucho más duro.

El 12 de diciembre empezó con el tratamiento de quimioterapia. Por aquel entonces, todavía no sabía lo que estaba por venir y si la situación ya era delicada, se agravaría con la llegada de otra enfermedad, esta vez declarada pandemia global. «El primer día que vas al hospital de día es durísimo, pero conforme avanzan las sesiones te vas acostumbrando» rememora Laura.

Su tratamiento duraba aproximadamente siete horas, desde las 8:00 hasta las 16:00, lo cual puede parecer muchísimo de forma ordinaria y poquísimo si se compara con un confinamiento.

Para Laura el tiempo de espera no es lo peor, sino el tiempo en movimiento, el proceso. Según va avanzando la quimioterapia van apareciendo los efectos y es muy difícil estar preparado psicológicamente para asumirlos.:»Cuando te dicen que se te va a caer el pelo, tú esperas que se te caiga progresivamente pero no, hay una mañana en que te levantas y se te cae, así, de un día para otro».

Laura García con su marido Iván Sahuquillo y sus hijos Pedro (izquierda) y Andrés (derecha) antes de que le detectaran el tumor

Laura comenta que aunque los médicos te explican el proceso y te ayudan a prepararte, es muy difícil asimilarlo cuando llega, sobre todo en la gente joven como ella: «Ver cómo se me caía mi pelazo, cómo estaba más débil y apenas podía moverme fue algo que por más que imaginara no estaba lista para asumir».

Comprobar el deterioro físico en uno mismo afecta más de lo que a priori cabría esperar. Laura era deportista e iba con frecuencia al gimnasio. Además su labor como madre también hace que ande de acá para allá con sus hijos, Andrés, de 5 años, y Pedro, que acaba de cumplir 2. En este sentido, recuerda lo difícil que fue contárselo al mayor porque este ya era capaz de enterarse de que algo extraño estaba pasando.

Y es normal que Andrés entendiera que mamá no estaba bien, porque Laura ha desarrollado todos los síntomas de los que le advirtieron que podría tener: malos cuerpos, ardor de estómago, picores en la planta de los pies…

Confinando un cáncer en la pandemia

La planificación de su tratamiento era de 6 sesiones y la cuarta de ellas fue el día 10 de marzo, cinco días antes de que se declarase el estado de alarma. Laura recibió buenas noticias cuando le dijeron que el organismo estaba reaccionado muy bien a la quimioterapia y entonces se fue a casa a descansar un tiempo. Lo que no sabía es que iba a ser mucho más del esperado. El mismo día 10 de marzo se confinó en su domicilio y ya no volvió a salir hasta mayo, excepto para darse las sesiones de quimio que tenía cada 21-28 días.

Entonces todo cambió. Su vida, su forma de afrontar la enfermedad y hasta el hospital: «Cuando volví al hospital para darme sesiones de quimio el hospital daba miedo, parecía fantasma». Laura asegura que encontró un cambio radical pese a que en esa última visita del 10 de marzo ya había cosas distintas: «Ese día ya nos pusieron a todos mascarilla en el hospital de día y ya había cierto temor y mucha prevención con nosotros por lo que pudiera pasar. Pero en la siguiente sesión ya en el confinamiento, no me permitían tocar nada y no podía reconocer ni a la enfermera que me estaba atendiendo porque parecía un astronauta».

Los hijos de Laura, Pedro a la izquierda y Andrés a la derecha, durante el confinamiento

Asimismo, todos hemos comprobado que una de las peores cosas del confinamiento ha sido la soledad y la falta de contacto, pero en el caso de Laura se ha elevado al máximo exponente teniendo que enfrentarse al tratamiento completamente solitaria: «Tenía que ir al hospital sola. Me dejaban en la puerta y para evitar contactos tenía que estar ahí sin nadie todo el rato hasta que terminaba y llamaba para que me recogieran» se lamenta. De hecho, Laura afirma que una de las cosas que más ha echado de menos ha sido el afecto y la cercanía: «Cuando me daban una buena noticia no podía abrazar ni mostrar cariño. La alegría que he ido teniendo no la he podido transmitir».

