Lucía Álvaro / Alba Córdoba
El amor es la fuente más poderosa que tiene el ser humano, ese que se dice capaz de atravesar montañas, de conquistar lo que a priori se antoja imposible y de vencerlo todo. En su origen más antiguo “amor» viene de la unión etimológica latina del prefijo a- y la palabra en latín -mors (cuyo significado es muerte). Es decir, que «vivir con amor» equivale a «vivir sin muerte».
Laura del Hoyo y Marina Okarynska son, diez años después de su asesinato, la promesa de que hay amores que lo conquistan todo, incluso la muerte, y que no hay violencia capaz de segar el cariño, aunque se arrebate la vida.
El 6 de agosto de 2015, sus nombres se convirtieron en una herida. El asesinato de Marina y Laura no solo destrozó a sus familias: sacudió la conciencia de una ciudad entera. Aquella era, en apariencia, una tarde cualquiera de verano cuando las dos jóvenes quedaron para tomar algo, o al menos esa era la noticia que tenían las familias de ambas. En realidad, Marina y Laura se reunieron para ir a recoger unos enseres personales al piso del exnovio de la primera, Sergio Morate, tras haber finalizado Marina su relación con él meses atrás.
Laura tenía 25 años. Marina, 23. Mientras que Laura se había apuntado a una academia para convertirse en esteticista, Marina se dedicaba al mundo de la hostelería. Amigas desde hacía tiempo, unidas por afinidades, confidencias, cariño verdadero y tiempo de convivencia en Valencia.
Aquel día, como era habitual en dos jóvenes con una profunda devoción por sus familias, ambas comieron en casa y, con una despedida casual, sentenciaron sus últimas palabras para con sus seres queridos, un hasta luego que nunca se convirtió en reencuentro. Laura acompañó a Marina a casa de su expareja, quería apoyarla, estar con ella en un momento difícil, pero no se volvió a saber de ninguna de las dos.
Hoy María Chamón, la madre de Laura, y Alina Okarynska, la hermana de Marina, relatan cómo vivieron entonces los hechos y cómo es su vida diez años después del asesinato. Por su parte, Francisco Sánchez Lozano, entonces jefe de la brigada provincial de la Policía Judicial, que se encargó de la investigación de la desaparición de las dos chicas y actual comisario jefe provincial de la Policía Nacional en Cuenca, detalla cómo fue la investigación.



La desaparición
La noche del 6 de agosto, las familias de Laura y Marina acudieron a comisaría para denunciar su desaparición. Aunque no respondían al teléfono y no habían vuelto a casa, algo que tal y como señalan sus familias “no era habitual” en ninguna de las dos, achacaron “algún problema de cobertura o que se hubieran quedado sin batería”.
Sin embargo, con el paso de las horas la sombra de la duda empezó a crecer. María señala que su otra hija, la hermana de Laura, tuvo la sensación “desde el primer momento” de que algo había pasado, por lo que llamó en reiteradas ocasiones a su madre e intentó localizar a su hermana en lugares donde creía que podía haber ido.
Por su parte, Alina afirma que desde pequeñas Marina y ella tenían “una conexión especial” y que a medida que avanzaba el reloj sintió como si se hubiera “cortado” esa conexión con su hermana, un signo inequívoco de que algo no iba bien.
A través de una amiga, a la que Marina había llamado previamente para que le acompañara a casa de su expareja y del propio listado de llamadas del teléfono de la joven, la policía puso el foco desde el primer momento en Sergio Morate, según asegura Francisco Sánchez Lozano.
El hijo de Alina, que tenía seis años en el momento de la desaparición aún recuerda las batidas nocturnas con linternas «buscando a la tía Marina»
Morate era un viejo conocido de la policía, ya que hacía unos años había estado cumpliendo una pena de prisión por retener contra su voluntad varias horas, amenazar y agredir a su anterior pareja en su domicilio. Por ello, una vez se denunciaron las desapariciones, la policía activó de inmediato el protocolo y comenzaron la búsqueda poniéndose en contacto con los familiares de Morate, que se encontraban en Palomera, “para comprobar junto a ellos en el piso que este tenía en la calle Río Gritos”, recuerda Sánchez.

Las primeras horas, con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado tras la pista de las jóvenes, las familias vivieron momentos “angustiosos”. María recuerda tener su casa abierta 24 horas, “con multitud de gente entrando y saliendo”, porque todo el mundo quería trasladar su apoyo a la familia; mientras que Alina y los suyos recorrieron toda la ciudad pegando carteles con la imagen de Marina.
En ambos casos las familias realizaron batidas nocturnas por la capital, que el hijo de Alina, que entonces tenía seis años, aún recuerda. Su madre señala que cuando pasan por algunos puntos de la ciudad hoy en día, el joven le comenta que “recuerda estar ahí con linternas, buscando a la tía Marina”.
En una de esas batidas, María afirma que encontraron el coche de Laura con su documentación aparcado en la calle Fausto Culebras, a apenas diez minutos a pie de donde se situaba la vivienda de Morate en la calle Río Gritos, en la urbanización Ars Natura. Tras encontrar el coche, la familia de Laura dio aviso a la policía.
Además, Sánchez cuenta cómo hallaron a un testigo que había visto “a dos chicas salir de un turismo” frente al garaje de la urbanización Ars Natura. El testigo, según narra el comisario, afirmó que hablaban “acaloradamente” por teléfono. Dicha conversación, según confirmó la policía más tarde con el registro de llamadas, se había producido entre Marina y Sergio.
A los pocos días de comenzar el operativo, fue la propia familia de Morate quien denunció la desaparición de éste.
La búsqueda
La policía puso en marcha un operativo de búsqueda sin precedentes en Cuenca. Helicópteros, guías caninos, Grupos Especiales de Operaciones (GEO), inspecciones en pozos, registros en los domicilios y el negocio familiar de los Morate. No se escatimó en medios, e incluso los agentes, como en el caso de Sánchez, suspendieron sus vacaciones.
La presión era máxima por parte de la ciudadanía, que se sumó a la búsqueda de Laura y Marina con cientos de voluntarios. Ellas se habían convertido en algo así como las hijas, tías, hermanas y amigas de todos los conquenses, que clamaban porque se hiciera justicia.
Aunque tanto María como Alina nunca han dejado de agradecer el “inmenso” cariño que les trasladó todo el mundo, reconocen que de algún modo se encerraron en sí mismas porque necesitaban “desconectar” de lo que estaba pasando a su alrededor y tomar conciencia de a lo que se enfrentaban. A pesar de ello, “las miradas cómplices que nos decían que estaban con nosotros ayudaban tanto o más que las palabras de aliento”, señala María.
Morate había planeado el asesinato de su expareja, Marina, pero la presencia de Laura descuadró todos sus planes
Morate había asesinado a Marina y a Laura en su casa la misma tarde del 6 de agosto. Aunque había planeado matar a su expareja, no esperaba que Laura la acompañara, pero eso no le detuvo para asfixiarlas a ambas con una brida sin dejar ni un rastro de sangre, meter sus cuerpos en bolsas grandes y bajarlos en ascensor hasta el garaje.
Una vez en el parking de la urbanización, metió ambos cuerpos en el coche de un amigo, el cual había pedido prestado esa misma mañana. En una conversación con los investigadores posterior a su captura, Morate reconoció que en el momento en el que trasladaba los cadáveres escuchó un ruido y literalmente dijo «ahí me cagué», pensando en que podría haberlo descubierto algún vecino, según cuenta el comisario.
El asesino tenía todo premeditado para fabricarse una coartada. Iba a acudir junto a un amigo, también expresidiario, a un concierto en Benidorm. Sin embargo, los cálculos no salieron a Morate como esperaba. Su amigo, tras conocer la situación, le dijo que “no quería saber nada” y el asesino ahora no tenía una víctima, sino dos, y ninguna estratagema con la que cubrir sus huellas.