El confinamiento cambió también la forma de encarar la enfermedad en casa. Durante las primeras sesiones, su hijo mayor estaba en el colegio y la situación de Laura le era ajena: «Al principio no se enteraba si mamá se iba mucho o poco tiempo o si estaba más mala o menos mala, pero al estar en casa los días en que me ponía peor, él lo notó muchísimo. No dejaba a mi madre irse a su casa porque decía que tenía que cuidarme».

Laura recuerda que la única vía a través de la que pudo explicarle a sus hijos qué estaba pasando fue una comparación jocosa: «Les tuve que decir que me iba a quedar como Fran, el entrenador del Conquense, así que imagínate qué situación». También se lo planteó de una forma empírica y casi lúdica, al estilo de La Vida es Bella y los 1.000 puntos del tanque blindado: «Les dije que a mamá se le iba a caer el pelo y cuándo le volviera a crecer querría decir que se está recuperando».

Medidas de seguridad extraordinarias para una situación extraordinaria

El resto de su familia también ha tenido que hacer un esfuerzo enorme para mantener todo bajo control. A su madre le tuvieron que hacer un permiso en el trabajo que certificaba que tenía que ir a cuidarla. Su marido ha trabajado durante todo el confinamiento y ha tenido que asumir más responsabilidades en el hogar que nunca: «Yo no he pisado todavía un supermercado. Mi marido ha tenido que asumir todo el peso y hacerlo todo él» explica Laura.

En esta rutina diaria, han tenido también que llevar las medidas de prevención hasta el extremo. Cuando su marido Iván venía con la compra, desinfectaban todo con lejía y lo dejaba un día entero en le terraza: «Cuando él venía de trabajar no podía tocar nada, se iba directamente a la ducha, se cambiaba en el trastero… Hemos tomado unas medidas un poco fuertes pero no podíamos asumir riesgos» cuenta Laura. La prevención no llegó a convertirse en una obsesión pero sí que les obligaba a estar alerta permanentemente.

Además, la enfermedad les hizo ser unos adelantados a su época y adoptar las medidas de seguridad antes que el resto: «Desde el 10 de marzo que me metí en casa yo ya tenía gel de manos, guantes, mascarillas y mi marido ya iba con guantes y mascarilla a trabajar. No es que supiéramos que iba a pasar pero veíamos la tele y decidimos tomar precauciones».

Empezaron a tomar medidas desde que anunciaron el cierre de los colegios y las siguen manteniendo a día de hoy: «Hasta Pedro con dos años, llega y se quita sus zapatillas antes de entrar a casa y se va derecho al lavabo». Un ejemplo esclarecedor es que Laura estuvo en la Caja Mágica para la Copa del Rey de Balonmano y, de las 3.000-4.000 personas que había en el pabellón, era la única que llevaba mascarilla: «La oncóloga te previene de que si vas a algún sitio te protejas, de que no toques nada, no utilices el transporte público… y luego estas fueron medidas para todo el mundo» comenta.

Laura García con su hijo Andrés y una amiga durante la celebraciópn de la Copa del Rey de Balonmano en la Caja Mágica

Pero no todo el mundo ha entendido la gravedad del asunto de la misma manera. Para Laura, «la gente que ha estado en casa aburrida y quejándose ha vivido una realidad distinta» a la suya. Por eso, ha vivido con especial indignación algunas irresponsabilidades de la gente fruto de lo que considera «falta de empatía»: «El primer día que permitieron los paseos, yo me asomaba a la ventana y veía mi calle como si fuera la Gran Vía en hora punta y a algunas personas sin mascarillas. Me cabreé mucho porque hay que tener un poco de consideración hacia el resto y hay gente que estamos enfermos y tenemos que estar obligatoriamente cada 15 días sin salir». Al respecto, Laura considera que «todo el mundo ha mirado su ombligo pero de manera general nadie se ha puesto en el lugar del otro».

La Covid-19: un nuevo golpe a una vida sacudida

Aparte de extremar medidas de seguridad, Laura afirma que por suerte, el virus no le ha trastocado el tratamiento. Pero sí que le ha hecho alargar los plazos y lidiar con inesperados contratiempos. En su  última sesión, el 30 de abril, le mandaron otra PET-TAC en la que salieron unos resultados muy positivos tras los que le indicaron que ya podía ser operada. Pero el coronavirus iba a ponérselo difícil una vez más: su operación no la hacen en Cuenca sino en Madrid. Tuvo que esperar un mes entero a que abrieran los quirófanos ya que Cuenca había pasado de fase pero Madrid no. «He tenido un mes de incertidumbre porque el quirófano estaba cerrado», relata.