Con la sensación de ser perseguido cada vez más acusada, Morate transportó los cuerpos hasta una zona de Palomera cercana al río Huécar. Lo que él esperaba conseguir sin apenas esfuerzo cuando comenzó a cavar se tornó en su contra, pues el miedo y la adrenalina desembocaron en un agotamiento casi instantáneo que se saldó con los cuerpos de Laura y Marina semienterrados bajo una zona arbolada y cubiertos con cal viva. Acto seguido “cogió el coche de su hermano”, con lo que comenzó su huida, destaca Sánchez. El viernes la policía supo que Morate había cruzado la frontera con Francia.
Seis días después, el 12 de agosto, los conquenses se hicieron a las calles para acudir en masa a la manifestación que tenía lugar en la Plaza España. Allí las familias pedían que las jóvenes volvieran a casa sanas y salvas. Mientras tanto, Sanchez recibía el aviso de dos cuerpos hallados por un cazador mientras “estaba dando una vuelta por la zona de las pozas de Palomera junto a sus perros”, alrededor de las 19:30 horas.
Ese mismo lugar había sido rastreado por la mañana por un helicóptero de la Policía Nacional, sin embargo en vista aérea había sido imposible ver dónde se encontraban enterrados los cuerpos debido a la maleza y la abundante vegetación.
Alina confiesa que, tras comenzar la investigación, vivió esos días como un tumulto de recuerdos del que poco o nada ha podido extraer más allá de la sensación de angustia. Uno de los momentos que lleva grabado a fuego en su mente se produjo instantes antes de subir junto a la familia de Laura al escenario improvisado que se había instalado en la Plaza España.
En ese momento, según recuerda la hermana de Marina, su abogado le señaló que habían encontrado restos humanos en Palomera y le pidió que no subiera al escenario a enfrentarse allí a todo su dolor. Ella le respondió que quería estar presente porque “tenía que estar con la familia de Laura” y que, aunque nunca se acabó de creer que los restos encontrados fueran los de su hermana, se encontraba “preparada para lo peor”.
Concluida la manifestación, las familias se desplazaron hasta Palomera esperando que todo se tratase de un error y que las dos jóvenes pudieran volver a casa sanas y salvas en algún momento, pero las peores sospechas se confirmaron.
Alina recuerda que no podía conducir y que, tras ir con su marido en el coche, bajó corriendo del vehículo y le preguntó al primer agente que vio en reiteradas ocasiones “si se trataba de su hermana”, a lo que él asintió. Sánchez confesó que el momento en el que tuvo que confirmar la identidad de las jóvenes a sus familias fue “uno de los más duros” de su carrera profesional.
La persecución
Con el fatal desenlace, el siguiente paso era capturar a Morate, el principal sospechoso del doble homicidio, La policía, que ya sospechaba del destino de la fuga de éste, lo tenía ubicado en Rumanía desde el mismo día en el que aparecieron los cadáveres de las jóvenes.
Gracias al trabajo que realizaron los agentes investigando a la gente de su entorno, averiguaron que Morate tenía un amigo rumano que conoció años antes en prisión. A partir de esta pista, comenzaron a trabajar con la hipótesis de que, posiblemente, Sergio se dirigía a Rumanía.
Morate no contaba con que la colaboración entre la Policía Nacional española y la de Rumanía fuera «rápida y estrecha»
Esta sospecha se vio reforzada durante la investigación, cuando tuvieron conocimiento de unos mensajes que Istvan, el amigo rumano de Morate, había enviado a un grupo de WhatsApp escribiendo que “a Sergio le había pasado algo y que iba a buscarlo”.
Con los hechos cada vez más claros y el hallazgo de pruebas reconstruyendo cómo Morate había asesinado de manera fría y calculadora a las jóvenes, la policía expidió una Orden Europea de Detención.
Sánchez destaca que la colaboración con la policía de Rumanía fue rápida y muy estrecha. Al día siguiente de la aparición de los cuerpos, el 13 de agosto, y en permanente comunicación y colaboración con la Policía Nacional, entraron a la casa del amigo para detener a Sergio. Previamente a la detención y, tras haber mantenido una vigilancia discreta, habían conseguido localizar el punto exacto donde se encontraba, en la ciudad de Lugoj, localidad próxima a Timisoara.
El juicio
Sergio Morate llegó a España el 6 de septiembre. Aterrizó en la Base Aérea de Torrejón de Ardoz, donde fue entregado a la policía española por las autoridades rumanas. Allí se reunió con Francisco Sánchez y otro compañero del Grupo de Homicidios de la Comisaría General de Policía Judicial. En una conversación informal dentro del avión, les reconoció los hechos, aunque posteriormente nunca lo hizo en declaración en sede policial o judicial, según el comisario.
Sánchez Lozano destaca que aunque Morate “si mostró arrepentimiento por haber matado a Laura”, no lo hizo con Marina, cuyo asesinato fue premeditado. Esto lo evidenció la llamada de larga duración y con tono “acalorado” en la puerta del garaje a la que se refería el testigo, pues, según pudo saber la policía, él no quería que Laura subiera al piso a acompañar a Marina a por su ropa, ya que tenía pensado cometer el crimen en ese momento.
Tanto había sido orquestado el plan que, tal y como les señaló Morate a los agentes, había buscado los países donde había extradición o no con España, llegándoles a afirmar una vez detenido y en el avión que “si hubiera tenido más tiempo, no me pilláis”, cita textualmente Sánchez.
Según las investigaciones, Sergio quería quitarle la vida a Marina porque no se sentía “correspondido” por ella. Incluso fue a visitarla a Ucrania en un par de ocasiones en las que ella no quiso tener contacto con él, ni siquiera verle. Esto hizo que Morate empezase a sospechar que la joven mantenía una relación con otra persona.

De este modo y, una vez detenido por las autoridades rumanas, Morate, que seguía las noticias de España, se enteró de que Marina se había casado en uno de sus viajes a Ucrania. Sánchez explica que la boda era “la única preocupación de Sergio”, de hecho, lo primero que hizo al llegar a España fue intentar confirmar con los agentes si la información era cierta y tratar de “ver una foto de la boda de Marina”, recuerda el comisario.
Morate tenía un perfil ególatra, tanto es así que “estaba completamente obsesionado con la figura de José Bretón”, apunta Sánchez. El asesino de las jóvenes decía saberlo todo de él, incluso al encontrarse con un policía en la Base Aérea de Torrejón le espetó “ya ves, la he liado más que el Bretón», destaca el actual comisario.
El juicio contra Sergio Morate se celebró en noviembre de 2017. La Audiencia Provincial de Cuenca lo declaró culpable de las muertes de su expareja, Maryna Okarynska, y de la amiga de ésta, Laura del Hoyo. El asesino fue condenado a una pena de 48 años de prisión por dos delitos de asesinato, uno de ellos con las agravantes de parentesco y de género y el otro con la de abuso de superioridad.
Tanto Alina como María tienen esos días borrosos, su único consuelo era poder gritarle cara a cara “asesino” a Morate cuando entraba a los juzgados. La madre de Laura sentencia que tiene guardado bajo llave el secreto de sumario del caso. Una vez concluyó el juicio, María relata que su hermano lo llevó a su domicilio “precintado” y que así sigue porque no ha querido ni quiere ver las fotos y la brutalidad que Marina y su hija tuvieron que atravesar.
Diez años sin Laura y Marina, el amor como forma de resistencia
Recordar a Marina y Laura es una forma de hacer justicia más allá de los tribunales. Una forma de que el amor no sea vencido, ni se vea opacado. Alina lo sabe muy bien y señala que los últimos diez años han sido “un duelo constante”. Paseando por la ciudad, según refiere hermana de Marina, “no hay lugar” que no le recuerde a su hermana. Ella señala que siente que todo esto es “una pesadilla”, pero no hay sueño del que despertar, solo ausencia y dolor con el que convivir y aprender a seguir viviendo.

Alina ha dado testimonio de lo que pasó su hermana “para que a nadie le vuelva a pasar” yendo a los institutos, explicándoles a las chicas más jóvenes que el maltrato tiene muchas caras. Alina apunta que “nunca” se va a cansar de recordar, porque “a Marina y a Laura las mataron por ser libres, por tomar decisiones”.