Además, sufrió un duro golpe psicológico provocado por la inseguridad que esta situación suponía: «Por culpa de la Covid no sabía nada a ciencia cierta y como no me daban cita para la operación me reservaron otra vez para quimio por si acaso».

Por suerte, la situación en mayo fue mejorando y solo tuvo que esperar un poquito más. La operaron el pasado 4 de junio en el Hospital Universitario La Paz y todo ha salido muy bien. Le dijeron que prácticamente ya no tenía tumor, tan solo unos residuos en el ovario y que todo lo que tenía extendido por el pulmón, la vena aorta, la zona iliaca o el hígado había desaparecido. Laura conservará una señal de esa operación para siempre: «Ahora tengo una cicatriz de arriba a abajo por todo el pecho en horizontal pero bueno, eso te compensa con el saber que estás bien» declara.

Laura García con su marido Iván Sahuquillo después de la operación

La Covid-19 no descansa ni en esos momentos en que la vida da un respiro. Al no tener fiebre y encontrarse algo mejor, a Laura tuvieron que darle el alta a los cuatro días para cumplir con el protocolo del hospital de no ocupar el espacio para no exponer a nadie al virus.

La vida se ceba especialmente con algunas personas. Laura ha sufrido varios golpes extremos, pero junto a este cáncer, nunca olvidará el súbito fallecimiento de su padre: «Lo primero en lo que pensé cuando me diagnosticaron el cáncer fue en mi padre. Yo le rezo a mi padre porque sé que el siempre está ahí. Le pedí que me diera fuerzas y él seguro que ha ayudado y ha hecho fuerza para que me recupere».

Por eso, se pone en el lugar de las personas que han perdido a un padre o una madre durante la pandemia: «Pienso en la gente a la que se la ha muerto el padre o la madre por la Covid y ni siquiera han podido velarlos. Los dejaron en el hospital y se los han devuelto en una urna» explica.

Laura García con su madre María del Carmen Melero y su padre Pedro García

El mismo padre de Laura, Pedro, fue quien le inculcó las tradiciones conquenses y el amor por la ciudad. Laura es una empedernida amante de la Semana Santa y este año todo ha sido muy diferente: «Me he tomado la Semana Santa como si al tener la enfermedad la vida me hubiera dado un respiro y como si al no poder estar yo este año, ha pasado todo esto para darme una tregua».

Laura afirma que el Domingo de Ramos a las 9 de la mañana, estaba llorado como hacía mucho tiempo: «Fueron demasiadas sensaciones juntas pero egoístamente me consolaba diciendo que al menos justo el año que yo no podía estar, no podía tampoco celebrarse la Semana Santa».

Con todo, Laura ha luchado con determinación contra el cáncer y a día de hoy puede decir que está ganando la batalla: «A mí la quimio me ha ido muy bien gracias a mi oncóloga, Mamen Soriano, que supo llevarme muy bien y enseguida dio con el tratamiento, pero no todos los enfermos de cáncer reaccionan igual, cada persona es un mundo».

Recordando a su oncóloga, Laura recalca una y otra vez el trato que ha recibido del personal sanitario: «Con todo lo que tenían encima, las enfermeras me han tratado genial y han estado en todo momento pendientes con una amabilidad tremenda». El mismo trato que la gran cantidad que conoce a Laura le ha demostrado en todo momento escribiéndole y preguntándole cómo lo llevaba.

Para Laura la movilidad sigue siendo restringida y el contacto muy limitado. Pese a que tanto su enfermedad como la pandemia parecen haber ido a mejor, no puede cejar en las precauciones para que todos los pequeños pasos que ha dado hacia delante no se conviertan en una zancada hacia atrás: «A día de hoy habré salido cuatro veces puntuales y puedo contar con los dedos de una mano las veces que me he relacionado con gente».

Laura ha combatido un cáncer en mitad de una pandemia global, ha seguido un tratamiento de quimioterapia mientras se confinaba en casa con dos niños pequeños y ha sabido pasar de fase dentro de su nueva normalidad. Los aplausos de las 8 también fueron para ella.