Algo similar sucede con la madre de Laura, quien señala que su hija está en todo lo que hace “a cada día, en cada instante”. Cada poema que escribe, cada nota que canta con su coro, todo es un homenaje a Laura y a la vida que le hubiera gustado y que hubiera debido vivir.
María relata que, en casa, Laura sigue estando presente y que a sus sobrinas les han transmitido que “la tía Laura es una estrella que está en el cielo”. María ha paseado con ellas en numerosas ocasiones por el monumento en recuerdo de Laura y Marina ubicado en el Paso del Huécar. Aunque solo una de las niñas, que tenía diez meses cuando murió, pudo conocerla, todas las sobrinas de Laura la tienen presente y la conocen por vídeos, fotos y la mención constante de la familia hace sobre quién fue su tía.
María imagina que Laura estaría casada, con hijos y frecuentaría mucho la playa, un lugar que para ella era “muy especial”, según afirma su madre. María cree que Laura trabajaría en su propia estética y que seguiría “cantando”, con esa alegría que la caracterizaba.
Alina cree que Marina también sería madre, porque “le encantaban los niños”, algo que mostró en numerosas ocasiones con su sobrino, que tenía seis años en el momento en el que fue asesinada. La hermana de Marina cuenta cómo el niño “era su vida, su capricho” y que todo lo que hacía “era por él”.
El joven aún hoy guarda un recuerdo muy especial de su tía y de cuando montaba con ella en el coche “con la ventanilla bajada, haciéndose el chulito”, recuerda Alina con una sonrisa. En aquellos viajes aunque de felicidad compartida Marina y su sobrino escuchaban música que, desde entonces, el chico “apaga la radio cada vez que suena”, según destaca Alina.

Marina sigue viva en su familia, tanto es así que la conexión que Alina decía sentir con su hermana se restableció cuando encontraron los cuerpos, según relata. “Sentí una sensación de paz, que ella estaba conmigo otra vez”, explica, y desde entonces Alina dice haber notado cómo una mano se posaba en su hombro “en los momentos en los que hemos vivido más dificultades”, comenta.
María es otra de las sobrinas de Marina. Alina estaba embarazada de ella cuando todo sucedió y, como si la vida pusiera y quitara para compensar la pérdida, la niña es idéntica a su tía. Alina se sorprende cuando la ve gesticular, hablar, e incluso cuando la escucha reír, porque es como si, de algún modo, Marina siguiera con ellos.
En esa suerte de destino que pone y quita, Sánchez también se ha convertido en un indispensable para Alina y María, quienes afirman que el actual comisario es “más que familia” para ellas. Siempre hablan con orgullo de él, de su ejemplaridad y de la humanidad que mostró en todo momento, como si Laura y Marina “fueran sus hijas o sus sobrinas”.
María, firme creyente, confiesa que rezó durante incontables horas para que Sánchez se convirtiera en el comisario de Cuenca. Ella relata como día de su nombramiento, un acto al que el propio Francisco le invitó, mientras Sánchez juraba su cargo, María miró al cielo y dijo “Laura, lo hemos conseguido”, porque sabía que el ahora comisario “no iba a permitir que esto ocurriera de nuevo”.
Una década después, Cuenca sigue hablando de Laura y Marina. No como una noticia, sino como el recuerdo de una tragedia que partió el corazón de toda la comunidad. Una masacre que se convirtió en enseñanza y en la obligación colectiva del recuerdo, de lo que ocurrió y lo que no debe volver a ocurrir.
En la ciudad, cada 6 de agosto es una cita con la memoria. En los silencios que claman justicia y el eco de sus nombres y su historia, que jamás habrá tiempo ni acto violento brutal que consigan sumir en el olvido.
Hoy, al recordar a Laura y Marina, Cuenca elige el amor. Ese que no se borra con el tiempo ni se rinde ante la muerte. Ese que se escribe en las paredes, en las velas y en las lágrimas de quienes aún las nombran.
Porque el amor, en su raíz más profunda, es vivir sin muerte. Amor es mantener viva la memoria viva de dos amigas que solo querían cerrar una puerta. Hoy Laura y Marina siguen caminando en el cielo, pero nunca más lo harán solas.